TOLEDO CONQUISTADA, LA AMBIVALENCIA HACIA EL MOZARABISMO.

08.01.2018 11:31

                

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                El hundimiento del califato de Córdoba y la división de Al-Andalus en taifas dieron alas a los poderes hispano-cristianos. La idea de la recuperación de Hispania de manos de los musulmanes pasó a la monarquía leonesa a través de políticos e intelectuales mozárabes, los cristianos que prosiguieron la herencia religiosa y cultural de la época visigoda tardía, cuando sus monarcas se condujeron como recios defensores del catolicismo y azotes del judaísmo.

                De todos modos, los grupos mozárabes no encontraron en los dominios de Alfonso VI un ambiente tan favorable como el que hallaron bajo Alfonso III de Asturias en la segunda mitad del siglo IX, cuando se verificó la repoblación del territorio comprendido entre la cordillera cantábrica y la línea del Duero. Al Norte de los Pirineos el llamado renacimiento carolingio daba muestras de agotamiento claro, y las gentes del dividido imperio franco se encontraban enfrascadas en graves dificultades. En cambio, las cosas habían cambiado mediado el siglo XI: la Europa feudal cobraba ímpetu y caminos como la Ruta Jacobea daban una dimensión de la Cristiandad.

                Entonces los mozárabes no fueron tan bien aceptados por castellanos y leoneses, por mucho que pregonaran la idea de Reconquista. En el 1064 el concilio de Mantua confirmó el rito litúrgico hispano o mozárabe, pero en el 1071 el Papa Alejandro II logró que el rey de Aragón lo prohibiera. Las cosas fueron más complejas en León y Castilla. Según la Crónica Najerense, un caballero venció a otro en un verdadero juicio de Dios a favor del rito hispano. Sin embargo, la Crónica de Burgos, de inicios del XIII, sostiene que en el crudo invierno del 1077 se batió un caballero castellano con otro toledano o mozárabe por la implantación de la liturgia romana, que sustituiría a la hispana. Aquí se impuso el primero definitivamente el Domingo de Ramos, y en el 1078 se introdujo la nueva liturgia en León y Castilla.

                Desde el siglo VIII, Toledo había dado muchos problemas a las autoridades islámicas de Córdoba. Según el canciller López de Ayala, los musulmanes la terminaron rindiendo por pleitesía o pacto. Se les reconoció libres de ciertos tributos, la conservación de seis templos donde oficiar culto, de sus propias autoridades judiciales, y del visigótico Libro Juzgo. No obstante, distintos autores han reconocido la influencia de la cultura musulmana sobre los mozárabes en punto a expresiones, costumbres y usos agrarios. 

                La antigua sede de la realeza visigoda conservaba un fuerte orgullo, pues, compartido en una u otra medida por los distintos grupos socio-religiosos. Allí el mozarabismo había preservado uno de sus núcleos más importantes. En estas condiciones de poderoso particularismo local, no es de extrañar que Toledo se erigiera en cabeza de una de las taifas, una de las más poderosas. Sin embargo, sucumbió a la presión cristiana en el 1085 con gran pesar de toda la comunidad andalusí.

                Alfonso VI conocía Toledo de sus días de exilio, cuando su hermano Sancho II lo privó del reino de León. Imbuido de ideas reconquistadoras, según las fuentes árabes, se inclinó claramente por vincular sus dominios a las corrientes intelectuales que se iban imponiendo en la Cristiandad romana, y el restablecimiento del arzobispado de Toledo se hizo de la mano de los cluniacenses, lo que ocasionó más de un roce con los mozárabes. La afluencia de nuevos pobladores cristianos (castellanos y francos) añadiría nuevos motivos de discrepancia alrededor de la adquisición de bienes territoriales, fuera por presura o por compra.

                En el 1097 los almorávides volvieron a derrotar a las tropas de don Alfonso en la batalla de Consuegra, y en el 1100 atacaron Toledo. No consiguieron rendirla, pero el riesgo de perderla había estado muy cerca. Aquel rey tuvo que reforzar sus defensas y mostrarse conciliador con los mozárabes. Se presentó en el 1101 como rey del imperio toledano (con autoridad sobre su territorio) y soberano victorioso, con cierto gusto oriental por los títulos sonoros de gobernantes. Deseó la paz en Cristo y la eterna salvación a todos los mozárabes toledanos, quizá con la intención de hacerse perdonar pasadas afrentas y malentendidos.

                En marzo de aquel año ordenó al juez Juan Alcalde para que resolviera los litigios suscitados por los bienes de los mozárabes junto al alcalde don Pedro y los diez ciudadanos más destacados, entre mozárabes y castellanos. Tras las pesquisas, resolvió en abril el rey que aquéllos conservaran a perpetuidad sus bienes, y que no se vieran forzados a venderlos al conde o potestad de Toledo.

                La protección expresa de sus bienes inmuebles era una garantía para el grupo mozárabe, al que se permitió el uso del Libro Juzgo en sus pleitos, según la costumbre medieval de reconocer a cada colectivo sus normas peculiares. De sus viñas y árboles solo deberían satisfacer la décima parte de sus ganancias al palacio real. Excepto que dieran muerte o hurtaran a un musulmán o a un judío, solo pagarían la quinta parte del valor penal reconocido en la carta de los castellanos. Por ello, se les consideró absueltos de su antiguo sometimiento. El arzobispo don Bernardo se comprometió como confirmante a respetarlo. Después de todo, Alfonso VI no tuvo más remedio que reconocer que el ritual romano solo se practicara en los templos de las parroquias de nueva construcción. El Papa Eugenio III se quejó a mediados del siglo XII de la prosecución del rito hispano y del escaso aprecio de los mozárabes hacia la autoridad del arzobispo de Toledo. El citado López de Ayala todavía se hizo eco de la comunidad mozárabe en el siglo XIV, que parece ser todavía entonces esgrimió la pleitesía acordada con los conquistadores musulmanes para evitar imposiciones regias. En el siglo XVI las parroquias mozárabes ya carecieron de fieles.

                Los mozárabes, de todos modos, no conformaron un colectivo homogéneo, sino dividido socialmente según criterios de honor y de riqueza. Las fuentes castellanas diferenciaron entre caballeros y peones. En la milicia o hueste toledana, dirigida a comienzos del siglo XII por el príncipe Miguel Adiz, los caballeros mozárabes tuvieron importancia. En 1101 se autorizó a los peones a ascender a las filas de la caballería, con un espíritu muy castellano, al tomar parte en las campañas de la milicia. Era un medio para que fueran cambiando su modo de vida, y acercándolo al de sus vecinos de origen o condición castellana. Paralelamente al fortalecimiento y progresiva asimilación de la aristocracia mozárabe, la castellanización onomástica del grupo y la creciente venta de bienes por los campesinos y propietarios más modestos a los prohombres y magnates de Toledo fueron avanzando a lo largo del siglo XII. Se ha sostenido que mientras los campesinos tendrían más puntos de contacto finalmente con los mudéjares, los caballeros lo tendrían con los castellanos. Eran dos caras de la misma moneda, la de la ambivalencia conocida por los mozárabes.

                Víctor Manuel Galán Tendero.