¿LA EXCEPCIONALIDAD HISTÓRICA DEL ORDEN CHINO? Por María Berenguer Planas.

27.05.2015 07:31

                La civilización china ha experimentado una larga y compleja evolución a lo largo de la Historia. Los europeos, sin embargo, la han contemplado bajo unos rasgos de permanencia no exentos de cierto inmovilismo. Desde el imperio de los Han, del siglo III antes de Jesucristo al III de nuestra Era, China adquirió unos rasgos que la acompañarían hasta los albores del siglo XX.

                

                China estaría bajo el dominio de un emperador provisto de amplios poderes y considerado el representante del orden celestial. Un cuerpo de funcionarios, los mandarines, meticulosamente seleccionados lo administrarían a través de un complejo sistema de administración piramidal. La aristocracia dependió de la fuente del poder imperial para disponer de ricas propiedades y de grupos de servidores. El pensamiento confuciano imprimió moralidad en lo teórico a un sistema de gobierno y político que se consideraba por encima de la mezquindad de la simple exacción de recursos. La cultura china, muy ritual, alcanzó un gran refinamiento en muchas manifestaciones de la vida cotidiana. La creatividad de los chinos resultó muy notable en determinadas épocas, lo que benefició enormemente a la producción agrícola y artesanal. China se reconcentró en sí misma a partir del siglo XVI y fortaleció enormemente su sentido de la superioridad frente a los extranjeros. Su xenofobia resultó al final proverbial y entre los siglos XIX y XX encajaría un durísimo golpe a manos de los expansionistas europeos y de los conquistadores japoneses.

                Los estudiosos occidentales han comparado sus sociedades con la china y han tratado de aplicar las categorías de su experiencia histórica a China, a veces de manera muy forzada.

                

                Una primera propuesta, en el fondo nacida de la observación de la vida india, defiende la singularidad china en relación a Europa. Es la del modo de producción asiático marxista. Al requerirse el trabajo en común para aprovechar las aguas continentales y hacer avanzar la labranza, se forjó un poder omnímodo que embridó la plena propiedad privada de la tierra. Carentes de incentivo, los campesinos se encontraron durante siglos sometidos a un régimen fiscal muy gravoso, que frenó la evolución social.

                Otra ha intentado resaltar las semejanzas entre ambas. China también conocería un régimen feudal nacido de la disgregación de la autoridad imperial en varias ocasiones y la vieja aristocracia sería suplantada por una nueva más atenta al arrendamiento del terrazgo.

                Lo cierto es que estos grandes planteamientos se han basado en observaciones muy superficiales que no ofrecen una cumplida idea de la riqueza histórica de la sociedad china. El primer imperio se forjó tras un laborioso y tortuoso proceso, no prefigurado por la geografía. Los campesinos alzaron su voz ruidosamente en varias ocasiones. Los conquistadores extranjeros como los mongoles o los manchúes también determinaron decisivamente la vida histórica china. El refuerzo del tradicionalismo fue una estrategia de dominación muy querida por tales conquistadores. Ni China vivió en el inmovilismo ni su experiencia histórica yació aislada.

                Las conquistas y los conquistadores influyeron poderosamente en la dinámica social como en otros puntos del Viejo Mundo. Ciertamente su comercio no alcanzó las dimensiones del europeo entre los siglos XVI y XVIII, pero la presencia de importantes colonias chinas en las Filipinas españolas y en muchos países actuales demuestran que el juicio de Montesquieu sobre la capacidad empresarial china no era errado. Al fin y al cabo China no ha sido tan distinta, excepto cuando se ha tratado de construir la imagen de un país mítico muy alejado de la realidad, el de los ensueños de Marco Polo. La globalización nos debería de acercar más a la Historia más auténtica.