DE LA QUE TUVIERON UNOS ZARAGOZANOS CON LOS DEL EMBAJADOR FRANCÉS. Por Carmen Pastor Sirvent.

12.10.2017 16:38

                

                Todo mediano conocedor de la Historia de España sabe de las bravas acciones de los aragoneses durante la guerra de la Independencia. Zaragoza se convirtió pronto en un símbolo de la resistencia española ante Napoleón, en un ejemplo de temperamento numantino ensalzado por la incipiente prensa de la España patriota.

                Lo cierto es que el patriotismo hispánico ya estaba extendido entre los aragoneses antes de 1808, combinado con el suyo más particular. El reino de Aragón conservaba dentro de la Monarquía hispana sus propias leyes e instituciones, que a veces colisionaron reciamente con la autoridad del rey, como sucedió en 1591. Sin embargo, el sentimiento de pertenencia a España se manifestaba en las obras de historia, como la de Jerónimo Zurita, en la que el pasado de Aragón y de su Corona aparece ligado al de otros reinos peninsulares. A su modo, Aragón era un espejo para los demás.

                Desde la Plena Edad Media, los reyes de Aragón habían sostenido varias guerras con los de Francia. Los Habsburgo heredaron y reforzaron tal enemistad. En junio de 1613, expulsados los moriscos, las autoridades aragonesas temieron la entrada como repobladores de franceses y gascones, considerados delincuentes. A nivel popular, tales sentimientos cedieron ante los de vecindad y amistad en numerosas situaciones, si bien son indicativos de un estado de opinión.

                Al comienzo de la guerra de los Treinta Años, Francia no entró abiertamente en el conflicto y prefirió maniobrar en la sombra contra el poder de los Habsburgo en Europa. En 1635 rompió las hostilidades abiertamente, pero hasta ese momento se vivieron situaciones de verdadera guerra fría.

                Los aragoneses, como otros españoles, no eran ajenos precisamente a ello, y contribuyeron a la guerra con soldados y dinero. En octubre de 1630 la ciudad de Zaragoza y nobles como el conde de Aranda levantaron compañías militares para combatir en Italia.

                El 2 de noviembre de 1632 se tuvo noticia en el Consejo de Aragón de un incidente, surgido al calor de un exasperado ambiente, que podía empeorar el conflicto.

                El embajador extraordinario de Francia ante la corte española había hecho etapa en Zaragoza, donde los gentiles hombres de su comitiva fueron desafiados por un grupo de cinco o seis zaragozanos. Jóvenes de condición caballeresca algunos, insultaron y se mofaron de aquéllos, algo que en el tiempo de la reputación del Antiguo Régimen se consideraba insufrible. Los zaragozanos llegaron a tomarles el sombrero y a su modo proclamaron su condición de aragoneses y españoles enfrentados a los franceses.

                En Europa los sentimientos patrióticos que al final han conducido al nacionalismo han acostumbrado a nacer al calor de unas instituciones particulares y se han fortalecido por las guerras, en las que la propaganda política se ha complacido en presentar a los dos rivales como dos grupos humanos homogéneos, con personalidades opuestas. A este respecto, los patriotas han creado la patria. Quitar un sombrero a veces puede ser algo muy grave, por muy estúpido que nos resulte a los más asépticos.