ARTUR MAS PONE LA FRONTERA EN LA JUNQUERA. Por Gabriel Peris Fernández.
Pasado el Pilar la temporada taurina toca a su fin en la Península. Los aficionados esperaban que se estirara más allá de Todos los Santos, pero en Barcelona los empresarios de la plaza parecen haber dejado sin festejo al respetable. El maestro ha cobardeado sin llegar a tablas, y el 9 de noviembre los catalanes se quedan sin votar por todo lo grande.
El sucedáneo con el que trata de dar gato por liebre es vergonzoso. Sólo falta que los votantes se lleven desde su casa el voto hecho con cartulina y rotulador, ejemplo atávico de ahorro. Entre la hinchada patriotera el enojo es más que notable. Entre los españoles que deseábamos modificar la Liga también. ¡Cosas de la vida! Cuando te ponen la miel en los labios…
Ante todo una pregunta, ¿por qué don Arturo no juega a Companys? ¿No quiere que le dediquen una estatua biónica en el futuro? ¿Teme que su monumento arrostre la triste suerte del de Pujol el Grande? Quizá dentro de un siglo no existan las palomas.
Pero mucho nos tememos que los palomos sí, junto con las ganas de hacer el canelo. El partido de Ramón Berenguer I ha jugado a la guerra para salvar el cuello. Una cosa es amenazar a la morisma desde la ciudad condal y otra muy distinta conquistar sus ciudades. Junto al miedo humano también encontramos la humana codicia. ¿Qué pasaría si dejara de llegar el oro de las parias? Muchos de sus seguidores partidistas negocian en ambos mundos. El intrépido Duran no se resigna a decir adiós a los Madriles.
Socialistas e iniciativos se apuntaron a un bombardeo con tal de no perder comba. Si algún día la Cataluña catalana se convirtiera en imperio, ellos también querían pastorear. Ahora la espantada del Mas les ha permitido echarse atrás.
Quedan ahora los verdaderos independentistas, una masa más o menos mesocrática que ahora dice preferir a la ERC, pero que ha votado tradicionalmente a CiU, y que volvería a votarla tras unos meses de diligente gobierno de la ERC. Renan sostuvo en cierta ocasión que la nación era un plebiscito diario. De haber conocido a Mas habría añadido que también un gallinero continuo con el pretexto del referéndum. Del nacionalismo y sus políticas sólo puede esperar el pobre mortal dolorosa estupidez.