¿EL DETESTABLE MOZARABISMO? Por María Berenguer Planas.

20.08.2015 11:03

    El feroz trato dispensado a los cristianos por los integristas islámicos en determinadas zonas vuelve a plantear la cuestión de la tolerancia religiosa y a valorar la experiencia de los siglos medievales.

                                

    Es bien sabido que el Islam consideró el judaísmo y el cristianismo como los pasos previos para la definitiva revelación de Dios. Las gentes del Libro podían continuar practicando su religión a cambio del pago de unos tributos a la autoridad musulmana, que así afirmaba la superioridad del Islam. A medida que los árabes y sus aliados conquistaban nuevas tierras, extendieron tal sistema, que con leves variantes mantuvo el imperio otomano.

    Los sultanes turcos tuvieron súbditos cristianos, agrupados en comunidades con sus autoridades a lo largo del área balcánica especialmente, que les sirvieron bien y con diligencia. Ante don Juan de Austria, tras la victoria de Lepanto, se especuló con el hipotético alzamiento de los griegos, movidos por su pasado bizantino y de lucha contra los otomanos. Sin embargo, al final nada de ello aconteció.

    Se puede sostener que el sistema de tolerancia del Islam clásico funcionó razonablemente bien. La difusión del nacionalismo en el mundo musulmán a partir del siglo XIX lo diluyó de manera dramática. Se sentaron así las bases de los odios étnicos que muchas veces tienen poco de tradicionales, origen de las crueles guerras genocidas contemporáneas.

                            

    El pensamiento nacionalista a veces ha guiado la interpretación del pasado medieval, como ha sucedido durante décadas con Al-Andalus. Los cristianos hispanos o mozárabes acreditarían la continuidad del pueblo español ante los invasores, que finalmente terminarían españolizados.

    Historiadores de la talla de Pierre Guichard han demostrado la fragilidad de estos planteamientos. La conquista islámica cabalgó a lomos de las discordias entre los visigodos. Potentados de la importancia de Teodomiro de Orihuela conservaron su ascendiente con vigor.

    Las comunidades cristianas comenzaron a perder peso en el siglo IX ante los avances de la cultura árabe e islámica y por la ausencia en varios puntos de obispos, según planteamientos de Míkel de Epalza y Enrique Llobregat. La celebérrima protesta de los mártires de Córdoba ha sido interpretada como el grito de desesperación de una cultura tardorromana en decadencia.

                            

    En el fondo las protestas contra los emires de Córdoba tuvieron mucho de antifiscal y de autonomismo, en las que participaron gentes de condición religiosa muy variada. El alzado del Estado islámico en la Península resultó tan laborioso como conflictivo en una época en la que los grandes imperios se conducían como gigantes con los pies de barro.

    El sistema de tolerancia no funcionó mal pese al ardor de movimientos como el almorávide y el almohade, y los poderes andalusíes aceptaron igualmente comunidades cristianas neomozárabes compuestas por mercaderes u hombres de armas. El modelo no dejó de influir en las sociedades cristianas coetáneas, demostrando que ciertas formas de organización inspiradas por el nacionalismo no siempre son las más idóneas para la convivencia.