CONTRABANDO EN LA EUROPA NAPOLEÓNICA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En 1806 Napoleón declaró el Bloqueo Continental contra Gran Bretaña y pareció alcanzar parte de sus objetivos en 1808, cuando el presidente Jefferson puso trabas al comercio estadounidense. Sin embargo, el empeño napoleónico no prosperó, entre otras razones por la importancia alcanzada por el contrabando.
Aunque difícil de cuantificar, el contrabando era una de las maneras de enriquecerse junto al suministro militar y la especulación con bienes del Estado. Los comerciantes estadounidenses establecidos en Malta estimaban que por el puerto de Trieste podían lograr beneficios del orden del 100 e incluso del 150 por ciento, introduciendo mercancías como azúcar y café. Malta era junto a Sicilia, Vis y Corfú uno de los principales puntos comerciales de los británicos en el Mediterráneo.
Si bien los puertos portugueses resultaron de enorme utilidad a los británicos, sus principales negocios se realizaron a través de los más cercanos de los Países Bajos. La presión francesa sobre los responsables holandeses tuvo como consecuencia el desplazamiento del contrabando hacia Hamburgo y Dinamarca a partir de 1810. Se llegaron a vender entre agosto de 1807 y diciembre de 1810 unas 150.000 autorizaciones de venta de productos de contrabando en Hamburgo, de tal modo que el café, el azúcar y algodón resultaron más baratos en Alemania, Suiza y Austria que en la Francia septentrional.
Cuando los napoleónicos endurecieron su vigilancia en el litoral báltico entre 1810 y 1812, los británicos utilizaron el mar Adriático y las rutas de los Balcanes. Se atacó en consecuencia a los piratas de Iliria, que entorpecían tal comercio, y el Danubio adquirió la relevancia que había tenido hasta entonces el Rin.
Se podía ganar bastante con el contrabando. Los Rothschild lo financiaron con gran provecho. Un contrabandista renano ganaba por cada viaje nocturno de 12 a 14 francos, mientras un jornalero sólo podía conseguir al día un máximo de uno y medio. En el Rosellón el jornalero podía alcanzar los tres francos, pero el contrabandista lograba 10 por viaje. Algo verdaderamente muy tentador.
Para saber más.
Stuart Woolf, La Europa napoleónica, Barcelona, 1992.
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