CATALUÑA, ¿PAÍS DE ACOGIDA? Por Gabriel Peris Fernández.

22.12.2014 23:01

                

                Durante muchos años el nacionalismo catalán se ha llenado la boca, sin atragantarse, con un lema, el de Cataluña país de acogida.

                Muchos seres humanos embrutecidos de Iberia encontraban su tierra de promisión en el Principado, beatífica tierra capaz de lavar todas las máculas originarias. La proverbial laboriosidad y seriedad de los catalanes se propagaba a los españoles borrachines y vagos, que en todo momento recibían un beneficio no sólo económico, sino moral. Era la alegría de haber descubierto Cataluña.

                Como siempre hay ingratos, Cataluña a veces era criticada por mantener su extraordinaria personalidad por aquellos inmigrantes que no tenían muy claro que no se es de donde se ha nacido, sino de donde se pace.

                Tan ovejuna metáfora ya indica que la sumisión del recién llegado era lo correcto para los padres de la patria catalana. La aceptación del catalán como lengua familiar demostraba la conversión de los descarriados, a los que también se les pedía que comulgaran con las ruedas de molino nacionalistas.

                Lo cierto es que el catalanismo, que bajo el Pujolato ha presumido de integración, alberga un ideario de exclusión muy marcado. En 1886 Almirall diferenciaba a los castellanos semitizados, perdidos en la divagación, de los prácticos ejemplares raciales catalanes. Este racismo más o menos difuso ha sido embrazado por todos aquellos que han creído en la aptitud económica de Cataluña sin reparar en problemas históricos de estructura social, reduciéndolo todo al psicologismo de los pueblos más burdo.

                Además de dar pábulo a historietas sobre el pobre fabricante catalán que es incapaz de sacar adelante un negocio en Extremadura por la incuria de sus gentes, que se conforman con una miserable soldada para fundírsela en la taberna, este racismo ha empapado obras como la de Josep A. Vandellòs Catalunya, poble decadent de 1935.

                Muy influido por el pensamiento del demógrafo y sociólogo italiano Gini, autor de Las bases científicas del fascismo en 1927, opinaba En Josep que todo pueblo sólo garantizaba el mantenimiento de su personalidad, de sus esencias, a través de una fuerte natalidad, que evitara la entrada de elementos alógenos que lo desnacionalizara. Con mayor sutileza que Sabino Arana, ciertamente, plantea así el problema, que citamos siguiendo la edición de 1985 de llibres a l´abast d´Edicions 62 (pp. 58 y 102):

                “Catalunya té necessitat d´una población creixent amb major ritme encara que la de la resta d´Espanya, que avui en dia és ben prolífica, i que el catalans (…) no poden reproduir-se en quantitat suficient per satisfer la demanda de nous homes. El dèficit de la nostra producció humana cada vegada és més gran i exigeix contingents d´immigrants cada vegada més grossos. La invasió pacífica que sofrim ens és, per tant, necessària si hem de mantenir el ritme del nostre progrés. Si els catalans tinguessin la possibilitat de deturar-la i no augmentessin llur fertilitat, la decadència demográfica aniria seguida per la devallada de l´economia.

                “Si fos donat el poder triar, hauríem de fer-ho entre disminuir el benestar d´alguna generació de catalans que s´hauria de reproduir més ràpidament, o esperar resignadament una minva important de la nostra activitat económica en el futur. És l´etern problema del pobles decadents, que prefereixen l´interès present dels individus a la conveniència futura de la pàtria.”

                “Mentre els catalans, cada vegada més dividits i individualistes, anirem perdent la noció de les nostres millors essències, s´anirà formant una altra Catalunya amb gent més forta, més primitiva, plena d´una major vitalitat, que poc a poc anirà creant una nova pàtria que no será certament aquella de què hauran parlat els nostres poetes i que hauran volgut conservar els darrers polítics de la nostra raça.”

                Aquí no se aprecia la inmigración como un valor humano positivo, susceptible de enriquecer culturalmente una comunidad de personas, sino como un mal menor ante la amenaza de colapso económico. Casualmente los industriosos catalanes terminan dependiendo de los vagos españoles.

                Consciente del peligro patriótico, En Josep insta a sus compatriotas a reproducirse con determinación. A partir de 1980 este mandato no se cumpliría debidamente, y se dependió nuevamente de inmigrantes, incluso de más allá de las Columnas de Hércules. Por debajo de una sociedad aparentemente abierta florecería la exclusión social, el gueto y la excomunión a todos aquellos que no comulgaran con las ruedas de molino del catalanismo. ¿País de acogida? Campo de trabajo con pretensiones más bien esta Catalunya. El charnego es bueno como carne de cañón en la fábrica o en el proceso independentista, pero no para trasladarse por las moquetas. Al fin y al cabo la familia es la sagrada familia.