DE REYES Y CAMPEADORES: LA EXPANSIÓN CASTELLANA DEL SIGLO XI.

20.01.2019 16:38

                LA IDEA DE RECONQUISTA.

                Confidencia del conde mozárabe Sisnando Davídiz a Abd Allah de Granada antes de la toma de Toledo en el 1085.

                “Yo sabía que tales eran sus propósitos, por lo que contaban sus ministros y por lo que me repitió Sisnando, con ocasión de este viaje. “Al-Ándalus –me dijo de viva voz- era en principio de los cristianos, hasta que los árabes los vencieron y los arrinconaron en Galicia, que es la región menos favorecida por la naturaleza. Por eso, ahora que pueden, desean recobrar lo que les fue arrebatado, cosa que no lograrán sino debilitándoos y con el transcurso del tiempo, pues, cuando no tengáis dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin ningún esfuerzo”

                El siglo XI en 1ª persona. Las “Memorias” de Abd Allah, último rey zirí de Granada, destronado por los almorávides (1090). Traducidas por E. Lévi-Provençal y Emilio García Gómez, Madrid, 1980, pp. 158-159.

                Promesas de Alfonso VI a los asediados musulmanes de Zaragoza (1086).

                “Mientras, Alfonso estaba asediando Zaragoza, pues había jurado que no la dejaría hasta que entrase en ella –el destino, empero, se empeñaría en lo contrario. Al-Mustain, señor de Zaragoza, le había ofrecido grandes riquezas por su cese y retirada de ella, pero él rechazó todo lo rechazable.

                “Él daría, a todo aquel que del Islam se le sometiese, justicia y protección, y bondad en lo privado y en lo público –pues se tomaría a pecho la equidad y la seguridad al frente de ellos. Les prometió que no estarían obligados a otras cosas que lo que la tradición islámica hacía obligatorio, y que en lo demás los dejaba en libertad. Era cosa bien sabida que él había distribuido a las gentes pobres de Toledo cien mil dinares, para que se ayudaran con ellos en la siembra y el cultivo. Entonces la gente de Zaragoza pedía aclaraciones sobre la veracidad de sus palabras y la certeza de sus hechos.”

                Ibn al-Kardabus, Historia de Al-Ándalus. Edición de F. Maíllo, Madrid, 1986, p. 114.

                TOLEDO, LA CABEZA DEL ÁGUILA ANDALUSÍ, CONQUISTADA. 

                El hundimiento del califato de Córdoba y la división de Al-Andalus en taifas dieron alas a los poderes hispano-cristianos. La idea de la recuperación de Hispania de manos de los musulmanes pasó a la monarquía leonesa a través de políticos e intelectuales mozárabes, los cristianos que prosiguieron la herencia religiosa y cultural de la época visigoda tardía, cuando sus monarcas se condujeron como recios defensores del catolicismo y azotes del judaísmo.

                De todos modos, los grupos mozárabes no encontraron en los dominios de Alfonso VI un ambiente tan favorable como el que hallaron bajo Alfonso III de Asturias en la segunda mitad del siglo IX, cuando se verificó la repoblación del territorio comprendido entre la cordillera cantábrica y la línea del Duero. Al Norte de los Pirineos el llamado renacimiento carolingio daba muestras de agotamiento claro, y las gentes del dividido imperio franco se encontraban enfrascadas en graves dificultades. En cambio, las cosas habían cambiado mediado el siglo XI: la Europa feudal cobraba ímpetu y caminos como la Ruta Jacobea daban una dimensión de la Cristiandad.

                Entonces los mozárabes no fueron tan bien aceptados por castellanos y leoneses, por mucho que pregonaran la idea de Reconquista. En el 1064 el concilio de Mantua confirmó el rito litúrgico hispano o mozárabe, pero en el 1071 el Papa Alejandro II logró que el rey de Aragón lo prohibiera. Las cosas fueron más complejas en León y Castilla. Según la Crónica Najerense, un caballero venció a otro en un verdadero juicio de Dios a favor del rito hispano. Sin embargo, la Crónica de Burgos, de inicios del XIII, sostiene que en el crudo invierno del 1077 se batió un caballero castellano con otro toledano o mozárabe por la implantación de la liturgia romana, que sustituiría a la hispana. Aquí se impuso el primero definitivamente el Domingo de Ramos, y en el 1078 se introdujo la nueva liturgia en León y Castilla.

