China ha sufrido graves problemas desde la temible hambruna de 1959 a 1962. Tal episodio fue el resultado de la imitación del modelo industrializador soviético y del descontrol del aumento de la natalidad.
Millones de seres humanos murieron, y cuando se demostró el desequilibrio entre población y recursos se siguió la política contraria. A partir de 1963 se dejó a un lado la industria a favor de la agricultura. La Revolución Cultural reprimió a todos aquellos comunistas chinos que no comulgaban con las tesis de Mao Zedong.
A la muerte del Gran Timonel las cosas empezaron a cambiar. Dheng Xiao-Ping modificó la situación con cautela. Se alió con los EE. UU. de Richard Nixon y empezó a animar la inversión extranjera. Poco a poco la economía de las comunas fue desmantelada, pero en 1989 se planteó un agudo problema: el deseo de libertades de una parte de la población. La feroz represión de la plaza de Tiananmen en 1989 lo zanjó abruptamente. La República Popular China no seguiría el camino de la URSS, y bajo el control del Partido Comunista único crecería en los siguientes años una economía de mercado con reducidísimos costes laborales, gran dispendio energético y altas tasas de crecimiento.