LUIS CANDELAS, EL BANDIDO DE MADRID. Por Pedro Montoya García.

01.02.2017 11:21

            LOS MEJORES PASAJES DE NUESTRA LITERATURA.

Luis Candelas, el bandido de Madrid.  Antonio Espina

    El libro de Antonio Espina es una de las agradables sorpresas que me ha dado la afición a la lectura. Cayó en mis manos por casualidad y, casi sin ganas, empecé a leer la novela histórica de un escritor que desconocía, sobre un personaje de quien únicamente me sonaba una copla, luego supe cantada por Concha Piquer. 

    Tal como escribe la letra de la copla parida por Rafael de León —poeta sevillano de la generación de 27—  Candelas era un ladrón de tomo y lomo. A los caballeros les limpiaba la bolsa, a las damas tanto la bolsa como el corazón; pero nunca— lo que le dio fama de romántico propio de la vida que le tocó vivir— daño a nadie, como él mismo se afirmaba: «nunca se mancharon mis manos con la sangre de mis semejantes». Ahora bien, a su manera robó mucho: con guante blanco, sin pasar albas frías en la sierra, ni pasar los días con sopas de ajos y cebollas, sin esconderse entre peñascos. Todo lo contrario, más castizo que el chotis que por entonces aún no se bailaba en la capital…, por allí merodeó don Luis, en el Madrid de principios del siglo XIX y finales del fatídico reinado de Fernando VII

            En otro poema de Rafael de León así lo describía:

La maja le da escondite,

lo mismo que la duquesa,

y todo el pueblo aureola

su nombre de una leyenda.

Desde Francia, encapotadas

con lazos, cintas y sedas,

madamas y más madamas

vienen en la diligencia

tan sólo porque las robe

y las bese Luis Candelas.

¡Ay, Madrid del ochocientos treinta!

 

    Desde que empezó a tener uso de razón ya mostró el camino por dónde transcurriría su vida, con quince años ya acumulaba antecedentes; y como mozo, se dedicó a vivir de las mujeres. Era guapo, listo, un perfecto truhan con clase que llegó a vivir, para hacer nombre, en la calle de Tudescos; en una  época en la que por el día se hacía conocer como un honrado hacendado del Perú, para por las noches recorrer las tabernas.

    No podía ser de otra forma, estamos en la época: se batió en duelo en dos ocasiones, y huelga decir, se hizo amigo de un oponente con quien formaría una banda de ladrones.  Quiso creer que podría cambiar, enamoró y dicen se enamoró de una jovencita de buena familia con quien trató de huir; pero era el alma de un ladrón, el cuento no acabaría con un bonito final.    

El español, 24 de julio de 1836:

    En la mañana del 23 ha sido trasladado desde la cárcel de Villa á la de Corte á Luis Candelas, célebre por sus delitos y las veces que ha sido condenado ya por los tribunales. Su causa está para sentenciarse, y se teme mucho qué llegue ahora á espiarlos todos en el último suplicio.

    Por cierto el cadalso estaba sito en el actual Ministerio de Asuntos Exteriores, quizá, para hacer honor al entrañable personaje deberían haber colocado el de Hacienda… Escribe Antonio Espina, ya en las últimas páginas de su libro, que el juez tras encomendarlo al garrote preguntó al reo si tenía cualquier cosa que alegar sobre la sentencia:

    «Sí, señor presidente. Que, aunque tardía, la encuentro muy puesta en razón».

    La leyenda cuenta que su jocoso comentario fue incluso reído, aparte de por toda la sala, también por el señor Juez. Decía Julio Cortázar: «No cualquiera se vuelve loco, esas cosas hay que merecerlas»; sin duda, Luis Candelas las merecía.

    «Adiós, patria mía, sé feliz». Esas fueron sus últimas palabras. Con 33 años.