¿CUÁNTO COSTABA UNA GALERA? Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.01.2021 11:36

               

 

                Las galeras libraron los grandes enfrentamientos del Mediterráneo de la Baja Edad Media, y los poderes con voluntad de dominarlo tuvieron que invertir cuantiosas sumas de dinero para sus flotas, por mucho que pudieran recurrir a medios de particulares, de vasallos, caso de ciertos nobles prestos a armar su propia nave y a lanzarla a la actividad corsaria.

                Los reyes de Aragón se vieron envueltos en las principales disputas mediterráneas de la época. Sus galeras se las vieron contra rivales tan afamadas como las genovesas. Tanto los reyes de Castilla como varios gobernantes musulmanes del Norte de África recurrieron a sus servicios navales.

                Se ha estimado que una galera podía durar, como máximo, en buenas condiciones unos ocho años, a lo sumo diez, siempre y cuando no terminara hundida o parcialmente destruida. El botín de campaña no siempre resarcía de los costes iniciales de su construcción o de su posterior mantenimiento, ciertamente esencial.

                En 1342-4, el mantenimiento de una galera costaba al tesoro del monarca aragonés unas 450 libras mensuales, pero los costes de construcción y equipo no eran menores.

                De entrada, la conclusión de las galeras San Miguel y Santa Coloma en las atarazanas de Barcelona en 1358 costaron 1.000 libras, a las que se tuvieron que añadir mayores dispendios, al menos 750 libras de más.

                La construcción naval, y en particular la de una galera, movilizaba alrededor de las atarazanas a una gran cantidad de profesionales de distintos ramos y exigía numerosos elementos y complementos. Se puede decir, sin equivocarnos en exceso, que se trataba de una auténtica industria. Junto con la construcción de palacios urbanos o templos, movía grandes negocios en las grandes ciudades.

                En las galeras laboraron durante los meses de verano carpinteros de ribera (junto a sus ayudantes), remolares o maestros que hacían remos, aserradores, calafates, toneleros, cosedoras de velas y toldos de los calafates (dando entrada al trabajo femenino, como también sucedía en castillos como el de Castielfabib por la misma época), confeccionadores de velas, marineros expertos o cavadores de varaderos, sin olvidar a los guardianes de las embarcaciones en construcción. Eran equipos laborales organizados y ciertamente numerosos.

                La construcción de las galeras requirió asimismo grandes cantidades de madera de encima y álamo, que debían de acarrearse desde puntos distanciados de Barcelona como Tortosa, sin olvidar los distintos tipos de clavos comprados a numerosos herreros, plomo, sebo, estopa, colas, cáñamos para velas y jarcias o fustanes veleros. Las anclas, calderos o armas como las capellinas genovesas, pavesas, astas, arcos o viratones eran elementos igualmente imprescindibles en aquellas naves de guerra, en las que las ventajas técnicas del enemigo pronto se adoptaban en provecho propio.

                El trabajo asalariado se afirmó en los siglos XIV y XV al calor de actividades como la  construcción naval. Al día, cada uno de estos profesionales podía cobrar tales sumas:

Profesional

1358

1431

Carpintero de ribera

5 sueldos

3 sueldos

Ayudante de carpintero

20 dineros

-

Remolar

3 sueldos

-

Aserrador

3 sueldos

6 sueldos

Calafate

12 dineros

-

Cosedora

1 sueldo

-

Tonelero

3 sueldos

-

Marinero

2 sueldos

-

Cavador

2 sueldos

-

Guardián

3 sueldos

-

Transportista de madera

-

3 sueldos

 

                La importancia de los carpinteros fue clara, aunque los aserradores ganaron posiciones en 1431. Tales retribuciones no eran en absoluto menospreciables, pues un simple trabajador en las obras de una fortaleza ganaba diariamente un sueldo solamente, que doblaba en el caso de disponer de bestia de carga.

                En 1358 una galera real era propiedad del cambista Jaume Desvilar, que fue patroneada por el ciudadano barcelonés Berenguer Rosell. Asegurar la galera, en todas sus facetas, también era un lucrativo negocio, con lo que la construcción naval se convirtió en una verdadera actividad económica de arrastre de otros sectores.

                En 1431, la construcción en las atarazanas barcelonesas de una galera y un esquife motivó un importante movimiento de corta y acarreo de leña de encina y álamo desde los términos de la parroquia de Reixach, en el Vallès Occidental. Sus propios campesinos la talaron y transportaron en carros (además de arrieros como Nicolau de Soria), con el socorro de pan, vino y carne para el camino, unas verdaderas dietas. Las comunidades campesinos, evidentemente, se pudieron beneficiar de la actividad naval, un complemento material nada menospreciable.

                Aunque en aquel año los aserradores como Joan Romeu se cotizaron bien, se reunió un  completo equipo de carpinteros de la ribera compuesto por Bernat de Lobera, Joan Lobera, Joan Morell, Mateu Sancho, Pere Borroda, Julià Sever, Antoni Miralles, Pere Baldrich, Jaume Prats, entre otros. De la misma Barcelona se proveyeron los constructores de listones de madera y de varios tipos de clavos, comprados a sus herreros por valor de 3.395 sueldos, el 17% de los 20.185 sueldos o 1.041 libras que costaron ambas naves.

                La suma total no era precisamente insignificante, pues equivalía a los ingresos señoriales anuales de una baronía como la valenciana de Cocentaina, con una importante comunidad mudéjar y una animada vida comercial y artesanal. En estas condiciones, puede entenderse la dificultad de reunir una flota de galeras para guerrear. El armamento de las diez que en 1354 se enfrentaron a los genoveses costó 2.564 libras, y financieros como el judío valenciano Yehuda Alatzar tuvieron que prestar la suma de 1.500.

                Si a los gastos navales añadimos los de las huestes de caballeros e infantes y los de las muchas murallas y castillos de los dominios de los reyes de Aragón, ciertamente extendidos, nos encontraremos con la pesada carga financiera que tuvieron que soportar sus súbditos en tiempos de hambres y epidemias. En cierta compensación, no obstante, los gastos militares también alentaron una actividad económica nada menospreciable. Fueron, en el fondo, las dos caras de la Baja Edad Media.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Real Patrimonio, Maestre Racional, Volúmenes, Serie General, 2291 y 2332.