CASTILLA-LAS INDIAS, LAS INDIAS-CASTILLA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

06.05.2025 08:57

 

Gentes de Castilla que se encaminaron hacia las Indias.

El descubrimiento, conquista y colonización española de las Américas conforman un episodio trascendental de la Historia de la Humanidad, en el que se verificaron notables movimientos de población entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Los amerindios resultaron diezmados en muchas áreas americanas como consecuencia del sistema de dominación implantado por los conquistadores y por las enfermedades introducidas por ellos. Los europeos que tentaron la aventura indiana, muchos de ellos varones jóvenes, corrieron serios riesgos y dieron principio a un nuevo poblamiento en el que el mestizaje tuvo cabida. Desde el África subsahariana, a través del Atlántico, llegarían miles de esclavos negros arrancados violentamente de sus tierras originarias. El mundo ya nunca volvió a ser el mismo tras 1492.

Los españoles interesados en pasar a las Indias tuvieron que solicitar el permiso correspondiente a la corona a través de la Casa de la Contratación establecida en Sevilla, la puerta de América durante los siglos XVI y XVII. La monarquía intentó evitar a toda costa el paso de individuos considerados indeseables, como judíos y musulmanes. Tales disposiciones restrictivas y discriminatorias originaron una voluminosa documentación, que permitió a Boyd-Bowman elaborar su índice geo-biográfico de los españoles pasados a Indias entre 1493 y 1539.

Su estimación de 17.961 embarcados se ha considerado escasa, ya que no ha tenido presente el pasaje ilegal, pero su distribución geográfica parece bastante correcta en líneas generales. De claro predominio castellano, destacó la aportación del reino de Sevilla y de las tierras de Extremadura a la empresa americana. Esta sui generis Vía de la Plata tuvo importantes prolongaciones hacia Toledo, Valladolid y Burgos. Dentro de Castilla la Nueva la provincia que menos personas aportó fue Cuenca, con 165 frente a las 212 de Guadalajara, las 329 de Ciudad Real, las 395 de Madrid y las 958 de Toledo. Los intereses de los conquenses se orientaban más hacia el arco mediterráneo.

Entre los expedientes de la Casa de la Contratación se localizan muchas personas que llevaron el apellido Requena, pero en su mayoría fueron originarias de tierras andaluzas y extremeñas precisamente. Los requenenses ganaron importancia en el pasaje entre los siglos XVI y XVII.

La América a la que viajaron ya no era aquella tierra de conquista de los primeros tiempos, sino las Indias más o menos organizadas por la administración real, que había quebrantado el orgullo de los viejos conquistadores. El enorme despegue de la minería en Nueva España y Perú fortalecía el comercio y el crecimiento de las haciendas en manos de los españoles americanos, entre los que ya apuntaba el criollismo, cuando ya se notaba el declive de la población amerindia en toda su magnitud. Aquellas Indias ganaron autosuficiencia en relación a una España en la que ya se experimentaban los primeros síntomas de la crisis del XVII, como muy bien apuntara John Lynch.

En 1592 viajó hacia allí el requenense de treinta y cuatro años Juan de la Cárcel. La aventura indiana ya había tentado a su progenitor, de igual nombre y casado con Catalina Pérez, que falleció en el reino de Nueva Granada, la actual Colombia en líneas generales.

Juan tuvo que someterse como el resto de los españoles a las pesquisas de las autoridades locales, entre las que sobresalió el alcalde mayor, para dar fe de sus antecedentes familiares y de su condición de cristiano viejo, una categoría muy celebrada en la Castilla de la limpieza de sangre. Al final obtuvo permiso para trasladarse y estar en el Perú por tres años en calidad de criado de Andrés Rubio, natural de la localidad conquense de Villamayor de Santiago, para cobrar una herencia. América atraía con sus riquezas a los familiares de aquellos que ya se habían afincado allí, que en sus peripecias procuraron contar con la confianza de la cercanía geográfica, del paisanaje y de la vecindad, lo que no dejaría de influir en la sociedad indiana, tan saturada de conflictos entre españoles de dispar procedencia.