                Desde el siglo VIII, Toledo había dado muchos problemas a las autoridades islámicas de Córdoba. Según el canciller López de Ayala, los musulmanes la terminaron rindiendo por pleitesía o pacto. Se les reconoció libres de ciertos tributos, la conservación de seis templos donde oficiar culto, de sus propias autoridades judiciales, y del visigótico Libro Juzgo. No obstante, distintos autores han reconocido la influencia de la cultura musulmana sobre los mozárabes en punto a expresiones, costumbres y usos agrarios. 

                La antigua sede de la realeza visigoda conservaba un fuerte orgullo, pues, compartido en una u otra medida por los distintos grupos socio-religiosos. Allí el mozarabismo había preservado uno de sus núcleos más importantes. En estas condiciones de poderoso particularismo local, no es de extrañar que Toledo se erigiera en cabeza de una de las taifas, una de las más poderosas. Sin embargo, sucumbió a la presión cristiana en el 1085 con gran pesar de toda la comunidad andalusí.

                Alfonso VI conocía Toledo de sus días de exilio, cuando su hermano Sancho II lo privó del reino de León. Imbuido de ideas reconquistadoras, según las fuentes árabes, se inclinó claramente por vincular sus dominios a las corrientes intelectuales que se iban imponiendo en la Cristiandad romana, y el restablecimiento del arzobispado de Toledo se hizo de la mano de los cluniacenses, lo que ocasionó más de un roce con los mozárabes. La afluencia de nuevos pobladores cristianos (castellanos y francos) añadiría nuevos motivos de discrepancia alrededor de la adquisición de bienes territoriales, fuera por presura o por compra.

                En el 1097 los almorávides volvieron a derrotar a las tropas de don Alfonso en la batalla de Consuegra, y en el 1100 atacaron Toledo. No consiguieron rendirla, pero el riesgo de perderla había estado muy cerca. Aquel rey tuvo que reforzar sus defensas y mostrarse conciliador con los mozárabes. Se presentó en el 1101 como rey del imperio toledano (con autoridad sobre su territorio) y soberano victorioso, con cierto gusto oriental por los títulos sonoros de gobernantes. Deseó la paz en Cristo y la eterna salvación a todos los mozárabes toledanos, quizá con la intención de hacerse perdonar pasadas afrentas y malentendidos.

                En marzo de aquel año ordenó al juez Juan Alcalde para que resolviera los litigios suscitados por los bienes de los mozárabes junto al alcalde don Pedro y los diez ciudadanos más destacados, entre mozárabes y castellanos. Tras las pesquisas, resolvió en abril el rey que aquéllos conservaran a perpetuidad sus bienes, y que no se vieran forzados a venderlos al conde o potestad de Toledo.

                La protección expresa de sus bienes inmuebles era una garantía para el grupo mozárabe, al que se permitió el uso del Libro Juzgo en sus pleitos, según la costumbre medieval de reconocer a cada colectivo sus normas peculiares. De sus viñas y árboles solo deberían satisfacer la décima parte de sus ganancias al palacio real. Excepto que dieran muerte o hurtaran a un musulmán o a un judío, solo pagarían la quinta parte del valor penal reconocido en la carta de los castellanos. Por ello, se les consideró absueltos de su antiguo sometimiento. El arzobispo don Bernardo se comprometió como confirmante a respetarlo. Después de todo, Alfonso VI no tuvo más remedio que reconocer que el ritual romano solo se practicara en los templos de las parroquias de nueva construcción. El Papa Eugenio III se quejó a mediados del siglo XII de la prosecución del rito hispano y del escaso aprecio de los mozárabes hacia la autoridad del arzobispo de Toledo. El citado López de Ayala todavía se hizo eco de la comunidad mozárabe en el siglo XIV, que parece ser todavía entonces esgrimió la pleitesía acordada con los conquistadores musulmanes para evitar imposiciones regias. En el siglo XVI las parroquias mozárabes ya carecieron de fieles.

