KAMI-CAT-ZES. Por Gabriel Peris Fernández.

10.08.2014 18:56

 

                El nacionalismo quiere apoderarse del alfa y del omega en su sed de verdadera religión de la Humanidad enfangada en su idolatrada patria. Triste réplica del cristianismo alumbrada  durante las guerras napoleónicas, se afana en buscar el martirio y cree a pies juntillas que su semilla sólo crece con sangre a mansalva. Los patriotas más reverenciados acostumbran a ser soldados dejados en la estacada por oficiales granujas o comandantes visionarios que concluyen sus días ante el enemigo.

                El catalanismo ha rendido homenaje tradicionalmente a esta clase de sujetos. El mítico fundador de Cataluña fue un tipo que tras ser herido mortalmente permitió que alguien escarbara en sus heridas para conseguir el rojo dels quatre pals. ¿Madrugador homenaje a un sistema sanitario en quiebra? En 1714 los barceloneses se dejaron derrotar por una causa perdida abandonados por todos los que podían abandonarlos. El coqueteo con la muerte llega a ser enfermizo.

                Francesc Macià se lanzó a la aventura de Prats de Molló para ganar prestigio ante el régimen dictatorial de Primo de Rivera, concitando las simpatías de toda clase de descontentos. Como su fracaso resultó un éxito propagandístico en ciertos medios republicanos, su lección no cayó en saco roto, y pronto tuvo sus seguidores. Lluís Companys, con el que Macià tuvo sus discrepancias, se jugó el todo por el todo en 1934, pese a no disponer de apoyos suficientes, sacrificando el logro del régimen autonómico trabajosamente conseguido. Su desdichado fusilamiento reforzaría su aura trágica, y en la larga noche del franquismo su llama mantendría encendida la pulsión kamikaze catalanista.

                Tras la aprobación de la Constitución de 1978 convino al pujolismo insistir en el victimismo, encumbrando a los Caídos. Los librescos lletraferits de la ERC, crecidos al calor del Molt honorable, se complacieron con semejante culto, y sus procesiones de antorchas en conmemoración de Companys son dignas de la sevillana madrugá. El pobre Carod-Rovira, enviado oficioso ante gente muy poco recomendable, se inmoló más o menos gustoso bajo tan temible influjo.

                Seamos claros. A los novios de la muerte les importa poco que Cataluña pueda salir, entrar o pedir media pensión a la Unión Europea. No sabe lo que se pierde la Unión dejando escapar al motor catalán. Aunque nos pese, la razón tiene unos claros límites sociales, y quizá no sea muy correcto comparar a Artur Mas con Charlton Heston-Moisés, sino con el reverendo Jones en la Guayana. ¡Qué gran teleserie podrían hacer los canales estadounidenses! El reconocimiento internacional de Cataluña se vería colmado con creces, sin cartitas íntimas a actores y actrices, y los españoles podríamos enterarnos de lo que pasa tras la emisión del Hormiguero.