El cursus honorum también llevó a las Américas a muchos españoles servidores del rey en la administración. Tal fue el caso del licenciado don Juan de la Celda, nombrado alcalde del crimen en la Audiencia de Lima. Pasó a su nuevo destino acompañado de una nutrida compañía de personas de confianza y de criados, entre los que hubo muchos requenenses, como Catalina de la Celda, una mujer que según las averiguaciones del alcalde mayor de Requena Alonso Hurtado formaba parte de las familias de regidores de la villa, con algunos agraciados con la distinción de familiares del Santo Oficio en Valencia, muy apreciada en la época como bien ha apuntado José Alabau en su estudio sobre la Inquisición en nuestras tierras.

Otros que pasaron a las Indias en su séquito, en calidad de criados, fueron Pedro Ferrer Domingo (hijo de Juan Ferrer Domingo y Catalina Pedrón), Andrés Ramírez (cuya madre era Quiteria de la Celda), Francisco de Cabriada y Juana Martínez de Espejo.

Don Juan se rodeó de personas de su ambiente social y familiar con la intención de convertir Lima en su particular Requena del Nuevo Mundo, en la que aquellos requenenses intentaron ganar fortuna como otros muchos españoles de su tiempo.

Productos de las Indias que arraigaron en Castilla.

Internet se ha erigido en la autopista de la globalización y todo tiempo anterior se nos antoja rudimentario. Sin embargo, este mundo hunde sus raíces en los históricamente precedentes, en el de las grandes navegaciones que pusieron fin al de las civilizaciones separadas.

No se trata el presente de un artículo de historia virtual, de lo que podía haber sido y no fue, a la que tan aficionada es la historiografía anglosajona. Aquí no se retuercen los giros del destino en otro sentido diferente al que aconteció.

Las navegaciones, exploraciones y asentamientos ultramarinos de portugueses y españoles cambiaron el mundo. Personas, enfermedades y productos de origen distinto cruzaron el Atlántico en ambas direcciones. Si los españoles llevaron a América su trigo y su ganado, de allí se trajeron productos tan emblemáticos como el chocolate o el maíz.

Su difusión en la Península no se produjo de la noche a la mañana, y se tomó su tiempo, cuando se acreditó su utilidad económica y social. En la Requena de 1622 no encontramos todavía grandes novedades americanas, pero en la de mediados del siglo XVIII el cambio ya era perceptible.

Se cultivaban calabazas y maíz. En el pedazo que en la Fuente de las Pilas poseía el regidor Juan Marín se producía la mitad cereal y la otra mitad habas secas en una cuarta parte, bajocas en otra, maíz y mijo en otra, y en la restante cuarta parte melones, calabazas, cebollas y nabos. La misma proporción la observó el labrador de caserío Juan de Rojas en su pedazo en el camino de Iniesta.

Calabazas y maíz tienen la virtud de adaptarse a distintos tipos de suelo, además de evitar entonces ciertos pagos embarazosos. En 1748, el procurador de la toledana Lillo pleiteó contra el cura por querer cobrar diezmo de tomates, calabazas, cardos, berzas y otras legumbres. Al año siguiente, la Real Audiencia de Valencia recordó al barón de Beniparrell que no podía exigir más allá del 11% de partición de calabazas, melones, verduras o hierbas.

Desde el siglo XVII, los cultivadores requenenses (en especial los más modestos) sabían que los malos años podían capearse mejor si se vendía fruta en el mercado local. La roturación, que cobró fuerza en el XVIII, abrió nuevos horizontes y aquella ventaja se empleó a conciencia. Un poco después, el éxito de las patatas dio fe de ello.

Los comerciantes no les fueron a la zaga, especialmente los merceros, vendedores de gran cantidad de productos y reconocidos como tipos prósperos en la España de los Austrias. Con sesenta y dos años en 1753, Santiago la Calle vendía en su mercería cacao, chocolate labrado, azúcar y canela, además de faldares de lana y telas de lienzo delgado. Sus ganancias anuales eran de 3.000 reales, que no eran moco de pavo, cuando el citado Juan de Rojas ganaba 300 como sirviente de labrador.

