LA IMPRONTA DE CONFUCIO EN LA CIVILIZACIÓN CHINA. Por Julián Cortés García.

29.12.2016 13:47

                

                Entre el 1523 y el 1028 antes de Jesucristo la dinastía de los Shang gobernó un extenso territorio a lo largo de la llanura del río Huang Ho. Su centro se ubicó en el Noreste, en Henan, donde florecieron pequeñas ciudades en época temprana. Conquistadores inquietos, añadieron a sus dominios nuevas tierras y gobernaron sobre los principados de las cuencas del Huang Ho y del Wei. En sus ciudades, de brillante civilización, la artesanía del bronce alcanzó una elevada maestría. Esta primigenia China imperial, llamémosla así, terminó disolviéndose, pero su recuerdo perduró a su manera en tiempos más turbulentos, en los que se aspiró a instaurar un nuevo poder político.

                Bajo otra dinastía, la de los Zhou, vivió entre el 551 y el 479 antes de Jesucristo (cuando los persas y los griegos se enfrentaban al otro lado del Viejo Mundo) un funcionario que terminaría descollando como un gran pensador, el maestro Kong al que en Occidente conocemos bajo el nombre de Confucio por indicación de los padres jesuitas de los siglos XVII y XVIII.

                Ante los desórdenes de su tiempo, los del mal gobierno y la carencia de honradez, desarrolló un código moral basado en el respeto, la honestidad, la educación, la bondad y en los lazos familiares. Con el tiempo sus enseñanzas se convirtieron en los fundamentos teóricos de la vida religiosa y ética de los chinos. “Donde hay justicia, no hay pobreza”, sentenciaba.

                La China que emanó de su legado intelectual no fue de su imagen y semejanza, pero al menos le rindió el tributo del respeto. Confucio ensalzó el respeto a las personas mayores, algo que hoy en día consideramos propio de gerontocracias en el peor de los casos. El matrimonio con parientes, pero también con extranjeros, se prohibió, algo que contribuyó a dejar atrás la sociedad gentilicia, aunque al precio de favorecer la xenofobia. Los humildes que habitaban en malas condiciones en las cuevas de las laderas de los montes nutrieron las fuerzas armadas de los poderosos, que se consagraron a loar la tradición familiar a través del culto a los antepasados. En aquella China el número de esposas marcaba el rango de los varones, en claro machismo, pues el soberano podía desposar a doce, el noble a nueve y el oficial o funcionario a tres.

                Al igual que Europa, China ha experimentado importantes cambios a lo largo de su Historia, lo que no siempre se ha reconocido debidamente, pero las enseñanzas del maestro Kong le han servido como una de sus más queridas señas de identidad, a modo de una verdadera estrella polar.