EFECTIVOS Y BAJAS DE LA I GUERRA CARLISTA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.02.2020 16:04

                La I Guerra Carlista fue un conflicto bastante duro, que golpeó a una maltrecha España con dureza. Como es bien sabido, fue mucho más que un pleito dinástico, ya que enfrentó a los defensores del Antiguo Régimen con los del liberalismo, con todos sus matices.

                Los carlistas se hicieron fuertes en el área vasco-navarra, además de en áreas más puntuales de Cataluña, Aragón y Valencia. Organizaron bien sus fuerzas a lo largo de la guerra y sus partidas llegaron a poner en jaque a las autoridades de la España liberal.

                Los gobiernos de la regente María Cristina pusieron en marcha, de forma tempestuosa, distintas medidas económicas e institucionales para movilizar una considerable fuerza militar, en lo numérico. Se ha estimado que entre 1835 y 1838 pusieron en pie hasta 250.000 soldados regulares, en una España con poco más de doce millones de habitantes según los datos recogidos en la división provincial de 1833. Del esfuerzo de guerra da idea que los gobiernos españoles enviaron poco más de 44.000 soldados a combatir en las guerras de independencia de Hispanoamérica entre 1811 y 1826. La carga recayó, claro está, en los mozos en edad militar, la de mayor vigor para el trabajo. Espartero pudo gloriarse de tener bajo su mando al terminar la guerra unos 264.924 soldados, con una capacidad para operar e instrucción equiparable a otros ejércitos de la Europa coetánea. De aquellos hombres, 61.076 fueron milicianos provinciales y 36.047 voluntarios de los cuerpos francos.

                Sin contar los efectivos de las milicias ciudadanas, el despliegue resultó considerable, pues en 1830 Prusia tenía una fuerza de 130.000 soldados, Gran Bretaña de 140.000, Austria de 220.000 o Francia de 259.000. Solo Rusia pudo alzar más de 800.000 hombres.

                Los carlistas, según las estimaciones de las autoridades militares contrarias, contaron con 40.000 hombres en los distintos campos de batalla al comienzo de la guerra. Sin embargo, su número alcanzó aproximadamente los 90.000 soldados, lo que hizo sospechar a sus contrarios que las deserciones del ejército liberal los favorecieron.

                Los carlistas salieron en más de una ocasión de sus reductos más caracterizados, incluso más allá de la célebre expedición de Gómez de 1836 o de la Expedición Real de 1837. La Diputación Provincial de Toledo denunció en julio de 1838 que una fuerza carlista de 600 a 700 infantes y de 500 jinetes, articulada en correosas partidas, imponía su ley en las tierras de su demarcación, con evidente desdoro de los ayuntamientos liberales. En toda Castilla la Nueva, particularmente en La Mancha, la fuerza de caballería podía ascender a mil jinetes. Distintos observadores extranjeros destacaron la carencia de instrucción como el entusiasmo de muchos voluntarios carlistas, que simultanearon las armas con las temporadas de trabajo agrícola.

                La I Guerra Carlista fue particularmente dura, por mucho que se firmara en 1835 el convenio de Lord Elliot, pues menudearon los actos de crueldad (incluso contra los civiles) y los combates fueron muy sangrientos a veces en el cuerpo a cuerpo. En 1855 en su Historia de la milicia nacional, Joaquín Ruiz Morales apuntó que el ejército liberal sufrió 39.701 muertos, 5.096 heridos y 807 desaparecidos.

                Sin embargo, según datos recogidos por el entonces capitán de infantería Francisco Barado y Font en 1887, estas fueron las bajas del ejército de Isabel II durante la I Guerra Carlista:

Tipo de unidades militares

Bajas registradas

Infantería de línea

21.784

Guardia Real

11.894

Cuerpos facultativos

2.126

Milicias provinciales

15.981

Cuerpos francos

9.782

Caballería de todas las armas

4.592

Total

66.159

 

                El número de bajas fue apreciable. A título de comparación, hemos de considerar que en la guerra contra México (1846-48) los triunfantes Estados Unidos tuvieron 13.283 bajas sobre una población de unos veinte millones de habitantes. El esfuerzo de la infantería de línea y de la guardia real (compuesta también por fuerzas de los regimientos provinciales como el de Chinchilla) fue notable, pero la contribución en sangre de los milicianos y voluntarios de los cuerpos francos resultó porcentualmente mayor, lo que habla con elocuencia de su compromiso y entusiasmo en el campo de batalla, mucho más allá de su carácter de militares profesionales. Las enfermedades también hicieron estragos entre los combatientes, entre otras razones por las deficiencias de la atención médica militar coetánea, que se cobró la vida de Tomás de Zumalacárregui.  

                A finales del siglo XIX, se estimó que entre ambos bandos cayeron 200.000 hombres hasta 1838, correspondiendo 60.000 a los carlistas, cifra ciertamente escalofriante que también habla de su nivel de compromiso y combatividad.

                No solo cayeron en este conflicto soldados españoles. La causa de Isabel II recibió el apoyo condicionado de Gran Bretaña y Francia, que el 22 de abril de 1834 habían suscrito con España y Portugal el tratado de la Cuádruple Alianza para expulsar de territorio portugués a don Carlos y a su primo don Miguel de Portugal. Se estima que cayeron 7.700 franceses y 2.500 británicos.

                Stanley Payne en 1968 consideró que de las 100.000 bajas de guerra, 64.250 serían de los liberales, en línea con lo apuntado por Francisco Barado. Más recientemente, Antonio Caridad Salvador ha defendido un mínimo de 111.000 de caídos en la I Guerra Carlista.

                El conflicto fue ciertamente pavoroso y al final del mismo (particularmente tras el Convenio de Vergara) hubo un sobrante de 11.000 oficiales de ambos ejércitos, a los que se tuvo que dar acomodo y satisfacción. Tras no pocos problemas, en agosto de 1842, el ejército de infantería se redujo a 500 jefes, 4.000 oficiales, 5.000 sargentos, 8.000 cabos y 60.000 soldados. La guerra había marcado el destino de los españoles y de sus fuerzas armadas. Por desgracia no sería la última vez.

                Fuentes.

                Alfonso Bullón de Mendoza (editor), Las guerras carlistas en sus documentos, Barcelona, 1998.

                Antonio Caridad Salvador, “Las consecuencias socioeconómicas directas de la Primera Guerra Carlista”, Cuadernos de Historia Contemporánea, 40, 2018, pp. 149-167.

                Paul Kennedy, Auge y caída de las grandes potencias (I). Por qué acabaron los Imperios del pasado, Madrid, 1992.

                Fernando Puell de la Villa, Historia del Ejército en España, Madrid, 2005.