UN GRAN SEÑOR DE LA GUERRA, CHENG CHENG KUNG O COXINGA. Por Gabriel Peris Fernández.

22.11.2017 14:07

                

                La vinculación del Asia Oriental con la tradición y la continuidad histórica de ciertos rasgos culturales aparta del escrutinio del observador los elementos de novedad de su rica Historia e incluso los más individuales. La llegada y establecimiento de los europeos, con todas sus rivalidades, y la decadencia de la dinastía Ming en China remodelaron la política, la sociedad y la economía de aquella parte del mundo, hoy en día cada vez más apreciada en los escenarios internacionales. Japón respondió tras no pocas guerras con el establecimiento de un gobierno de corte autoritario que optó por restringir sus contactos exteriores. Otros pensaron que había llegado la oportunidad de tallarse un dominio a la medida de sus ambiciones, en el a río revuelto ganancia de pescadores. Uno de ellos fue Cheng Cheng Kung o Zheng Chenggong, el Coxinga o Cogsenia de los europeos. Considerado pirata en numerosas publicaciones, los españoles de las Filipinas lo llamaron el tirano de las costas de China enfrentado a los tártaros (los gobernantes manchúes). En verdad, fue un gran señor de la guerra.

                Vino al mundo en el 1624 en la nipona Hirado, hijo de una japonesa y de un avispado comerciante y pirata chino, Zheng Zhilong. En el área de Nagasaki, hasta allí acudían los buques de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales para intercambiar sus productos con los japoneses, ya que el shogun había reducido sus relaciones mercantiles a los mismos por aquel puerto. Temía que españoles y portugueses, entonces unidos, pudieran proyectar su dominio sobre el Japón sirviéndose de la progresión del cristianismo y del descontento social. En aquella tierra se educó el joven, donde tomó contacto con los mundos asiático y europeo.

                Su padre, no obstante, no quiso formarlo como un mero hombre de mar, y el joven pudo entrar a formar parte de la administración Ming tras superar el difícil examen, que tantos candidatos quebrantaba año tras año. La China Ming vivía momentos dramáticos y en 1644 los manchúes procedentes del interior de Asia instauraron una dinastía que perduraría hasta 1911, la de los Qing.

                Los seguidores de la anterior dinastía no siempre se dieron por vencidos y prosiguieron la lucha. Cheng Cheng Kung logró hacerse fuerte en la costa de Fukien, cuyos grupos dirigentes urbanos estaban muy atentos al comercio con otros puntos del Sureste asiático, como las Filipinas, y su linaje tenía un gran peso. En 1655 sumaba un ejército de 100.000 soldados y de 2.000 barcos. Conocedor de primera mano de las riquezas del mar, no perdió de vista el lucrativo comercio entre los holandeses y Nagasaki. En 1657, en un gesto que alarmó a aquéllos, envió a tal puerto japonés unos cuarenta y siete juncos.

                Por el momento, dedicaba sus mayores esfuerzos a las guerras en el continente. Sus tropas avanzaron hacia el Yangtzé hasta 1658, pero al año siguiente no pudieron tomar la ciudad de Nankín, a pesar de contar con una gran armada y con la aquiescencia de algunas voluntades compradas dentro de la misma. Encajó una sonada derrota. La victoria naval de Xiamen en 1660 no detuvo por el momento el declive de su causa, cuya suerte parecía sellada, pero entonces decidió cambiar su centro de gravedad a otro punto, a resguardo de los ejércitos manchúes y con grandes posibilidades de ganancia. Escogió la isla de Formosa o de Taiwán en 1661.

                Españoles y holandeses habían combatido anteriormente por la estratégica posición en el mar de China. Al final, la Compañía Holandesa de las Indias Orientales se había impuesto y había empleado hasta cerca de 50.000 trabajadores chinos para desarrollar su producción agrícola con vistas al comercio. Taiwán se convirtió en el dominio más rico de los holandeses en Asia, pero con no escaso descontento entre los naturales de la isla y los recién llegados chinos, hartos del sistema de explotación económica y de la imposición del calvinismo.  

                Cheng Cheng Kung supo escoger el momento. Partió al frente de 500 embarcaciones y 40.000 soldados. Los naturales se alzaron en armas y dieron caza por el interior de la isla a los holandeses, que asediados en sus principales posiciones militares acabaron por capitular. Se les permitió a la mayoría abandonar Taiwán dejando sus bienes a disposición de los conquistadores.

                El nuevo señor de Taiwán declaró la isla parte del imperio chino, que correspondía a la legítima dinastía de los Ming. Era la primera vez en la Historia que se formaba una nueva China allí con pretensiones legitimistas. Se ordenó por prefecturas el territorio, al modo del sistema imperial del continente. Ante la amenaza del hambre, empleó a muchos de sus soldados como labradores. Se hicieron él y los suyos con el dominio de las posesiones de la Compañía, donde asentaron como arrendatarios a los flamantes agricultores. Los terrazgos abiertos a la roturación recibieron un tratamiento fiscal más favorable.

                De esta manera surgió el denominado reino Tungning, que perduró hasta 1683, un Estado que fue capaz de acoger a muchos refugiados políticos chinos, de amenazar las posiciones litorales de los manchúes y de producir mucha azúcar durante su existencia.

                Cheng Cheng Kung consideraba que el mar de China y sus archipiélagos pertenecían al legítimo emperador Ming. Su próximo objetivo eran las Filipinas españolas, de las que tenía cumplida noticia por los comerciantes que acudían anualmente a Manila, punto de arribada de la flota llegada desde Acapulco, y por distintos europeos. El dominico Victorio Riccio, vestido como un mandarín, transmitió una carta en la que exigía el acatamiento y el tributo de los españoles, su sometimiento al orden imperial chino.

                Sus fuerzas atacaron algunos puntos de las Filipinas y su gobernador, el malagueño Manrique de Lara (que desempeñó antes el oficio de castellano de Acapulco), hizo dar la alarma. Vista la capacidad exhibida ante los holandeses, la Corona de España corría el riesgo de perder el dominio del archipiélago. Dispuso en mayo de 1662 la expulsión de los chinos o sangleyes del barrio de la alcaicería de Manila, el del Parián sedero. Las distintas órdenes expulsoras se habían estrellado con su necesaria aportación comercial a la economía de las Filipinas españolas, y en este caso la resistencia a cumplirla dio pie a una matanza de unos 10.000 chinos. Para reforzar su posición, ordenó también que las tropas españolas destacadas en la isla de Mindanao se retiraran hacia Manila, lo que alentó a los sultanatos musulmanes de la región a medio plazo.

                Cuando Cheng Cheng Kung parecía a punto de incorporar un nuevo dominio a su círculo de poder, murió en junio de 1662, según algunos de paludismo y de rabia según otros, al no ver cumplidas sus órdenes de ejecutar a su hijo. Reverenciado por los chinos que habían abandonado su tierra de origen, se convirtió en un verdadero mito. Lo cierto es que de haber vivido más hubiera podido cambiar la Historia del Asia Oriental, algo que no estaba al alcance de un simple pirata.