BRUJERÍA Y ORDEN MONÁRQUICO EN CATALUÑA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La brujería llegó a ser una obsesión para muchas de las autoridades de la Europa del siglo XVII, como en la Inglaterra zarandeada por las luchas revolucionarias. En la Europa católica la caza de brujas no llegó a los extremos de la protestante, pero tampoco estuvo ausente. A veces se ha apuntado que territorios fronterizos como los del Norte de Navarra fueron propicios al complejo fenómeno que llamamos brujería, mezclándose en la persecución las razones políticas con las religiosas. En el caso catalán, ciertas consideraciones políticas atemperaron los rigores de la cacería.
Dotado de leyes e instituciones propias dentro de la compleja Monarquía hispánica, Cataluña mantenía a comienzos del siglo XVII una delicada relación con la autoridad real, la del conde de Barcelona, monarca de otros reinos. Toda afirmación categórica o violenta de aquélla podía dar pie a una protesta formal, algo poco deseable por la vecindad de Francia y la peligrosidad de las aguas mediterráneas, surcadas por naves berberiscas.
Lo cierto es que en 1620 el problema de la brujería en Cataluña había llegado a conocimiento de Felipe III, ya en el ocaso de su reinado. Las noticias de casos de brujería habían proliferado desde el Sur del Principado a los condados del Rosellón y la Cerdaña, de tal modo que se dirigió a su virrey, el duque de Alcalá. Al haberse generalizado mucho el problema, a su entender, se inclinó por una actitud clemente. Se otorgaría un perdón general, y sólo se aplicarían medidas más severas contra los que persistieran en sus prácticas.
No había intención de alzar los ánimos por tal cuestión. Sin embargo, tal proceder no rindió los frutos apetecidos. La autoridad real solicitó entonces informes al episcopado catalán sobre la situación en sus diócesis. El obispo de Solsona apuntó que un tal Tarragó iba por las poblaciones de su diócesis ordenando desnudar mujeres por su gusto, con el pretexto de descubrir en su cuerpo señales de brujería. El obispo ordenó su detención. También aminoró la gravedad del problema, al reconocer que un inquisidor trató a una mujer que había confesado falsamente ser bruja,
Según el criterio de más de un alto eclesiástico, el diablo se aprovechaba de la debilidad de personas viejas temerosas de tormentos, lo que no evitó que entre 1626 y 1627 se sustanciaran bastantes procesos en Cataluña, llegándose a atribuir al brujo francés Llorenç Calmell tanto mal. Se había ofrecido dinero a las autoridades para evitar la horca y las parcialidades acusaban falsamente a sus contrarios, en unas tierras que inquietaban el orden monárquico.
Para saber más.
Joan Reglà, Els virreis de Catalunya, Barcelona, 1987.

