DE MOLINA DE LOS CABALLEROS A DE ARAGÓN.

28.02.2018 11:45

               Los castellanos medievales, del Norte del Duero a las Canarias.

                En 1293 un rey de Castilla, Sancho IV, se convirtió en el señor de Molina por su matrimonio con una mujer de la alta nobleza, doña María Alfonso de Meneses, más conocida en nuestra Historia como María de Molina. Desde 1321 el título se vincularía a la casa real castellana, que lo ostentaría en su titulación junto al del señorío de Vizcaya. Con casi 2.600 kilómetros cuadrados en la frontera con Aragón, Molina tenía una indiscutible importancia estratégica. Su historia no ha sido precisamente insignificante para la de Castilla.

                En principio no parecía que iba a formar parte de los dominios castellanos, pues fue tomada en 1128 por el expansivo Alfonso el Batallador, que ya tres años antes había prometido dos de sus mezquitas a la abadía de Selva Mayor de Burdeos. Lo cierto es que a su muerte muchos de sus proyectos se fueron al traste, y su hermano Ramiro II decidió entregarla a Castilla, que la perdió temporalmente ante los almorávides.

                El verdadero creador del señorío de Molina fue el mandatario o tenente de Medinaceli, don Manrique Pérez de Lara, que la conquistaría de manera definitiva en 1142. La organizó al modo de otros concejos de la Castilla de la época, otorgándole en 1145 su Fuero. Entre los siglos XII y XIII  se llegaría a estructurar Molina como una verdadera comunidad de villa y tierra al modo de Soria, Segovia o Ávila. Don Manrique autorizó a sus gentes a que a su muerte pudieran escoger el señor que más les placiera entre sus hijos y sus nietos, lo que ha llevado a Carlos Estepa a hablar en este caso de behetría, extendida más allá de las merindades del Norte del Duero. Molina sería un engarce entre el área de comunidades de villa y tierra y la de las merindades, ejemplo del carácter complejo de Castilla.

                La relevancia de la casa de Lara en la vida política castellana es muy conocida, lo que ayudó a la consolidación de este señorío fronterizo tan del gusto de la segunda mitad del siglo XII en la Península. Debajo de la autoridad señorial fue creciendo un grupo de caballeros locales, que muy posiblemente formaran su propia agrupación o cabildo en la segunda mitad del siglo XIII. Al principio el alcaide de su castillo, el merino o su deán debían de ser naturales, pero a partir de 1272 se adoptó un criterio más permisivo, bajo doña Blanca Alfonso y su marido don Alfonso Fernández, hijo natural de Alfonso X.

                En 1280 se dieron cita en Molina Pedro III de Aragón y su sobrino don Sancho de Castilla, en difíciles relaciones con su padre el Rey Sabio. Desde allí se instó a los concejos de los obispados de Cuenca, Sigüenza, Osma y Calahorra a proteger la frontera con Navarra.

                Molina, con tan encumbradas figuras y en posición tan apetecible, no se libró de las complicaciones que agitaron Castilla desde fines del reinado de Alfonso X. El pretendiente a su señorío don Pedro González, llamado el Desheredado, cedió sus derechos a don Fernando de la Cerda. Este pretendiente al trono castellano los traspasó a su vez en 1296 a su aliado Jaime II, junto a los de Requena y el reino de Murcia. Tal acto quedó en nada, pues doña María de Molina, hermana de doña Blanca Alfonso y reina regente de Castilla en dos ocasiones, hizo una brava defensa tanto del reino como de su señorío.

                Los monarcas de Aragón no se resignaron a ello. En 1361 Pedro IV instó a su hermanastro don Fernando a que irrumpiera en territorio castellano entre febrero y marzo con una fuerza estipendiada de 500 caballeros, 500 ballesteros, y otros 2.500 caballeros a asoldar en Castilla a cambio de la entrega del señorío de Molina, el reino de Murcia, Requena, Moya, Cañete, Cuenca, Beteta, Medinaceli, Almazán, Berlanga, Soria, Gómara y Ágreda. Al carecer de éxito, tal monarca ayudó a don Enrique de Trastámara para que destronara a su hermanastro Pedro I a cambio de la cesión de tales territorios, que hubieran alterado el equilibrio hispano en sentido favorable a Aragón.  Don Enrique se olvidó de sus promesas cuando subió al poder, y decidió entregar en 1366 Molina a Bertrand du Guesclin, el temido comandante de las compañías blancas que le había servido militarmente. Era una forma de neutralizar la pretensión aragonesa.

                Du Guesclin fue titulado duque de Molina, pero sus caballeros no se mostraron dispuestos a obedecer a otro señor que el rey de Castilla, más favorable a sus intereses. Molina pasó a llamarse de Aragón, en lugar de los Caballeros, en honor de su torre más alta. Cuando Carlos V de Francia ordenó en 1369 a Du Guesclin retornar a su reino, Pedro IV temió que desde Molina iniciara una marcha que castigara a Aragón y Cataluña.

                En 1379 Du Guesclin, poco antes de morir, todavía ostentaba el título de duque de Molina, pero en 1375 Enrique II de Castilla y Pedro IV de Aragón habían alcanzado un acuerdo tras no poco esfuerzo. Molina sería reintegrada a la Corona de Castilla en calidad de dote de doña Leonor de Aragón, que se casaría con el primogénito de don Enrique, el futuro Juan I. La Historia de Molina fue decidida no solo por sus señores, sino también por sus gentes en la disputa fronteriza entre Castilla y Aragón en el siglo XIV.

                Víctor Manuel Galán Tendero.