EL ÚLTIMO SIGLO DE ESPAÑA EN FILIPINAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.06.2014 15:14

    En 1785 España dio luz verde a la Real Compañía de Filipinas para rentabilizar las avanzadas de su imperio en Asia, pero el éxito no la acompañó y el cambio en el archipiélago filipino sería obra de otras fuerzas históricas.

    La emancipación de Hispanoamérica disolvió el vínculo comercial y militar con la Nueva España, suprimiéndose en 1815 el galeón de Acapulco en provecho de la libertad mercantil. También se abogó por la libertad política, y en 1811 el criollo Ventura de los Reyes y de la Serena representó a las Filipinas ante las Cortes de Cádiz. La Constitución de 1812 fue aplicada por el gobernador Fernández de Folgueras a partir de 1820, pero el sueño de los españoles de ambos Hemisferios feneció cuando en 1837 se declaró al archipiélago provincia ultramarina dotada de unas leyes especiales que nunca se hicieron. La capitanía general y la audiencia conservaron gran parte de su poder, y la autoridad del gobernador sólo se atemperó por el talante de los sucesivos titulares.

    La evangelización y la hispanización habían venido transformando el mundo de los naturales tagalos desde la llegada de los españoles, que nunca pretendieron extender el castellano por las islas bajo su dominio. En 1832 el tagalo Apolinario de la Cruz fundó la Cofradía de San José, cerrada a los sangleyes o chinos generalmente comerciantes y a los españoles.  Muy popular entre los de su etnia en Luzón, se creyó Apolinario el mesiánico rey de los tagalos, y en 1841 se lanzó en Tayabas a una sublevación finalmente aplastada. En el sur persistió la enemiga de los sultanatos musulmanes, contra los que combatió el célebre Méndez Núñez.

    En el siglo XIX las grandes potencias como Francia se encapricharon del dominio de las Filipinas al calor de la apertura del canal de Suez. Los españoles procuraron fomentar su economía, especialmente a través de la plantación de tabaco en la que brillaron nombres valencianos y catalanes en particular. A partir del destronamiento de Isabel II en 1868 llegaron los aires de la Gloriosa a las tierras filipinas. El gobernador Carlos de la Torre quiso aplacar a los bandidos no sólo con la Guardia Civil sino también con indultos y su incorporación a un nuevo cuerpo de seguridad, los guías de la Torre. Enfrentado con los privilegios eclesiásticos, sólo mereció acres censuras por su labor.

    Filipinas fue pionera en las luchas de reivindicación social del continente asiático, más allá de mesianismos, al haberse formado un grupo mesocrático de intelectuales y hombres de negocios de la tierra. En 1872 estalló la insurrección obrera del arsenal de Cavite. En este ambiente creció José Rizal, el pacifista que creyó en la evolución gradual y educada de Filipinas hacia la autonomía y la modernidad. Desgraciadamente fue fusilado en 1896 por instigación de los sectores españoles más intransigentes, mientras sus ideas de paz eran rechazadas por la sociedad secreta del katipunan, que se propuso conseguir la independencia por las armas. Su guerra de guerrillas no tuvo el éxito esperado y entre sus seguidores pronto apareció la división. El 23 de diciembre de 1897 el liberal capitán general Fernando Primo de Rivera (tío del futuro dictador) consiguió imponerles el acuerdo de Byak-Na-Bató.

    Muchos independentistas marcharon al exilio, y desde el consulado estadounidense de Singapur se les hizo ofertas de cooperación. EE. UU. ya había puesto sus ojos sobre las Filipinas, a las que quería convertir en su protectorado. El 30 de abril de 1898 su armada derrotó a la española en Cavite, y sus tropas entraron en Manila el 14 de agosto. España le cedió la posesión de Filipinas en diciembre de aquel aciago año por el tratado de París. En Baler prolongaron una resistencia numantina un puñado de españoles entre los que se encontraba el requenense Loreto Gallego, como recuerda Javier González Segura. Tras los últimos de Filipinas comenzó una nueva época, que no consiguió extirpar la huella hispánica del archipiélago, como atestigua la cordialidad de la amiga Alicia Valeda, filipina de nacimiento y de adopción española, hispana en todo momento.