EL CAUTIVO BILBAÍNO QUE QUISO ESCAPAR DE LOS HOLANDESES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.11.2017 12:08

                

                Los españoles viajaron por gran parte del mundo en los siglos XVI y XVII, y sus andanzas dieron para bastante. Muchos no se convirtieron en afortunados particulares, pues no pocos soldados, navegantes u oficiales padecieron una suerte adversa.

                Uno que pudo al menos contarla fue el escribano de la carabela Nuestra Señora de la Salvación, el bilbaíno Francisco Rubián de Zubieta. Hombre observador y diestro en el arte de la relación, dio cumplido testimonio al Consejo de Indias de sus desventuras.

                A 30 de junio de 1616, los holandeses (entonces activos en los mares de Asia) lo apresaron en el estrecho de Singapur. Su embarcación formaba parte de la flota del almirante Esteban Braga, que disponía de seis galeones para aguardar con mayor seguridad el retorno de las naves de comercio desde China en dirección a la India. Las comunicaciones de los dominios españoles y portugueses se veían seriamente comprometidas por la expansión holandesa en la región.

                El cautivo pasó por distintos puntos de las nacientes Indias holandesas. Llegó a las Molucas y más tarde se le trasladó a Batam. La intención de sus captores era conducirlo a los Países Bajos, quizá para aprovecharse de sus conocimientos sobre las islas de las Especias. Francisco, sin embargo, logró zafarse de los holandeses y escapó a nado a la cercana factoría inglesa. Jugaba nuestro hombre con la enemistad entre ambas naciones entonces, así como el estado oficial de paz entre las monarquías española e inglesa.

                Los ingleses acogieron a Francisco y le asignaron una escolta de cinco soldados, que no fueron capaces de evitar su nuevo apresamiento por los tenaces holandeses. Los ingleses no se mostraron dispuestos a tolerar semejante ultraje a su jurisdicción. Desplegaron una hueste de cien hombres, que logró la liberación del español.

                La noticia llegó al puerto de Yakarta, donde los holandeses contaban con una fuerza de diecisiete naos de alto bordo, bien capaces de amedrentar a los rivales ingleses, que a su vez disponían de diez naos gruesas para oponerse a la entrega de Francisco.

                Las hostilidades no se rompieron finalmente por el español, y con astucia los más débiles ingleses en Asia quisieron desviar a los holandeses a otros objetivos, como una cercana fortaleza de la Monarquía de los Austrias dotada de 120 piezas de artillería. Filipinas podían ser presa de su poder. Al fin y al cabo, tenían una armada de treinta y dos naos de alto bordo, además de grandes cantidades de clavo, nuez, palo de sándalo, canela, pedrerías y sedas robadas a los comerciantes chinos que acudían a Manila, una notable acumulación de riqueza que bien invertida podía provocar muchos problemas a españoles y portugueses.

                Mientras tanto, Francisco observó con atención el orden seguido por las dieciséis factorías de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, algo digno de ser tenido bien presente, así como el intento de fundar factorías en las islas de las Especias de los católicos franceses, asistidos por los dominicos. Sus pretensiones colonizadoras y mercantiles fueron cortadas por los arrogantes holandeses, y no por los comprometidos españoles o portugueses.

                La competición por Asia se había abierto entre los distintos pueblos de la Europa Occidental, ya empeñados en crear florecientes imperios mercantiles allí. Francisco Rubián fue testigo de ello y, gracias a haber sobrevivido al cautiverio, hacérnoslo llegar a nosotros. Toda una hazaña.