CUANDO HALLOWEEN ERA SIMPLEMENTE TODOS LOS SANTOS. Por Carmen Pastor Sirvent.

31.10.2014 07:42

                Las cosas cambian muy deprisa, y los más viejos del lugar a veces no reconocen el mundo de su niñez. Todos los Santos ya se ha convertido en nuestro calendario en Halloween, la popular celebración del truco o trato de los jóvenes norteamericanos disfrazados de monstruos y brujas, de las calabazas de terrorífico semblante.

                En el mundo mediterráneo la celebración tiene hondas raíces, pues cuando era venido el tiempo de las cosechas los romanos tenían la costumbre de visitar a sus difuntos, los antepasados que tanta importancia tuvieron en su sistema familiar y doméstico, uno de los fundamentos de su expansiva civilización. El cristianismo, como otras tantas cosas, acogió bajo su manto aquélla, poniéndola bajo el patronazgo de todos los santos.

                Bien podemos decir que una parte del culto pagano a los muertos entró en nuestra cultura. Las gentes iban a visitar hasta comienzos del siglo XIX en España a sus difuntos a los cementerios parroquiales, donde se hacían ofrendas en su honor, cuyos beneficios más tarde se repartían entre los miembros de sus juntas, encargadas de su decoroso mantenimiento. En los atrios de las iglesias y de los conventos a veces se ejecutaba la famosa danza de la muerte, símbolo de la caducidad de toda gloria mundana.

                La figura del enterrador adquiría aquella jornada un especial relieve. Tenía el deber de asegurarse que todas las cruces se encontraban en buen estado, ya que las rotas eran un signo del Maligno. Allí las brujas y los diablos se habían dado cita para practicar todo género de excesos, haciendo quizá necesario que alguna que otra tumba fuera exorcizada. Los sepultureros tenían que esmerarse en cavar fosas lo suficientemente profundas y alisadas para evitar que algún cadáver sobresaliera de la tierra, pues entonces se creía que los cuerpos escupidos eran de condenados. En el área de Manresa se creyó que de las bocas de los difuntos surgían las raíces de los árboles de los cementerios, sirviendo de conexión con el Más Allá.

                Los toques de campanas y el consumo de frutos del bosque como las castañas acompañaban (y acompañan) a Todos los Santos. Las cuestaciones de frutos y dulces típicos a cargo de grupos de mozos servían para reconfortar los esfuerzos de la jornada y para sufragar más de un dispendio. El truco o trato no nos resulta tan ajeno.

                                                    

                Al mediodía los familiares habían preparado las casas y sus lechos para recibir a sus difuntos, creyéndose que si se demostraba especial dolor por su ausencia sus almas irían antes a la Gloria, abandonando el Purgatorio. Las luces de las velas y de los cirios guiarían su camino hacia el hogar de los suyos.

                Al atardecer se encendían hogueras en consonancia, costumbre que con razón se considera de origen celta. Hasta no hace mucho era costumbre la representación del Tenorio de Zorrilla, una de nuestras obras más populares del romanticismo, que en Reus se representaba en forma de baile con parlamentos, que Joan Amades consideraba con razón una derivación de las danzas mortuorias.

                Alcanzada la medianoche era creencia entre muchos que los sepulcros se abrían, y los muertos salían en procesión, excepto los ahogados en el mar. Se tenía en muchas comarcas por una gran temeridad transitar por despoblado en aquellas horas lúgubres.

                Al día siguiente se celebra a los Fieles Difuntos, con su característico toque de campana, glosándose las penas que en los infiernos aguardan a las almas de los condenados. Pese a todo se creía que durante aquella celebración extendida del primer al segundo día de noviembre se apagaban temporalmente las calderas infernales para dar reposo a todas las ánimas. Mezcla de tradición y creencia, de atracción y miedo ante el abismo del Más Allá, Halloween no deja de ser una versión de los simbólicos Todos los Santos, cuando debía evitarse todo casorio y pagarse ciertas contribuciones… Esta última una “tradición” aún vigente.