                Los mozárabes, de todos modos, no conformaron un colectivo homogéneo, sino dividido socialmente según criterios de honor y de riqueza. Las fuentes castellanas diferenciaron entre caballeros y peones. En la milicia o hueste toledana, dirigida a comienzos del siglo XII por el príncipe Miguel Adiz, los caballeros mozárabes tuvieron importancia. En 1101 se autorizó a los peones a ascender a las filas de la caballería, con un espíritu muy castellano, al tomar parte en las campañas de la milicia. Era un medio para que fueran cambiando su modo de vida, y acercándolo al de sus vecinos de origen o condición castellana. Paralelamente al fortalecimiento y progresiva asimilación de la aristocracia mozárabe, la castellanización onomástica del grupo y la creciente venta de bienes por los campesinos y propietarios más modestos a los prohombres y magnates de Toledo fueron avanzando a lo largo del siglo XII. Se ha sostenido que mientras los campesinos tendrían más puntos de contacto finalmente con los mudéjares, los caballeros lo tendrían con los castellanos. Eran dos caras de la misma moneda, la de la ambivalencia conocida por los mozárabes.

                EL CID ALCANZA LA TIERRA DE REQUENA, EL BALCÓN DE LA MESETA HACIA EL MEDITERRÁNEO.            

                Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, es una de las figuras más célebres de la Historia española. Su leyenda ha sido tan importante como su propia vida histórica, allá por el siglo XI, cuando la Europa feudal vivió un tiempo expansivo. En el 1085 Alfonso VI conquistó Toledo a los musulmanes y los cruzados Jerusalén en el 1099. En el ínterin, los almorávides desembarcaron sus fuerzas en la península Ibérica y Rodrigo Díaz logró rendir la ciudad de Valencia en el 1094.

                La Gesta Roderici Campidocti es la primera biografía del mismo. Escrita en latín, la crítica más documentada ha argumentado que fue compuesta a finales del siglo XII, casi cien años después de la muerte de Rodrigo. Se ha defendido su composición en el monasterio de Santa María de Nájera y su historicidad no ha sido puesto en duda.

                La obra contiene muchos elementos de gran interés para conocer la Hispania de la Plena Edad Media. Consciente de la gran cantidad de batallas en las que combatió Rodrigo, el autor sostiene que no las refiere todas. En el curso de una de sus campañas figura Requena, cuya relación con el Cid fue estudiada con ponderación por Feliciano A. Yeves.

                En diciembre de 1086 o enero de 1087, según Ambrosio Huici Miranda, Alfonso VI se reconcilió con Rodrigo ante el peligro almorávide. Le reconoció el dominio de todas las tierras y castillos que pudiera conquistar a los musulmanes y el derecho a trasmitirlas a sus descendientes.

                La Gesta apunta que en el año 1089 Rodrigo cruzó el Duero al frente de sus tropas hacia Al-Ándalus, fecha que fue aceptada por Ramón Menéndez Pidal. Sin embargo, Huici Miranda defendió avanzarla al 1087 en su estudio del asedio del castillo de Aledo.

                En su ruta, Rodrigo pasó por Fresno y Calamocha, donde celebró la Pascua de Pentecostés. Desde allí presionó al gobernante musulmán de Albarracín. La Gesta prosigue su relato así:

                “Rodrigo marchó de allí (de Albarracín) y llegó a las cercanías de Valencia. Colocó su campamento en el valle que se llama Torres que está junto a Murviedro.

                “En aquel momento el conde de Barcelona, Berenguer, acampaba con todo su ejército junto a Valencia cercándola y fortificaba Yuballa y Liria como baluartes frente a ella. Tan pronto como oyó el conde de Barcelona que se aproximaba Rodrigo el Campeador, se quedó muy temeroso, pues ambos eran adversarios.

                “En cambio, los soldados del conde de Barcelona, jactándose, proferían muchas injurias y burlas de Rodrigo y amenazaban capturarle y ponerle en prisión o matarlo, lo cual no pudieron llevar a efecto después. Este comentario llegó a oídos de Rodrigo, quien por temor a su señor el rey Alfonso no quiso luchar con el conde porque era pariente del rey. El conde Berenguer, aterrado, dejó en paz Valencia y a toda prisa se dirigió a Requena, luego continuó hasta Zaragoza y por último volvió con los suyos a su tierra”.

