CROMWELL, UNA PELÍCULA DE DRAMA POLÍTICO.

22.12.2014 13:32

 

                En 1970 se estrenó en la gran pantalla Cromwell, protagonizada por Richard Harris y Alec Guinness como los dos oponentes fundamentales: Oliver Cromwell y el rey Carlos I respectivamente.

                La cinta se ve hoy en día con gusto, lejos de la puerilidad de ciertas producciones pseudohistóricas  recientes. La puesta en escena cuidada, la solidez de las interpretaciones  y el contenido de los diálogos nos remiten a la sólida tradición teatral británica, que tan buenos resultados ha dado en muchas películas y series televisivas.

                Cromwell también es un documento histórico. No de la Inglaterra de la Revolución, sino del Reino Unido de la década de inicios de los setenta, cuando su imperio pasaba a la Historia y los cambios sociales empujaban las reclamaciones políticas. En Irlanda del Norte la lucha se encarnizaba, y el terrorismo del IRA planteaba un difícil desafío al régimen parlamentario. Los interrogantes más acuciantes asaltaron a muchos ciudadanos británicos (e ingleses en particular). ¿En qué consistía ser inglés y británico? ¿El pueblo controlaba efectivamente el poder? ¿Cómo conseguir una nación más fuerte?

                La historiografía radical, de inspiración marxista, servía en aquel momento una interpretación novedosa de la Revolución de mediados del siglo XVII, superando anteriores visiones muy atentas a lo institucional. La transformación del mundo agrario inglés a partir de la Reforma generó notables tensiones sociales. Muchos campesinos fueron desposeídos de sus derechos comunales a manos de una nueva oligarquía rural. Caballeros y comerciantes se sintieron perjudicados por un gobierno real favoritista y autoritario. Contra Carlos I se alzó una coalición social que comprendía desde aprendices a caballeros acaudalados. Junto al debate parlamentario se desarrolló el social, erigiéndose la Revolución Inglesa en el antecedente de la Rusa.

                Cromwell, siguiendo el modelo de Espartaco, se muestra más radical que revolucionaria, y no sólo por las escenas de batalla, sino porque no insiste en las contradicciones sociales en exceso. Parcialmente da de lado al Christopher Hill del Mundo trastornado, y se centra en la intensa lucha política, planteándose varias cuestiones del máximo interés, que hoy en día también se abren ante nosotros. ¿Cuál es la interpretación correcta de la ley constitucional? ¿Quién la establece? ¿Cómo se puede lograr un pacto institucional? ¿Quién tiene capacidad para tomar el poder? ¿Es lícito su asalto por una minoría armada y concienciada? ¿Representa el Parlamento de políticos corruptos a la Nación? ¿Es necesaria una dictadura para enderezar la marcha del país?

                Tales preguntas son una especie de Guadiana que resurge periódicamente, y en Cromwell tienen una respuesta. El héroe de Carlyle puede mantener un sistema y cambiarlo ante la necesidad nacional. Cromwell es el reverso del dubitativo y sinuoso Carlos I. En la película de 1970 se le admira, pues se le presenta como un hombre forzado a retornar al Parlamento, a emprender la guerra civil, a ordenar la ejecución del rey y a tomar la máxima autoridad disolviendo el Parlamento corrupto. No hay asomo de ambición o de crueldad.

                Finalmente Inglaterra salió ganando con Cromwell, según esta cinta de 1970. Aquí no se apuntaba a ningún régimen revolucionario, sino hacia un sistema  y un deseo. El sistema es más el presidencialismo estadounidense que la monarquía parlamentaria británica, y el deseo es el de un estadista vigoroso y patriótico, sin remilgos. Este Leviathan tendría al final el nombre de Margaret Thatcher. Cromwell apunta más hacia la revolución conservadora que a la socialista, mirando los años de 1640 con los ojos de 1970.

                Carmen Pastor Sirvent.