DIVINIDADES FEMENINAS DE LA GUERRA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.12.2022 16:06

 

                Los pueblos de la Antigüedad rindieron culto a una serie de deidades femeninas con atribuciones guerreras. La diosa de la guerra de los sumerios fue Innana, que también resultó ser la del amor. Compañera del pastor Dumuzi, se puso en relación su insaciable deseo sexual con su pretensión de conseguir todo a cualquier precio, incluso por los medios violentos. Sintomáticamente, se le consideró la protectora de los gobernantes, de los monarcas que regían las ciudades de Sumeria.

                Su culto no pereció entre los acadios, al contrario, que le dieron el nombre de Ishtar. Sus representaciones como figura alada resaltaron su poder celestial, el del sol que vence a las estrellas de la noche.

                La Astarté de los cananeos y de los fenicios se encontraba en esta misma línea, pues era su diosa del amor, el sexo, la guerra y la caza, a la que en la Ibiza púnica rindieron culto bajo el nombre de Tanit. Semejante asociación también la hallamos  en la hurrita Sauska, acogida por los hititas, con atribuciones sobre la fertilidad, la guerra y la curación. Guardiana del afecto conyugal, advertía sobre los riesgos del amor. Pueblos tan belicosos como los asirios también se entregaron a esta clase de cultos.

                La importancia del elemento femenino en estos cultos está fuera de toda duda, y no deja de ser significativo que en los textos de Ugarit, de los siglos XIV-XIII antes de Jesucristo, el esposo de Astarté, Baal, alcanzara la primacía como dios de la fertilidad y de la guerra.

                Los egipcios también compartieron esta tendencia, ya que la felina Sejmet era su deidad de la guerra, la venganza y la sanación, capaz de vencer la debilidad. Era la primogénita de Ra, capaz de ejecutar venganzas terribles. Su importancia se acrecentó durante el Imperio Medio, en el siglo XX antes de Jesucristo, al calor de las campañas contra Libia y Canaán.

                Más allá del Próximo Oriente, en el área celta, encontramos a Morrigan, diosa de la guerra y de la muerte, que bajo la forma de corneja inspiraba ira a los combatientes. Según sus seguidores, la muerte propiciaba la renovación, con el amor y la pulsión sexual por medio. Sus hermanas Badb y Macha compartían muchas de sus atribuciones. La segunda, por ejemplo, regía la soberanía, la batalla, la fertilidad, los caballos y la profecía. Entre los pueblos celtas de la península Ibérica se rindió culto a Epona, protectora de los caballos (guías de las almas hacia el mundo de más allá de la muerte), la fertilidad y la naturaleza. Curiosamente, se han encontrado monedas con imágenes de jinetes femeninos. Cabe destacar que los celtas reverenciaron igualmente a Nemain, la esposa del primer dios de la guerra y del presagio de la muerte.

                Los pueblos germanos, como los vikingos, compartieron esta tendencia, con las valquirias servidoras se Odín y al mando de Freyja, la diosa del amor y la fertilidad, asociada a la guerra y a la profecía. Tenía derecho a lograr la mitad de los caídos en combate, conducía un carro tirado por dos grandes gatos, y cabalgaba un jabalí, todo un talismán de protección en los combates.

                Entre los griegos, no deja de ser elocuente que Afrodita fuera la amante y la aliada del feroz Ares, proclive a las peleas y a tener amantes, padre de las amazonas, enfrentado con Atenea, la diosa sabia y guerrera. La importancia femenina en el mundo religioso antiguo relacionado con la guerra es clara.

                Para saber más.

                Jean Bottéro y Samuel Noah Kramer, Cuando los dioses hacían de hombres. Mitología mesopotámica, Madrid, 2004.

                Anne Ross, Pagan Celtic Britain. Studies in Iconography and Tradition, Londres, 1974.