                El conde de Barcelona Berenguer Ramón II, que fue acusado de asesinar a su hermano Ramón Berenguer II, había emprendido campaña para imponer tributo o parias a varios poderes del Sharq Al-Ándalus. La intervención de Rodrigo en las cercanías de Valencia frustró sus planes y determinó su retirada, que la Gesta atribuye a su temor a enfrentarse con aquél, un temor no compartido por sus guerreros. De hecho, se retiró hacia Barcelona por Requena siguiendo el camino de Zaragoza; es decir, seguiría en parte la ruta de la actual N-330, un rodeo ciertamente dilatado.

                Rodrigo aprovechó la retirada del conde de Barcelona para afirmar su posición en el territorio:

                “Rodrigo permaneció en el lugar donde había plantado sus tiendas luchando con sus enemigos en sus alrededores. Luego levantó el campamento, se fue a Valencia y acampó allí. Reinaba entonces en Valencia al-Qadir, quien al punto le envió sus legados con muchos regalos e innumerables presentes y se hizo tributario de Rodrigo. Esto mismo hizo el alcaide de Murviedro.

                “Después el Campeador se marchó de allí y subió a las montañas de Alpuente, venció y saqueó su tierra. Permaneció allí no pocos días. Luego se marchó de allí y plantó su campo en Requena, donde estuvo bastante tiempo.”

                Siguiendo la ruta de Liria, Rodrigo desharía las posibles ventajas logradas por su oponente el conde de Barcelona, al que quizá intentaría cortar la retirada por otro camino. Una vez logrado el tributo de Alpuente, sede de una taifa bajo el linaje de los Banu Qasim, Rodrigo marchó hacia Requena, de cuya condición política exacta nada sabemos en firme, aunque es muy probable que entonces se encontrara en el círculo de la taifa de Valencia, una vez abatida la de Toledo.

                En Requena estableció su base de operaciones en un lugar indeterminado del territorio que más tarde sería de su concejo. La identificación de Campo Arcís con la figura de Rodrigo es más una suposición de Herrero y Moral que otra cosa. No se puede descartar que se estableciera en el espacio de la Villa, donde ha pervivido la leyenda del palacio del Cid, una bonita tradición local. Si seguimos la cronología de Huici Miranda, Rodrigo estaría en Requena sobre un año, antes del asedio del castillo de Aledo por las fuerzas musulmanas coaligadas.

                De las actividades de Rodrigo durante aquel tiempo nada nos dice la Gesta, que no refiere que ordenara emprender ninguna obra de fortificación, como posteriormente en la posición de la Peña Cadiella (en la sierra de Benicadell). En Requena encontraría un buen punto de aprovisionamiento para sus fuerzas y un lugar estratégico desde el que seguir la evolución de los acontecimientos de Al-Ándalus, en la ruta con la taifa de Zaragoza (tan importante para él) y entre Valencia y Toledo.

                En buenas relaciones entonces con Alfonso VI, acogió con alegría su carta de petición de ayuda para que acudiera a alzar el asedio de Aledo. Con laconismo se refirió en la Gesta:

                “El Campeador al punto salió de Requena y llegó a Játiva.”

                Emprendió un camino que más tarde seguirían requenenses como los guerreros que participaron en la comitiva de Pedro de Jérica en 1336. Requena no vuelve a aparecer en la Gesta del Campeador, que pondría su campo en otros puntos que también forman parte de su ruta.

                EL PRINCIPADO CIDIANO DE VALENCIA.             

                Entre los años 1094 y 1099 Rodrigo Díaz de Vivar, el que sería conocido como el Cid, se convirtió en el príncipe o gobernante de Valencia. Formalmente vasallo del rey de León y Castilla, su relación con Alfonso VI había sido bastante tortuosa. La consagración de la catedral de Santa María Virgen en Valencia y su política de alianzas matrimoniales con los reyes de Aragón y los condes de Barcelona se encaminaron a consolidar su poder propio, reforzado en lo militar con la toma de Murviedro (el actual Sagunto) en el 1098. En la Hispania del siglo XII, su figura se convirtió en el referente de muchos guerreros deseosos de acrecentar su fortuna, en el ejemplo de quien supo medrar en la frontera de la Cristiandad, coincidiendo con el tiempo de las Cruzadas.

