LA REPOBLACIÓN DE ÁVILA Y LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA CASTELLANA.

16.01.2018 15:54

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                El espacio comprendido entre la cornisa cantábrica y el Sur del sistema Central, a mediados del siglo XII, era de una enorme complejidad física y humana. En los dominios de Alfonso VII se impuso a menudo la realidad comarcal por mucho que se titulara como emperador, al igual que en otras partes de la Europa cristiana. Los guerreros de las distintas unidades de las huestes reales obedecían a la voz de sus adalides no solo por razones de prestigio militar y social, sino también porque lo entendían al hablar su lengua, con los giros propios de ellos. Más allá de los grandes reinos de Castilla o de León, asaz diversos de por sí, encontramos el persistente localismo, sin el que es imposible entender nuestro Medievo.

                La extraordinaria Crónica de la población de Ávila, datada a comienzos del reinado de Alfonso X el Sabio, relata a su modo hechos que se remontan a finales del siglo XI e inicios del XII. La narración tiene mucho de interesada, pues busca ensalzar la actuación de los caballeros serranos abulenses. Su selección de episodios y el sentido dado a los mismos sirvieron a tal fin, y a este respecto tiene notas en común con el Ab Urbe condita de Tito Livio, que tan magníficamente metabolizó las leyendas romanas. Los historiadores deben manejar con prudencia esta Crónica, que a su modo nos acerca a la formación de la conciencia castellana con todas las cautelas. Hoy en día, los estudiosos de los fenómenos de la identidad colectiva y del nacionalismo han hecho grandes contribuciones, y han podido seguir el recorrido de la idea de las naciones a lo largo de los siglos. Algunos han distinguido una dilatada fase patriótica, previa a la nacionalista, en la que una comunidad con unos rasgos culturales determinados se identifica con un territorio y una autoridad, generalmente la de un rey. Si se siguen estos planteamientos, la Crónica nos ofrece elementos de gran interés.

                En la fundación de Ávila, encomendada al conde don Raimundo de Borgoña por voluntad de su suegro Alfonso VI, confluyeron dos grupos de distinta procedencia, a groso modo de casi dos naturas: los de Lara y Covaleda por un lado, y por otro los de las Cinco Villas, origen de los serranos abulenses. Lara se emplaza en la cuenca del Arlanza y Covaleda ha sido identificada con un área de la serranía de Soria. En el río Najerilla, la Rioja Sur y Este y los picos de Urbión se encontraría el territorio de las Cinco Villas.

                Según la Crónica, los primeros se acercaron demasiado al agua del río, una equivocación que daría a los segundos la preeminencia en la nueva localidad. Ambos grupos manifestaron un gran apego por los agüeros o interpretación de las acciones de los animales, de las aves en este caso, algo muy propio de la cultura campesina de la Europa medieval, en la que bajo el cristianismo pervivieron creencias anteriores. A Muño Echaminzuide, del grupo de las Cinco Villas, se le destaca como agorero o adivinador. Posteriormente, se incorporarían a la localidad grupos procedentes de Estrada y Brabezos, al Norte de la cordillera Cantábrica, de los que se resalta en la Crónica su condición de infanzones y hombres buenos.

                La integración de estos colectivos, a pesar de ciertas afinidades culturales, no fue nada fácil, al igual que en la Roma de patricios y plebeyos. En cierta ocasión, los musulmanes llegaron hasta las puertas de Ávila, coincidiendo con el auge del poder almorávide, y los cabalgadores serranos acudieron a tiempo para evitar lo peor. Ambos grupos abulenses se unieron para dar caza a los expedicionarios islamitas, pero solo los serranos se aventuraron más allá del Rostro de la Coliella. Consultados los agüeros de las aves, vencieron a los musulmanes en Barba Azedo. Al retornar a Ávila con el botín y los prisioneros recuperados, no se les permitió entrar en la villa. Permanecieron entonces en Castaño, mientras los de dentro les exigieron parte de lo ganado. Decidieron entregarles solo a sus mujeres e hijos y acudir a la justicia del conde don Raimundo, que se encontraba en Segovia. Resolvió que los serranos entraran a la villa y los demás fueran a parar a su arrabal. Desde aquel momento, escogerían a los alcaldes y a los aportellados de la localidad, algo que sería confirmado por distintos reyes en los años sucesivos. A don Raimundo se lo agradecieron dándole 500 caballos, cifra notable en verdad, y a monarcas como al joven Alfonso VII poniendo a prueba su fidelidad y valor en los días de lucha con Alfonso el Batallador de Aragón. Cuando este monarca asedio Ávila, los serranos resistieron y llegaron a dar rehenes, escogidos por sus rivales locales, a aquél, que no vaciló en hervirlos en calderas y quemarlos envueltos en zarzas por no entregarle la plaza. El martirio de los suyos no los amilanó y vencieron al Batallador finalmente.

                Esta clase de historias sirvió para singularizar a un colectivo dentro de la sociedad abulense, el de los caballeros que ejercieron el poder local. También se llamaron a sí mismos los castellanos derechos, que no se habían mezclado con mercaderes, menestrales o ruanos. Se justificó en el caso de Ávila la desigualdad jerárquica acudiendo a relatos fundacionales debidamente presentados. Hemos de destacar aquí la vinculación del gentilicio castellano con una posición socialmente preeminente.

                Una serie de factores explicarían la difusión del término castellano entre un colectivo socialmente más amplio que el de los derechos. Los abulenses se preciaron de acudir a la guerra en auxilio del rey de Castilla, que a cambio los recompensaba con privilegios al modo de otras villas y ciudades. En la Crónica se destacan acciones como la de la batalla de Alarcos, en la que cayeron doscientos caballeros de Ávila. En estas campañas o salidas a hueste se movilizaba un grupo más amplio que el caballeresco. En las contiendas entre los monarcas castellano y leonés, los abulenses cruzaron armas con las gentes de los concejos del lado leonés, como el de Salamanca. En la Plena Edad Media la guerra también sirvió para afianzar las identidades colectivas, cargándolas de orgullo pundonoroso. Cuando durante el reinado del mozo Enrique I (1214-1217) se planteó la devolución al rey Alfonso IX de León de varios castillos, se alzó en contra según la Crónica Muño Mateos de Ávila en voz de Extremadura, de un territorio de frontera organizado en concejos que impulsaban la expansión y garantizaban la integridad territorial de Castilla.

                El exclusivismo de un grupo social había dado pie a una conciencia de pertenencia local, que sería compatible con la de una Castilla más amplia. Como acredita el ejemplo de Ávila, la monarquía y el reino de Castilla se fundamentaron en una constelación de poderes locales municipales, donde el patriotismo local fue complementario del castellano.

                Víctor Manuel Galán Tendero.