LOS CAMPESINOS GUERREROS DE SAJONIA. Por Remedios Sala Galcerán.

01.06.2017 15:02

                

                Los sajones, con dificultad conquistados por Carlomagno, no abandonaron el ejercicio de las armas, pese a su condición campesina. Para dominar a aquellos labriegos se erigieron puntos fortificados para evitar una nueva rebelión y para cobrarles los tributos.

                La decadencia y división del imperio carolingio pudo haber desarbolado tal sistema de control territorial, en especial cuando los poderosos locales se atribuyeron una autoridad muy superior a la que les correspondía según la ley del monarca. En la Francia Oriental, punto de arranque del futuro Sacro Imperio Romano Germano, los húngaros aprovecharon la situación para emprender expediciones de saqueo.

                Entonces los invasores se encontraron la oposición de los campesinos sajones. Consciente de su valor, el rey Enrique I los reconoció temporalmente como un elemento esencial de sus ejércitos. Hacia el 926 alcanzó una tregua de nueve años con los húngaros a cambio de la liberación de uno de sus comandantes. Supo aprovechar el tiempo para fortalecer sus defensas.

                Al modo del emperador Constantino, diferenció entre las unidades móviles ofensivas de caballería y las defensivas de los campesinos guerreros.

                Las segundas se apoyaban en los puntos fortificados anteriores o nuevamente erigidos. Debían de defender su territorio. Divididos en grupos de nueve hombres, ocho se dedicarían a las labores agrarias y uno a las de la fortaleza, lo que ha llevado a proponer a algunos historiadores que se tratarían de hombres libres auxiliados por personas de condición servil. Sus fortalezas eran de titularidad real (o pública) y sus muros, con terraplenes y fosos, albergaron almacenes para sus cosechas y estancias para refugiarse en caso de necesidad.

                Con razón se ha contrapuesto esta fortaleza con el castillo señorial, protegido por una guarnición de profesionales de las armas. A medida que el peligro húngaro fue retrocediendo, fue ganando fuerza el elemento señorial en la defensa territorial y perdiéndolo el campesino, que se relegó cada vez más a las tareas agrarias. Enrique I también se había preocupado de instruir con constantes entrenamientos a sus fuerzas de caballería, de cuyas filas emanarían muchos de los nobles que terminarían dominando la vida pública alemana del siglo X.