CASTILLA SOMETIDA A PRUEBA EN EL ESTRECHO DE GIBRALTAR.

18.02.2018 17:07

                Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                En 1252, cuando daba comienzo el reinado de Alfonso X, los castellanos se alzaban triunfantes. Habían conquistado desde Alicante a Sevilla, sometido a vasallaje al señor musulmán de Granada y pensaban pasar el Estrecho para extenderse por tierras africanas. Allí, el poder almohade fue dejando paso al de los benimerines tras no pocas evoluciones. En 1244 se hicieron con el dominio de Fez y de Marrakech en 1269. Dos grandes poderes se acabaron enfrentando en las aguas del Estrecho, surcadas por naves de distintos pabellones. El emirato de Granada se encontró en medio de tal duelo, al que no fue indiferente de ningún modo la Corona de Aragón.

                Entre mayo y junio de 1262 se entrevistaron en Jaén y Sevilla Muhammad I de Granada y Alfonso X. Al musulmán le hubiera sido grato reducir a su dominio Ceuta, algo que no consiguió. Además, el monarca castellano le pidió Tarifa y Gibraltar como bases para su flota. Aquel año los castellanos conquistaron Niebla y definitivamente Huelva, y en 1264 a los benimerines Cádiz, repoblada por gentes de la cornisa cantábrica y dotada de franquicias mercantiles y fiscales para animar a la navegación. Muchos lo consideraron los prolegómenos de la empresa conquistadora de África.

                Muhammad I, inquieto, buscó la alianza con el Túnez de los hafsidas e incluso de los benimerines más cercanos, a pesar de los riesgos. Animó la rebelión de los mudéjares de la Corona de Castilla, desde la Andalucía bética a Murcia, pero en 1266 su intento de cambiar la balanza hispana del poder fracasó. Alfonso X había derrotado a las comunidades del valle del Guadalquivir, y había contado con la asistencia de Jaime I en territorio murciano. Dentro de Granada también estalló la discordia.

                En 1273 Muhammad II subió al trono granadino, y al año siguiente no vio con buenos ojos la tregua con Castilla. Alfonso X se encontraba entonces pendiente del fecho del Imperio, y en la primavera de 1275 fuerzas benimerines desembarcaron en la Península. Del granadino obtuvieron Ronda, Tarifa y Algeciras. Con grandes bríos, cargaron contra las tierras de Jaén y Córdoba entre 1277 y 1278. Los reinos cristianos volvieron a verse amenazados, ya que la alarma alcanzó a tierras valencianas. Los Asqilula granadinos, linaje entonces opuesto al emir, entregaron en 1278 Málaga a los benimerines. En consecuencia, Muhammad II se inclinó hacia Castilla, que también contó con la ayuda de Aragón e incluso de Tremecén. Entre agosto de 1278 y julio de 1279 los castellanos asediaron Algeciras infructuosamente, ya que su armada fue deshecha por la de los benimerines. Donde se había erigido el campamento cristiano, los vencedores alzaron Al-Binya, nuevo núcleo urbano junto al antiguo de Algeciras. No obstante, su sultán Abu Yusuf tuvo que entregar Ronda y Málaga, además de prometer la cesión de Tarifa y Algeciras a Granada.

                Las espadas se mantuvieron en alto. La guerra civil castellana entre los partidarios de Alfonso X y el de su segundogénito don Sancho, que aspiraba a sucederle en el trono en contra del favor paterno por los infantes de la Cerda, dieron alas a las incursiones benimerines entre 1282 y 1283. Llegaron a alcanzar el área de Talavera y Toledo. Tarifa, Algeciras, Ronda y Estepona cayeron bajo su control.

                Cuando Sancho IV empuñó definitivamente en 1284 el cetro regio, Castilla se encontraba seriamente amenazada por el Mediodía por los benimerines, que atacaron con gran energía Jerez. De la ofensiva se había pasado a la defensiva. El nuevo rey acudió con sus tropas a Sevilla, y su flota arribó a Cádiz y al Puerto de Santa María con la intención de cortar las comunicaciones al ejército benimerín. El almirante mayor de Castilla era el gallego Pay Gómez Charino, de gustos poéticos, y el de Sevilla Pedro Martínez de la Fe. Se requirieron los servicios del genovés Benedetto Zaccaria, que fletó doce galeras a cambio de 6.000 doblas mensuales y de una heredad en Puerto de Santa María para defender la desembocadura del Guadalquivir. El camarero real Juan Mathé de Luna debió recaudar en fonsaderas y acémilas unos 20.000 maravedíes con destino a la flota. Ciertos concejos fueron liberados del pago de la fonsadera por su estado, pero entre varios concejos de la cornisa cantábrica se armaron hasta cien naves. A La Coruña, por ejemplo, le cupo armar una galera.

                Los benimerines terminaron retirándose y conservaron sus posiciones. El peligro había sido notable y podía volverse a presentar. En 1285 Rota recibió los beneficios de la almadraba para costear velas, escuchas o espías y atalayas para dar la alerta.

