ANA BOLENA NO FUE PARA TANTO. Por Gabriel Peris Fernández.

06.03.2015 07:53

                

                La separación de Inglaterra de la obediencia de la Santa Sede siempre ha llevado a escena al libidinoso Enrique VIII y a su amada y más tarde decapitada Ana Bolena, la madre de Isabel I. Al no tener el pantagruélico rey un heredero varón puso sus ojos en aquélla, solicitando infructuosamente del Papa el divorcio de Catalina de Aragón. Innumerables libros y películas de desigual calidad han tratado sobre el particular.

                Ana sería tan determinante como Eva para la Historia de las islas Británicas. Su tentadora figura tiró por la borda el reino aconsejado y gobernado por altas dignidades eclesiásticas, encabezado por un monarca humanista que refutó con seriedad a Lutero. No resulta extraño que en los países católicos se impusiera la imagen distorsionada de una mujer fatal capaz de provocar la perdición.

                Lo cierto es que la Reforma tuvo hondas raíces en Inglaterra, con precursores tan conocidos como Wycliffe (1320-84), punto de arranque del movimiento lolardo. A comienzos del siglo XVI las críticas al estado moral del clero se conjugaron con la pretensión de la monarquía de hacerse más fuerte, una realidad que también se dio en el resto de la Cristiandad.

                En 1514 el mercader de Londres Richard Hunne fue encarcelado por lolardo al negarse a pagar dinero alguno a los sacerdotes por el sepelio de su hijo, resultando asesinado en prisión sin aguardar la sentencia del tribunal, lo que indignó vivamente a muchas gentes del estado llano y a no pocos jueces, que consideraron menoscaba la ley por el proceder de la Iglesia.

                El Acta de 1512 privó a los clérigos ordenados de menores de la inmunidad eclesiástica, prolongándose en 1515 por el Parlamento, lo que ocasionó no escasas iras entre ciertos miembros de la Iglesia.

                En el fondo se trataba de dilucidar quién mandaba verdaderamente en Inglaterra, el rey o la Iglesia, una punzante cuestión que ya se planteara con crudeza con Enrique II y Thomas Becket a mediados del siglo XII. La Reforma fue una oportunidad de zanjarla, aunque a veces se haya tratado de esconder bajo las faldas de Ana.