                A lo largo de los años, don Rodrigo había acreditado unas extraordinarias dotes diplomáticas en sus tratos con los gobernantes andalusíes, especialmente con los de Zaragoza. Supo vivir del terreno como pocos: atacó las montañas de Morella (tierra de buenos ganados) con saña, en nombre de Al-Mutamin de Zaragoza contra su hermano Al-Hayib, y llegó a subir hasta la puerta de su castillo. También fue un maestro en fortificar posiciones como la de Olocau, donde iría a parar el tesoro de Al-Qadir de Valencia, y en atacar a sus adversarios en el momento apropiado, sin perder la calma en el peor momento. Con estas cualidades, se alzó victorioso frente a las fuerzas almorávides, de movilización más lenta que las suyas y no siempre en buena sintonía con los andalusíes, algo que contrastó con las derrotas encajadas por las huestes de Alfonso VI. En el 1094 les ganó la batalla de Cuarte y les arrebató un gran botín, entre el que se encontraban numerosos corceles de guerra.

                Más allá de los botines, don Rodrigo impuso a varios dignatarios andalusíes tributos a cambio de su protección (o más bien de no ser atacados por él). También supo lucrarse con el sistema de las parias, justo en un momento en el que hacía aguas con la irrupción almorávide en la Península. Hacia el 1090, Al-Qadir de Valencia le pagó 57.200 dinares anuales, el gobernante musulmán de Tortosa, Játiva y Denia unos 50.000, el de Albarracín 10.000, el de Alpuente otros 10.000, el de Murviedro 8.000, el de Segorbe 6.000, el de Jérica 3.000, otros 3.000 el de Almenar y el de Liria 2.000. Siguiendo los cálculos de Ubieto, estas cantidades equivaldrían a casi 283 kilogramos de oro amonedado al año.

                Con semejantes medios, el Cid podría retribuir a unos 7.000 soldados de todas las armas, más allá de su parentela y de sus fieles más directos. Con semejante fuerza, podía mostrarse muy contundente, pero también clemente llegado el momento. Algunos de sus cautivos en combate dieron testimonio de su calculada generosidad. En las operaciones de asedio de Valencia, estableció su campamento en Yuballa. Al aproximar sus posiciones a la ciudad, sometió a los habitantes musulmanes de sus arrabales, a los que impuso un trato benigno, en la línea de la sumisión mudéjar. A los que no se plegaron a su autoridad, los seguidores de los almorávides, los envió a Denia. Ordenó quemar, siguiendo la ley islámica, al cadí Ibn Yahhaf.

                A la muerte de don Rodrigo, su viuda doña Jimena no pudo mantener la posición valenciana con la asistencia de Alfonso VI. En una primera aproximación, podemos sostener que el Cid tuvo unas cualidades excepcionales, pero tal explicación no basta para entender el hundimiento final de su principado. Comandante de una tropa retribuida y atento a la conservación de la población tributaria musulmana, en la medida de lo posible, del príncipe don Rodrigo no nos constan concesiones feudales a sus vasallos, interesados en defender un castillo que ya empezaban a considerar propio. A este respecto, el Campeador no siguió la estela de Guillermo el Conquistador en Inglaterra. Tampoco auspició la formación de un concejo de hombres buenos. La llamada Repoblación no enraizó en la Valencia cidiana, y el contraataque musulmán pudo recuperarla para su causa. La conquista fue flor efímera, pero su memoria no quedó en olvido. Jaime I se preciaría de poder blandir una de las espadas de don Rodrigo, Tizón, en su conquista de Valencia.

                SORIA, FRUTO MADURO DE LA REPOBLACIÓN.

                Las tierras de la actual provincia de Soria formaron parte del sistema defensivo del califato de Córdoba frente a los pamploneses y los castellanos. Los días de gloria de Sancho el Mayor anunciaban que los primeros terminarían arrebatando este territorio a los musulmanes, pero el auge del poder de su segundogénito Fernando I inclinó la balanza del lado castellano. En el 1060 sus fuerzas emprendieron una campaña que los llevó por Berlanga, Ágreda y Garray, en las proximidades de la antigua Numancia.