                En 1291 Castilla y Aragón firmaron el tratado de Monteagudo, en el que el río Muluya marcó el límite de las respectivas áreas de influencia en el Norte de África. Sancho IV decidió enfrentarse contra el imperio benimerín. En Castilla se pagó el equivalente de tres servicios a la corona, se transportaron por mar las máquinas o ingenios de asedio, y se animó a los negociantes a proveer con víveres a las tropas desplegadas. Se tuvieron que pagar muchos gastos antes de la llegada de las recaudaciones tributarias. Doña María de Molina, la enérgica esposa de Sancho IV, supervisó desde Sevilla la intendencia de la campaña. Desde Málaga se contó, por esta vez, con el abastecimiento granadino, ya que Muhammad II pensaba conseguir ventajas territoriales.

                El primer objetivo castellano era Algeciras, pero los consejeros del rey consideraron más oportuno dirigir el golpe contra Tarifa, al ser allí la mar más estrecha y encontrarse una mejor salida para los caballos de los sitiadores. En octubre de 1292 cayó en manos castellanas. Su alcaidía sería solicitada en 1293, por menor salario que el maestre de Calatrava, por don Alfonso Pérez de Guzmán, el caballeresco hijo bastardo de don Pedro Núñez de Guzmán que había sido soldado de fortuna en África a finales del reinado de Alfonso X.

                Al no recibir Muhammad II las seis fortalezas en la frontera que esperaba, volvió a ponerse del lado benimerín. Tarifa fue atacada en el verano de 1294 y defendida con indómita bravura por don Alfonso Pérez de Guzmán, conocido como el Bueno. Fundador de la casa de Medina-Sidonia, algunos autores lo consideran un ejemplo del auge de los grandes señores frente a los concejos en la frontera andaluza bajomedieval. Según es de sobra conocido, prefirió a la rendición de la plaza la muerte de su hijo, apresado por el infante don Juan, el tío de Sancho IV que había tomado partido por los benimerines. En tal circunstancia, las galeras aragonesas se habían retirado del Estrecho, al no mostrarse conforme Jaime II con sus condiciones de servicio.

                Con buen criterio sostuvo Mercedes Gaibrois que la enérgica entereza de Guzmán el Bueno hubiera sido estéril sin la tarea de organización de Juan Mathé. Solo las galeras genovesas contratadas costaron de diciembre de 1293 a mayo de 1294 unos 180.806 maravedíes. También se volvió a convencer, con dinero por medio, a los aragoneses para que prosiguieran colaborando. Los fondos, dado el esfuerzo anterior de las gentes, se consiguieron de manera extraordinaria: se llegó a pedir la ayuda de la Iglesia, y se tomaron préstamos por medio del canciller del sello Fernán Pérez de personas como Rodrigo Yáñez de Zamora. Los envíos de dinero tuvieron que ser custodiados, lo que añadía nuevos dispendios, pues los llamados golfines o cuadrillas de ladrones lo saqueaban en la ruta entre Toledo y Sevilla. La lucha por el dominio del Estrecho ya no pudo ser librada por la iniciativa de las huestes concejiles, al modo de cien años antes, sino que requirió de preparativos mayores, dignos de la conquista de Sevilla. Fue un avance de la logística de la España de los Austrias frente a los otomanos en el Mediterráneo.

                El azote del hambre y de la enfermedad en el Magreb obligó a los benimerines a retroceder momentáneamente. Los wattasíes del Rif, apoyados por Tremecén, se habían levantado contra la autoridad de su sultán Abu Yaqub Yusuf. En 1295 evacuaron Algeciras y Ronda a favor de Granada. Cuando Sancho IV falleció, sus consejeros habían puesto su vista en Algeciras y consideraron los gastos de la campaña, superior al millón de maravedíes, una suma que se acrecentaría más si se partiera desde cero, sin contar con el precedente esfuerzo.

                Durante la minoría de edad de Fernando IV, hijo de don Sancho, Castilla sostuvo una enconada guerra con Aragón, que secundaba las pretensiones de los infantes de la Cerda. Entonces Granada se puso del lado aragonés y Castilla no pudo atender en la misma medida a la lucha del Estrecho.

                Hechas las paces entre castellanos y aragoneses, se pensó en abatir al emirato de Granada. El nuevo emir Muhammad III consiguió conquistar la marinera y comercial Ceuta en mayo de 1306, dando un nuevo giro a la cuestión del Estrecho. Contra el incipiente poder nazarí se formó una variopinta coalición de Castilla, Aragón y el imperio benimerín, que entonces fortificó Tetuán. Conquistaron los benimerines Ceuta a los granadinos en julio de 1309 y abandonaron a continuación su alianza con los cristianos. En Granada se depuso a Muhammad III en favor de Nasr, al que los benimerines le reconocieron Algeciras y Ronda.  En aquel mismo año Guzmán el Bueno logró tomar Gibraltar, pero no Algeciras. Los aragoneses tuvieron peor fortuna ante los granadinos, pues en enero de 1310 alzaron derrotados el asedio de Almería.

                El dominio ceutí reforzó el poder naval benimerín. Regida por señores propios bajo la autoridad del sultán, sus marineros y piratas atacaron en 1316 a las naves castellanas en el Estrecho, durante la nueva minoría de edad real, la de Alfonso XI. Al año siguiente los benimerines asediaron Gibraltar. La caída de los infantes don Juan y don Pedro en la Sierra Elvira en 1319 supuso un duro golpe para Castilla. Por el momento se firmaron treguas a la espera de nuevas circunstancias.

                Víctor Manuel Galán Tendero.