Otro que siguió los pasos de Santiago fue Domingo Flor, con cuarenta y cuatro años. Además de dispensar en su mercería y especiería chocolate labrado, canela, aguardiente, aceite, acero, cintas de seda, lana y seda blanca, también con utilidades de 3.000 reales, vendía al por menor tabaco, otro conquistador americano en toda regla, a real y medio de ganancia.

Los productos americanos rendían sus buenos dineros y bien merecían la inversión de los emprendedores, además de ofrecer nuevos placeres a una sociedad que estaba cambiando, la de la Requena sedera que iba dejando atrás la del protagonismo de las dehesas, donde la novedad era bien recibida.

Cuando los españoles llegaron a América, a las Indias, descubrieron mucho más que un mundo nuevo, pues accedieron a una enorme cantidad de sabores y sensaciones hasta entonces desconocidos por ellos. El chocolate elaborado a partir del cacao pronto conquistó a los conquistadores: pizpiretas damas y religiosos severos lo tomaron con gusto, ya por placer, ya por no faltar a los ayunos. Al rey chocolate pronto acompañaron en animada corte otros suculentos príncipes y princesas, como la canela, viajera desde Asia a América. Con semejantes compañías, las penas no lo eran tanto. El padre Joan Andrés Coloma pidió en 1711 encarecidamente al duque de Gandía chocolate y dinero, mientras los miqueletes le hacían la vida difícil. Fue tal el auge del chocolate que en ciudades como Barcelona se crearon Colegios de Drogueros y Confiteros.

A Requena también llegó tan golosa tendencia, pues sus gentes se mostraron mucho antes de 1492 proclives a lo dulce. La apicultura tenía entre nosotros una gran tradición y en la Baja Edad Media se documenta con fuerza. Más tarde, el azúcar también haría fortuna y en 1638 los más afortunados de sus vecinos se permitieron confituras, azúcar y chocolate, un lujo en el hambriento siglo XVII. Los refrigerios caballerescos de solemnidades como las del Corpus se honraron con su buen chocolate.

El negocio del dulce hizo fortuna entre nosotros y entre los géneros vendidos en 1788 por un comerciante como Juan Sánchez no faltó el chocolate, el azúcar, higos, pasas, piñones y almendras, además de otros muchos. Los beneficios eran no menos sabrosos, pues en aquel mismo año se vendió en la villa chocolate por valor de 6.525 reales, canela por 3.750, dulces secos por otros 3.750, cacao por

2.400, turrón por 1.500, almendra por 1.350, confites por 1.125, bizcochos por 816 o caramelos por 500. Considerando todos los géneros los beneficios sumaban los 28.710 reales, un poco más de la tercera parte del valor del encabezamiento de las rentas provinciales como las alcabalas o los millones.

Fuera de la villa, en los extensos términos requenenses, el gusto por el dulce no era menor y rendía al comercio unos provechosos 5.991 reales, aunque aquí la primacía la ostentaba el turrón, seguido de los confites.

Tanto dulce, sin embargo, tenía su componente amargo. En 1767 el confitero y cerero Joaquín Rama se quejó de pagar comparativamente más alcabala que muchos fabricantes y mercaderes de seda. Pretendió alcanzar una gracia que beneficiaba a algunos comerciantes y arrieros que iban a Valencia. En su tienda vendía chocolate, cacao y azúcar. Se valoró tales géneros extranjeros en 1.800 reales y en 400 el montante de la alcabala. El erario regio consumía otras golosinas igualmente suculentas.

Fuentes.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

Diversos, Sástago, 208 (E), 069.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Expedientes de formación del encabezamiento y de los frutos civiles, 1785-1811 (nº 4726).

Respuestas particulares del Catastro del marqués de la Ensenada, 2839 y 2855.

ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

Consejos, 26978, expediente 10.

ARCHIVO GENERAL DE INDIAS,

Casa de la Contratación. 5235, N.2, R. 42.; y 5350, N. 1.