EL CABALLERO QUE ENCABEZÓ LA REBELIÓN DE LOS SUECOS. Por Carmen Pastor Sirvent.

15.06.2018 12:14

               

                Durante la Baja Edad Media, los reinos escandinavos no se vieron libres de las dificultades que atenazaron al resto de los de la Cristiandad. Sus monarcas no consiguieron imponer su autoridad según sus deseos sobre los independientes magnates locales, que en muchas ocasiones sometieron a un dominio mayor a los campesinos, que todavía disfrutaban de una cierta independencia en varias comarcas escandinavas. Los problemas políticos del Sacro Imperio no evitaron que los alemanes alcanzaran un peso considerable en la vida económica, social, urbana y política escandinava. La Hansa era una verdadera potencia en la región.

                Las relaciones entre daneses, suecos y noruegos fueron difíciles a lo largo de muchas décadas, pero tras no pocos problemas se alcanzó en 1397 una unión entre los tres grandes reinos de Escandinavia, la de Kalmar, en la persona del monarca Eric de Pomerania. Resultó ser un titular ambicioso que emprendió importantes campañas para dominar territorios de la península de Jutlandia y para frenar la influencia de los negociantes alemanes.

                La guerra naval y comercial contra los alemanes no fue contemplada de la misma manera por todos los territorios de la Unión, a la sazón bastante gravosa. Mientras los daneses pudieron resarcirse con la imposición de peajes en el estrecho del Sund, los suecos no lo contemplaron de la misma forma. En el territorio de la Dalarna de lagos caudalosos y extensos bosques la minería del hierro había alcanzado un destacado desarrollo a comienzos del siglo XV, donde se habían establecido desde hacía cincuenta años antes familias nobles de origen alemán, que se hicieron con importantes propiedades. Se formó, por tanto, una pequeña aristocracia local con intereses mineros y agrarios, descontenta con la subida de impuestos y el autoritarismo de los gobernadores del rey Eric, justo cuando disminuían sus beneficios por la pugna con los alemanes.

                De este grupo emergió la figura del caballero Engelbrekt Engelbrektsson, de orígenes también alemanes. Supo y tuvo la oportunidad de ponerse al frente de una rebelión de base relativamente popular en 1434, que para los historiadores nacionalistas posteriores representaría a la nación sueca. Mantener la Unión no fue tarea sencilla, como demostraría su posterior disolución.

                Al año siguiente, fue nombrado comandante de los insurrectos, que llegaron a convocar un parlamento o dieta compuesta por los cuatro estados de la sociedad, comprendidos los campesinos. En este momento bien puede sostenerse que estallaron las contradicciones en el seno del movimiento opositor, ya que los magnates no estuvieron dispuestos a renunciar a sus conquistas sobre los labriegos ni a compartir su poder con los oligarcas de las ciudades. La nobleza y el clero maniobraron contra Engelbrekt, que cayó asesinado el 4 de mayo de 1436. En el porvenir su figura sería convertida en el pionero del renacimiento sueco, en el padre de la patria que quiso restituir a la vida a Suecia como nación.

                Lo cierto es que la aristocracia trasladó su apoyó a Karl Knutsson, que se convertiría en Carlos VIII de Suecia. Más tarde, Cristian de Oldenburg conseguiría reunir oficialmente a sus dominios Suecia, aunque su control resultó muy leve. Las discrepancias públicas condujeron al final a la disolución definitiva de la Unión y a la reaparición de Suecia como reino independiente en 1523.