AUGE Y CAÍDA DE UN FINANCIERO, LAW. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

17.11.2014 13:30

 

                Una de las manifestaciones más visibles del espíritu capitalista ha sido el deseo de conseguir ganancias a través de la inversión de capitales. En la Europa del siglo XVII caballeros, viudas acaudaladas, comerciantes e instituciones religiosas lograron pingües rentas del préstamo de dinero a particulares, municipios y monarquías desde Portugal hasta Polonia.

                En las Provincias Unidas de los Países Bajos la vida financiera adquirió una relevancia especial durante aquella centuria con la creación del Banco de Amsterdam y notables compañías de comercio colonial, capaces de captar el dinero de grandes y pequeños inversionistas.

                Allí fue a parar nuestro hombre, el escocés John Law, que nunca entendió por qué no se emitían acciones por encima del número real de interesados. Razonaba que la esperanza de lograr beneficios de muchísimos dispensaría una lluvia de dinero no sólo capaz de encubrir el descubierto, sino también de rendir una suma todavía mayor.

                Encontró Law su tierra de promisión en la Francia de la regencia del duque Felipe de Orleans, varón tan disoluto como amante de las artes y de los refinamientos cortesanos que gobernó el reino entre 1715 y 1723 en nombre del mozo Luis XV, biznieto de Luis XIV. El Rey Sol había dejado una Francia extenuada por las guerras y con un tesoro exhausto. Agrupados en poderosas compañías y convenientemente situados en las instituciones, los grandes financieros exigían elevados intereses, que se cobraban muchas veces quedándose con la recaudación de los impuestos.

                Su elevación podía ocasionar desagradables protestas al regente, muy poco dispuesto a economizar renunciando a sus lujos. John Law parecía ofrecerle la solución a semejante callejón sin salida.

                                                          

                Los dominios franceses en el interior de Norteamérica le sirvieron de excusa, en un tiempo en que el mercantilismo ponía en valor la explotación de los dominios coloniales como medio para allegar metales preciosos, y en el que los exploradores de Francia alcanzaban la desembocadura del Mississippi desde tierras canadienses. Hizo correr el avispado escocés el rumor que en la poco conocida cuenca del Mississippi se habían descubierto minas de oro.

                Ahorradores e inversionistas se sintieron subyugados: Francia había dado con El Dorado y ellos disfrutarían de sus tesoros. Law organizó la cascada de peticiones siguiendo el modelo neerlandés. Tras la creación de un Banco al efecto, fundó la Compañía de Occidente. Se emitieron billetes y acciones que alcanzaron una enorme popularidad.

                Los resultados eran óptimos en apariencia. Las sumas de dinero sirvieron para saldar muchas deudas de elevado interés. Las finanzas reales gozaron del alivio. No en vano el escocés fue encargado de supervisarlas oficialmente.

                Sólo existía un pequeño inconveniente. Del oro del Mississippi no se había visto el brillo más mínimo, y algunos comenzaron a temerse lo peor. El pícaro Law llegó a proveer a mendigos con palas para que recorrieran París diciendo que iban a por el tesoro norteamericano.

                Las añagazas sirvieron de poco. Pronto los tenedores de billetes y acciones se presentaron exigiendo su canje en dinero efectivo. El engaño se destapó y la burbuja pinchó, como diríamos hoy. En 1720 Law huyó dejando el crédito del Reino por los suelos y la inflación disparada por el abuso más que notable del papel moneda, sin el respaldo suficiente de metal precioso.

                El escocés murió pobre en Venecia en 1729. Antes, en 1723, había fallecido el duque de Orleans sin privarse de nada. Su regencia sería sinónima de delincuencia financiera, algo que todavía sufrimos con la anuencia de sus émulos.