CALIFORNIA Y LA LUCHA HISPANO-BRITÁNICA POR EL PACÍFICO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

25.12.2016 21:45

 

                A finales del siglo XVIII, cuando en Francia estallaba la Revolución, España y Gran Bretaña se encontraban enfrentadas en el Pacífico. Desde el puerto de San Blas los navegantes españoles habían alcanzado en 1774 la isla de Nutka, pero en 1791 tuvieron que suscribir un convenio con los británicos por el que la abandonaban a su dominio para evitar una guerra. Temporalmente aliadas frente a la Francia revolucionaria, las dos potencias no depusieron su rivalidad.

                Desde Nutka los británicos amenazaban la seguridad del Pacífico español entre la Alta California y Lima, de Guayaquil a Manila. La comunicación del virreinato de Nueva España con las Filipinas peligraba. La llegada de naves británicas e incluso estadounidenses y danesas añadía no pocas zozobras y no menores preocupaciones.

                El marqués de Branciforte, uno de los peor considerados virreyes novohispanos y partidario de Godoy, fue advertido en julio de 1795 del peligro de guerra con Gran Bretaña. Consideró clave el reforzamiento de California para mantener el imperio español en el Pacífico y el 26 de junio de 1796 presentó sus planes a Godoy, el príncipe de la Paz.

                California debía ser colonizada con mayor ímpetu. Como los súbditos del rey de España que habían abandonado Santo Domingo tras su entrega a Francia marcharon a Trinidad y a Cuba, optó por otros pobladores.

                Se puso en contacto con los intendentes de Guadalajara, Zacatecas, San Luis de Potosí, Valladolid y Guanajuato para atraer a familias pobres de castas limpias y de buenas costumbres, según los prejuicios de su tiempo. A estos colonos mestizos se añadirían los soldados inválidos propuestos por el brigadier Nemesio Salcedo, coronel del regimiento de la Corona, fijo en la Nueva España. Siguiendo patrones que a veces se remontaban a los romanos, la monarquía les proporcionaría tierras, simientes y protección. Se les recomendaría que cultivaran el cáñamo.

                Consciente de las dificultades del llamamiento, el propio virrey pensó atraer gentes de las Canarias a California, a los que consideraba tan pobres como honrados desde su época como comandante general de las islas, cuando destinó sesenta familias canarias a la costa de los Mosquitos, también disputada por los británicos.

                Un militar de su confianza, Francisco Vilches, se encargaría de su traslado a Veracruz. Desde San Blas todos los colonos partirían en buques reales a California según lo permitieran las circunstancias de la estación.

                El virrey tuvo en cuenta las noticias del gobernador militar de California, territorio en gran medida a pacificar. Las fuerzas de los presidios o puntos militares fuertes protegerían a los colonos de la hostilidad amerindia. Pueblos como los yumas se mantenían como mínimo renuentes desde sus rancherías y ya en 1780 habían dado que hacer a los españoles al atacar con furia poblaciones como la Purísima Concepción.

                Junto a los colonos y a los soldados, los misioneros completarían el avance español en tan extenso territorio. Se pensó establecer una misión dominica en el río Colorado y cinco franciscanas entre el presidio de San Diego y el de San Francisco.   

                Este ambicioso plan en parte pasaba por reforzar los apostaderos navales de San Blas y Acapulco, pero también por rechazar toda desvinculación de las Provincias Internas españolas en la América del Norte (en el Suroeste de los actuales Estados Unidos) del virreinato novohispano, pues todo movimiento hostil de amerindios o de los jóvenes Estados Unidos no podría ser repelido con igual eficacia ante la división del alto mando. Aquí también se hizo presente el interés del virrey de Nueva España por mantener la mayor extensión de su autoridad.

                El 18 de agosto de 1796 Godoy ajustó con el Directorio francés el tratado de San Ildefonso contra Gran Bretaña. Los aliados atacaron las posiciones británicas en Terranova a continuación, pero en 1797 los españoles perdieron la isla de Trinidad y encajaron una humillante derrota en el cabo de San Vicente. En julio del 97 los británicos, dirigidos por Nelson, fracasaron ante Santa Cruz de Tenerife, pero a principios de 1798 se temía que atacaran Manila.

                El de Branciforte lo descartó al estimar demasiado comprometidas en Europa a las fuerzas británicas como para intentar semejante operación en Asia, pero el 27 de febrero de 1798 volvió a insistir en la vulnerabilidad de California, al alcance de los británicos. Su conquista no se antoja fácil, pero la toma de uno de sus puertos entrañaba un gran riesgo para las comunicaciones con Filipinas e incluso para la estabilidad de la Norteamérica española. El peligro no era imaginario, pues a fines de 1799 los británicos animaron a los rusos a atacar California desde la península de Kamchatka. Se anunciaban las luchas por el dominio californiano del siglo XIX, pero esta vez sin España en el tablero de juego.