¿QUIÉN FUE EL PRESTE JUAN? Por Antoni Llopis Clemente.

03.07.2015 15:30

                Las riquezas de Asia siempre han atraído a los europeos y los portugueses emprendieron sus navegaciones con la vista puesta en el control del comercio de las especias, al igual que los españoles que alcanzarían finalmente las Filipinas. De todos modos, no podemos reducirlo todo a la economía, pese a su innegable importancia, ya que también hubo claras aspiraciones políticas y móviles religiosos.

                Las Cruzadas remodelaron la imagen de los caballeros feudales, que empezaron a abandonar su imagen más habitual entre los clérigos de depredadores por la de defensores de la fe según los postulados de San Bernardo de Claraval para la orden del Temple. Tomar la cruz a veces supuso una verdadera oportunidad para algunos príncipes para ampliar sus dominios o al menos obtener ciertas rentas de la Iglesia.

                A comienzos del siglo XIII los Estados cruzados en el Próximo Oriente se encontraban seriamente amenazados por la emergencia del que se convertiría en el Estado de los mamelucos, el del Soldán de Babilonia de los aragoneses. La expansión de los mongoles amenazó seriamente a los musulmanes, pero también a los europeos, que pese a todo intentaron conseguir su alianza frente al Islam. De aquí arranca la completa formulación del mito del Preste Juan, la de un poderoso gobernante cristiano del Oriente que ayudaría a la derrota definitiva de los musulmanes.

                                

                La historiografía ha reconocido los precedentes de las tradiciones alrededor de los Reyes Magos y de la realidad de los llamados cristianos de Santo Tomás. Sin embargo, las narraciones entorno a Gengis Kan resultarían determinantes, especialmente las interpretaciones consignadas en Il Milione, la descripción del mundo del inquieto Marco Polo.

                Los pueblos mongoles ocuparon al principio la cuenca superior del Amur y se extendieron en conflicto con otros pueblos de vida pastoril por la Mongolia del Este en los siglos XI y XII. En Il Milione se dice que en aquella enorme extensión, más allá de la ciudad de Karakorum, desprovista de localidades fortificadas y rica en pastos y aguas, los mongoles o tártaros rendían tributo a Uncán o Preste Juan en la lengua franca.

                Los historiadores han identificado a Uncán con Ong-Kan, el rey poderoso, el dirigente de la tribu de los Keyerit. Según Marco Polo, los mongoles le ofrecieron como tributo la décima parte de sus ganados.

                

                Los mongoles aumentaron su número, un extremo que ha sido seriamente considerado por la historiografía actual, y el Preste Juan ordenó su dispersión. Reprimía toda rebelión con rigor.

                Una parte de los mongoles se hartó de su dominio y se dirigieron hacia el Norte, salvaje y desértico. Allí, en el 1187, escogieron como dirigente a Gengis Kan, al que Il Milione pondera por su sentido de la justicia y modestia, en vivo contraste con la terrorífica imagen de los tártaros más habitual entre los europeos.

                Gengis Kan animó a aquellos pastores a ejercitarse en el manejo del arco y formó un poderoso ejército que fue conquistando a otros pueblos, a los que trató con benignidad y a los que permitió unirse a sus fuerzas.

                Al sentirse poderoso, Gengis Kan pidió en el 1200 la mano de la hija del Preste Juan, que preferiría quemarla antes de entregársela a un siervo. Aquél montó en cólera y le declaró la guerra. El Preste Juan lo tomó a burla al creer a sus gentes poco aptas para el combate.

                Gengis Kan escogió para combatir la llanura de Tenduc, a orillas del Hunag-ho, según Marco Polo, aunque la historiografía ha situado la batalla en los límites septentrionales del desierto de Gobi. Allí estableció su campamento.

                El Preste Juan dispuso su campamento a diez millas del suyo. En ambos lados se impetraron augurios, aunque Marco Polo se detiene en los del campamento de Gengis Kan para animar la cristianización de los mongoles. Mientras los adivinos musulmanes o sarracenos nada supieron del destino de la batalla, los cristianos sí le supieron dar razón. Dividieron un caña por la mitad, escribiendo en cada una sendos nombres. Tras tomar el Salterio y leer ciertos versos y salmos, comprobaron que la de Gengis Kan se imponía a la del Preste Juan.  Aquél les quedó muy agradecido.

                En aquella gran batalla, los augurios se cumplieron y Gengis Kan desposó a la hija del Preste Juan. Se anunciaba un gran poder que conmovería a los europeos e impulsaría la búsqueda de generaciones futuras, aunque cambiara a otras ubicaciones como Abisinia, la moderna Etiopía.