COLÓN FRACASA EN LA ISABELA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.09.2014 15:18

 

                El rey de Portugal Juan II no se mostró dispuesto a dejarse arrebatar la ruta hacia las tierras de las especias, y plantó cara a los Reyes Católicos, que consiguieron en 1493 del atribulado papa Alejandro VI la bula y donación para evangelizar las tierras a cien leguas al Oeste y al Sur de la línea de Azores y Cabo Verde. Los campeones de la Cristiandad en Granada ordenaron una segunda expedición.

                El deán de Sevilla Juan Rodríguez de Fonseca, que se convertiría en astuto conocedor de las cuestiones indianas, organizó una armada de diecisiete naos y carabelas. Acudieron hasta mil quinientos hombres entre caballeros, servidores, plateros, carpinteros, sastres y labradores seducidos por la promesa de riqueza y honores de las nuevas tierras. Los Reyes los retribuyeron al principio, y aportaron el dinero para comprar yeguas, vacas, ovejas, cerdos, asnos, así como trigo, cebada, legumbres, sarmientos, cañas de azúcar y otros frutos. Se pensaba fundar un nuevo establecimiento humano, allegándose ladrillos y cal para sus edificaciones. Doce clérigos cuidarían de su salud espiritual y emprenderían la obra de evangelización encomendada por el sumo pontífice, cuyo vicario fue el benedictino fray Boyl.

                El hombre que dirigiría la expedición no sería otro que el almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón, acompañado en esta ocasión por sus hermanos Bartolomé y Diego. Sus propósitos de navegación y comercio chocarían con los de los españoles enrolados.

                Un 25 de septiembre de 1493 partió la flota desde Cádiz, que siguió una ruta más meridional que en el anterior viaje para afirmar las pretensiones españolas ante Portugal. Se alcanzó la isla Deseada, llamada así por la necesidad de agua de los expedicionarios, y se prosiguió la singladura hasta el Puerto de la Plata de la Española y el Puerto Real. Allí Colón había dejado a treinta y ocho españoles en el fuerte de la Natividad, erigido con los restos de la Santa María, pero sólo encontró desolación. Más tarde se supo que las apetencias sexuales de los españoles hacia las amerindias habían ocasionado una feroz respuesta de sus hombres.

                Se abandonó tan funesto lugar, y los expedicionarios pusieron la primera piedra de la Isabela, así como la de la fortaleza de Santo Tomé en las minas de Cibao, cuya alcaidía se confió al comendador Pedro Margarit. Don Cristóbal creyó que lo tenía todo asegurado: los españoles comerciarían con los amerindios en su beneficio al estilo de la portuguesa San Jorge da Mina en la Guinea. El 2 de febrero de 1494 envió a España a Antonio Torres para que informara a los Reyes de las buenas noticias.

                El 24 de abril el almirante se haría a la mar con tres carabelas para ampliar sus horizontes de conocimiento geográfico. En su navegación alcanzaría la costa austral de Cuba, a la que consideró una península del continente asiático, y la isla de Jamaica.

                A su regreso a la Isabela las cosas no podían andar peor. Bartolomé y Diego no habían sido capaces de refrenar el ímpetu de los pobladores, que no se resignaban a servir al almirante. Maltrataron a los amerindios para conseguir metales preciosos. Al dejar de sembrar importantes extensiones de maíz los naturales, apareció el hambre. Las enfermedades del Nuevo Mundo comenzaron a lacerar a los españoles.

                Colón no se condujo precisamente con tacto, y gobernó la fundación con gran rigor. Ordenó ahorcar al aragonés Gaspar Ferriz. Encabezados por fray Boyl, los religiosos intentaron moderar tales severidades sin éxito. No contento con lo ejecutado, el almirante les retiró la ración a los hombres de Dios. El descontento ante tan tosca actuación fue formidable, y los Reyes enviaron a su repostero Juan de Aguado ante el aluvión de críticas. En el fondo estaban interesados en recortar las preeminencias del ambicioso almirante.

                En 1496 el aborrecido Colón regresó a España. Relataría a los Reyes en Medina del Campo las maravillas indianas, ofreciéndoles objetos de gran valor. Parecía a salvo, y en mayo de 1497 emprendió su tercer viaje, donde encontraría la condena de la prisión. El providencialismo colombino no llevó al Asia de Marco Polo, sino a un Nuevo Mundo que pronto escapó de su control.