LOS PERSISTENTES INCENDIOS. Por Remedios Sala Galcerán.

17.10.2017 09:28

                

                Los espeluznantes incendios que han asolado en estos últimos días Galicia, Asturias, León y Portugal vuelven a recordar el peligro del fuego, convertido en demasiadas ocasiones un implacable enemigo de las personas.

                Los orígenes de los incendios a veces han sido intencionados. De 1500 conservamos el nombre de un pirómano, Lope Fernández Osinaga, que no tuvo empacho en actuar en los combates de la villa de Mondragón aplicando la tea.

                Los soldados, que hoy en día colaboran en la extinción de los incendios, distaron de tener un comportamiento ejemplar con sus teóricos protegidos. El rey de Aragón Pedro IV reconvino con severidad en 1342 a los soldados que talaron e incendiaron el territorio de la valenciana Ribarroja.

                Más allá de semejantes comportamientos, los incendios comenzaban con las labores de roturación de los bosques para reducir sus terrenos a la labranza, por el conocido procedimiento de la roza. Precisamente, la provocación de incendios determinó en 1568 a litigar acerca de su responsabilidad a las localidades guipuzcoanas de Villabona y Amasa ante la Real Chancillería de Valladolid.

                En unas localidades construidas muchas veces con madera y con sistemas de protección deficientes, demasiadas ciudades y villas se convirtieron en presa de las llamas. El incendio de la Valencia de 1447 resultó particularmente dramático. Fuenterrabía aprendió de tan amarga lección y a finales del siglo XV recurrió a la piedra y la argamasa para su reconstrucción.

                Toda precaución era poca y en 1493 las autoridades de Vitoria obligaron a sacar fuera toda fragua y horno. Incluso los quehaceres de los panaderos suscitaban no escasos recelos. Con razón los corregidores castellanos se interesaron con viveza por los sistemas de protección contra los incendios y a los peones encargados de plantar cara al fuego (verdaderos bomberos) se les acostumbró a exonerarlos de ciertos deberes de servicio militar, como el de acarreo. Al fin y al cabo, los incendios eran (y son) rivales tan formidables como despiadados.