                De todos modos, quien dominó finalmente Garray y Calatañazor fue su hijo Sancho II en 1068. La repoblación de aquélla se vio impulsada a partir del 1106 por el conde de Nájera García Ordóñez, ya bajo Alfonso VI. Sin embargo, el nuevo concejo no cuajó en esta ubicación, y entre el 1108 y el 1118 se trasladó al cercano monte Oria, donde se alzaba una fortaleza islámica, coincidiendo con la ofensiva almorávide, que en 1113 atacó Berlanga.

                Un angustiado Alfonso VI, carente de herederos varones, concertó el matrimonio de su hija Urraca con Alfonso de Aragón. La falta de entendimiento entre ambos condujo a la separación en circunstancias dramáticas. Durante unos años, el aragonés retuvo territorios castellanos, y en 1119 alentó la repoblación de Soria tras la conquista de Zaragoza el año anterior. De todos modos, llegó a un entendimiento con su hijastro Alfonso VII, al que permitió conquistar Sigüenza en 1124 y al que retornó el dominio soriano finalmente.

                Bajo el reinado de su nieto Alfonso VIII, Soria volvió a ser campo de batalla, dada su estratégica posición frente a Aragón y la renacida Navarra. En el 1191 Alfonso II de Aragón atacó Ágreda, y el rey castellano replicó con una incursión desde Soria. Más adversa resultó la situación para Alfonso VIII cuando en 1196 Sancho VII el Fuerte de Navarra lanzó un decidido ataque contra Soria y Almazán. Los monarcas aragoneses ambicionaron en los siglos XIII y XIV extender sus dominios hacia Soria y otras tierras castellanas, algo que no consiguieron. Por la paz de Almazán de 1375 el litigio se zanjó de hecho.

                Así pues, en la curva de ballesta del Duero, Soria ofrecía una fuerte posición defensiva. Establecido su castillo en el monte Oria, llegó a disponer de un doble recinto fortificado con barbacana. El interior se ha datado en tiempos de Alfonso VII y del reinado de Sancho IV el exterior, con una extensión de ocho kilómetros. Las principales puertas fueron la del Sur o de Valobos, las de los dos postigos de Santa Clara, la del arco de Ravanera, la del Postigo, la del Rosario, la norteña de Nájera o del Mirón, y la de los Navarros. A su categoría militar su sumó la eclesiástica. En 1267 se declaró la concatedralidad de la colegial de San Pedro junto con Osma, lo que coadyuvó a su consideración de ciudad.

                La cabeza de la Extremadura, según reza su lema urbano, fue una localidad compleja, según se desprende del recuento de particulares (mayoritariamente cabezas de familia) de 1270 para el pago del diezmo. Se distinguió entre el vecino, el atemplante o residente habitual no avecindado (a veces un artesano o un comerciante) y el simple morador, como en otras localidades entre el Sur del Duero y el Norte del Sistema Central. Los habitantes de estas tres categorías se distribuyeron en una serie de collaciones o demarcaciones parroquiales que comprendían un área urbana y otra rural, la de las aldeas, repartida entre distintos puntos del término general, la Tierra de Soria, convertida en comunidad de Villa y Tierra.

Collación

Vecinos del núcleo urbano

Atemplantes del núcleo urbano

Moradores del núcleo urbano

Vecinos de las aldeas

Atemplantes de las aldeas

Moradores de las aldeas

Santa María del Puente

8

12

23

-

5

22

San Nicolás

10

22

18

1

5

41

San Gil

11

10

38

1

7

48

San Lorenzo

6

2

17

1

6

22

San Esteban

6

8

10

1

7

30

Santo Tomé de Canales

4

9

12

2

14

31

San Miguel de Cabrejas.

