EL BISONTE NORTEAMERICANO A PUNTO DE SER ANIQUILADO. Por Remedios Sala Galcerán.

17.08.2014 20:38

 

                La Historia humana se encuentra muy enlazada con la de las otras especies animales (y vegetales) de la naturaleza. Los ecologistas alemanes más taxativos han considerado la singladura del homo sapiens como el arrinconamiento letal del resto de las criaturas. Ciertamente la dialéctica de los ecosistemas es mucho más compleja, pero el destino de los bisontes norteamericanos ejemplifica alguno de los extremos de la actuación de las personas.

                Hace unos 8.500 años en el territorio del actual Colorado una partida de cazadores precipitó hacia un barranco a una manada de bisontes occidentales, hoy extinguidos, compuesta por cuarenta y seis machos adultos, sesenta y tres hembras adultas, veintisiete machos jóvenes, treinta y ocho hembras jóvenes, y dieciséis crías. La batida arrojó unos treinta mil kilos de carne a los cazadores.

                Al igual que en Eurasia el bisonte ocupó un lugar medular en las sociedades paleolíticas de la América Septentrional, alimentándolas con su carne, proporcionándoles los huesos material para sus útiles, abrigándolos con sus pieles, y brindando su corazón el más acabado tributo al valor del jefe. En su religión el bisonte fue reverenciado.

                A  la llegada de los europeos al Nuevo Mundo no pocas enfermedades hicieron mella entre los pueblos amerindios más allá de las porosas fronteras imperiales. En la poblada cuenca del Misisipi de principios del siglo XVI la dolencia segó muchas vidas, y el ecosistema de la pradera de hierba ganó en extensión favoreciendo el aumento de las manadas de búfalos. Algunos autores han calculado en setenta y cinco millones el número de búfalos en la Norteamérica de principios del siglo XVIII.

                A partir de 1730 la presión de los colonizadores europeos obligó a no pocos grupos amerindios a adentrarse en las Grandes Llanuras, esta vez equipados con mejores armas y provistos de veloces caballos. Un siglo más tarde los cazadores pieles rojas fueron sustituidos con rapidez por los estadounidenses.

                Mucho más expeditivos, y con otra visión de la vida, fueron capaces de aniquilar grandes manadas con enorme celeridad. En la temporada de 1872-73 dieron caza a doscientos mil bisontes en Kansas. De 1870 a 1875 se calcula que aniquilaron a dos millones y medio en el interior continental, cuando ya los habían extinguido en el territorio del Sudoeste.

                Terminada la guerra de Secesión se encendieron los conflictos conocidos como las guerras indias, y para yugular la resistencia piel roja el ejército de la Unión alentó la matanza de bisontes, forzando el hambre y la capitulación. Las compañías ferroviarias, esenciales en los nuevos Estados Unidos, emplearon en ocasiones las pistas de los bisontes para tender sus principales líneas. La carne de las manadas alimentaría ahora a sus cuadrillas de trabajadores, y la caza del egregio bisonte se convertiría en un lamentable espectáculo turístico para amenizar el largo viaje. En su publicidad se ofrecía al aliciente de disparar desde las ventanas de los vagones a las pobres bestias de las praderas. Un verdadero ejemplo de imperialismo ecológico claramente destructor.

                En 1872-74 sólo el ferrocarril de Santa Fe llegaría a trasladar hasta cinco millones de kilos de huesos de bisonte destinados para abono. Al llegar el año 1889 los bisontes parecían a punto de ser extinguidos, reduciéndose su número a quinientos cuarenta y uno. Tras la espantosa matanza algunos tomaron conciencia del mal, y en 1902 el Congreso meditó crear el primer parque nacional o reserva  para proteger al último rebaño de la América del Norte. El conservacionismo se alió con el nacionalismo para evitar lo peor.