CERVANTES EL COMISARIO EN ÉCIJA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.12.2016 11:48

 

                El príncipe de las letras españolas, Miguel de Cervantes, no tuvo una vida regalada y al igual que muchos españoles de su tiempo tuvo que desempeñar difíciles cometidos. El soldado que luchó contra los turcos y que estuvo cautivo en Argel fue recaudador de abastos para la Gran Armada que Felipe II lanzó contra Inglaterra con resultado contrario. Hoy en día conocemos algunas de sus andanzas gracias a cartas dirigidas al Consejo de Guerra y a varias entradas en el Libro de contadurías generales, en el Archivo General de Simancas, y a las pesquisas de Marina Martín Ojeda en Écija.

                Titulada ciudad desde 1402 por decisión de Enrique III de Castilla, la sevillana Écija era una pujante localidad a comienzos de la Edad Moderna. Uno de sus regidores, Gonzalo de Coronado, era el receptor de la Guinea y en 1477 obtuvo de los vecinos y del concejo de la isla de Lanzarote el quinto del valor de una carabela portuguesa apresada. La ciudad de Sevilla echó mano de las reservas de cereal de su alhóndiga en 1514 con no poca discrepancia.

                Como en otros lugares de la Corona de Castilla la carga de los compromisos militares de la Monarquía terminó pasándole factura. La bancarrota de 1575 dio pie a un aumento de las alcabalas que ocasionó no escaso revuelo. Aprestar la Gran Armada tampoco fue algo baladí y su constitución arrancó de las Cortes castellanas el servicio de los millones, que generalmente gravó las transacciones con no escaso perjuicio para los negocios. Lejos de ser pasajero, este tributo perduró hasta el siglo XVIII.

                Miguel de Cervantes, antes de escribir el Quijote, se encargó del ingrato cometido de conseguir provisiones antes de la aprobación de los millones. En 1587 se sacaron de Écija 13.000 fanegas de trigo sin pagar y al año siguiente se presentó el comisario Cervantes para tomar todo el trigo y la cebada que pudiera, fuera de seglares o eclesiásticos. Su actuación resultó contundente.

                Écija se quejó a la Corte a través de hombres como Luis Portocarrero. Al enfado por el impago de las 13.000 fanegas y por las nuevas exigencias se añadió el pesar por la esterilidad de la cosecha. Se hizo una velada amenaza de desórdenes y excesos que preocuparon seriamente a los servidores del rey. La alteración en Andalucía podía ser muy peligrosa antes de la Jornada de Inglaterra.

                Visto el panorama, se prometió el pago de lo adeudado (algo que no sucedería hasta mucho más tarde) y se cargó contra el lado más vulnerable, el del comisario Cervantes. El comisario general Antonio de Guevara reconoció desde Sevilla que a los comisarios se les debía indicar la cantidad a conseguir, pues a veces se les pedía cien y embargaban mil fanegas. El 19 de agosto de 1588 se indicó que se reformaría la comisión de Cervantes.

                El 20 de octubre el de Guevara le indicó que lograra de Écija con moderación 2.500 fanegas de trigo y de cebada y 1.500 arrobas de aceite para enviar a Sevilla. Pese a todo, don Miguel terminó excomulgado por el provisor del arzobispado de Sevilla, irritado por la toma de granos a eclesiásticos. Más tarde, en 1592, sería encarcelado en Castro del Río y en Sevilla entre septiembre y diciembre de 1597. De muchos de estos sinsabores extraería no pocas lecciones que se traducirían en excelente literatura.