6

6

11

2

14

36

Calatañazor

4

3

6

4

10

16

San Martín de la Cuesta

2

4

10

2

7

18

Santiago

3

4

15

2

6

54

El Azogue

2

2

11

3

8

32

San Juan de los Navarros

7

6

2

-

4

49

Ravanera

2

8

3

4

7

35

Santa Cruz

11

2

5

2

13

42

Montenegro

2

3

8

4

16

33

San Clemente

2

4

11

3

20

50

Barrionuevo

6

3

5

1

13

49

Santa Trinidad

6

5

2

3

11

45

San Ginés

7

4

4

1

8

66

San Vicente

3

1

9

3

16

49

Cinco Villas

3

10

-

2

8

57

Muriel

5

2

5

3

15

50

San Martín de Canales

5

4

3

5

18

47

Santa María del Mirón

7

2

3

4

17

51

San Sadurnín

4

4

7

5

18

67

El Poyo

2

1

5

5

9

36

San Agustín

5

3

2

-

12

54

Covaleda

3

1

7

4

10

71

Fogalobos

4

3

-

-

12

43

San Millán

2

2

6

1

17

62

San Sebastián

5

-

2

1

8

48

Santo Domingo

5

2

1

6

14

46

San Bartolomé

3

1

3

2

10

56

San Mateo

4

1

2

3

20

47

San Prudencio

2

2

1

2

12

53

TOTAL

167

156

277

96

397

1.556

 

                En la villa se inscribieron 600 particulares y 2.049 en sus 238 aldeas, cifras elocuentes de la importancia de las actividades rurales en un territorio de 2.666 kilómetros cuadrados. Ciertamente, aldeas como las de Cardedo o Cabrejuelas del Tormo en la collación de San Sebastián solo tenían un morador en 1270, pero su número fue muy superior a las 157 del siglo XVI. Tal reducción no implicó un descenso demográfico.

Ámbito

1270

1528

Núcleo urbano

600

1.020

Aldeas de la Tierra

2.049

5.106

 

                Entre ambas fechas, Soria experimentó una importante transformación. Convertida en cabecera de cañada real de la Mesta, se desarrolló en la localidad una apreciable producción artesana y una nada desdeñable actividad comercial. En la collación de Santa María del Puente, por ejemplo, encontramos a Diego Tejedor, en la de San Nicolás a Bernardo el Zapatero, en la de San Gil a Diego Fortún el Calderero, y en la Barrionuevo a Mateo el Tejedor. La cofradía de los recueros databa de 1219 y fue confirmada en 1290, con el deber de dar cuenta de las entradas de vino. La de los tejedores arrancaría de 1283, y sus normas se confirmaron en 1315, 1332 y 1378. Aunque la de los tenderos, consagrada a San Miguel, era de 1302, se hacía remontar a Alfonso el Viejo.

                Soria atrajo a personas de otros puntos de distintos reinos, como Juan de Tudela en la collación del Azogue, y en la de San Nicolás Juan Miguel de Francia, Martín Aragonés, Juan el Castellano o Martín Navarro.

                Con un negocio ganadero en auge, extensivo a la carnicería, Soria podía poner en pie de guerra unos 1.300 guerreros a caballo en tiempos de Alfonso XI. De 1351 ya se tiene noticia de la configuración definitivamente de los Doce Linajes, el grupo rector de Soria. Sintomáticamente, las collaciones ya no escogieron a los seis regidores en 1354. Si en 1365 se hizo un repartimiento fiscal por tres cuadrillas, en el que los clérigos solicitaron ser incluidos en la de los pecheros por collaciones, el común de los pecheros se organizó en 1441: en dieciséis cuadrillas: Santa Cruz, el Salvador, San Pedro, Nuestra Señora de la Blanca, Santa Catalina, Nuestra Señora la Mayor, Santa Bárbara, Nuestra Señora del Rosel, el Collado, San Esteban, San Miguel, Santiago, San Juan, Barrionuevo, Santo Tomé y San Martín. El veterano antemural soriano participaba del despegue económico de la Castilla del siglo XV.

                Fuentes y bibliografía.

                Gesta Roderici Campidocti. Edición de Emma Falque Rey en el Boletín de la Institución Fernán González, LXII, 1983, pp. 339-375.

                HUICI, Ambrosio, “El sitio de Aledo”, Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, 1954, pp. 41-55.

                YEVES, Feliciano A., El Cid y Requena, Requena, 1999.

                Víctor Manuel Galán Tendero.