EL COMERCIO ESCLAVISTA EN EL MEDITERRÁNEO DE FELIPE II. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

19.08.2022 12:00

 

Un Mediterráneo en guerra.

A lo largo de la Historia de la Humanidad el Mediterráneo ha sido uno de los escenarios predilectos de la guerra, que ha cincelado sus civilizaciones. Las alternativas bélicas han alterado la Rueda de la Fortuna a placer. Han degradado al libre en esclavo, según advertía el viejo Aristóteles, y han alimentado a placer una economía canallesca fundamentada en la acumulación primitiva de capital.

En el siglo XVI colisionaron en las aguas del Mar Interior las fuerzas del Imperio español y del otomano. Los turcos otomanos amenazaban la Europa Central desde sus conquistas húngaras, y las penínsulas ibérica e itálica desde sus dominios norteafricanos, como la regencia de Argel. Los reinos españoles de la universal y comprometida Monarquía de los Habsburgo en no pocas ocasiones se sintieron abandonados ante las recias acometidas de los corsarios berberiscos, implacables saqueadores de lugares costeros y esclavizadores de seres humanos. En el Reino de Valencia la sensación de angustiosa inseguridad se acrecía ante la presencia de una nutrida población criptomusulmana de moriscos, sospechosa de cooperar con el enemigo.

Entre 1565 y 1572 se vivieron momentos muy críticos, entre el fracaso otomano en Malta y la pérdida definitiva de la Chipre veneciana. Los moriscos del Reino de Granada se alzaron en armas de 1568 a 1570, y la regencia argelina aprovechó la oportunidad para conquistar el protectorado español de Túnez. Se temió una segunda Pérdida de España ante el Islam en algunos círculos. En 1571 las fuerzas de la Santa Liga (España, Venecia y el Pontificado) alcanzaron la resonante victoria de Lepanto, que señaló el comienzo del declive otomano.

Los alicantinos estuvieron presentes en Lepanto y celebraron su resultado, ya que vivían en estado de alerta desde hacía mucho tiempo. El venerado monasterio de la Santa Faz adquiría la forma de fortaleza en una Huerta erizada de torres de protección y vigilancia. La guerra contra el turco consolidó las vías de enriquecimiento esclavista procedentes de la Edad Media.

 Alicante y el comercio de esclavos.

Alicante se emplazaba en la insegura frontera mediterránea de la Cristiandad desde la conquista alfonsí. Las empresas políticas y militares de los Reyes Católicos aplacaron la amenaza del corso castellano con base en Cartagena y aniquilaron el de la Granada nazarí. La expansión española en el Norte de África hizo concebir grandes proyectos, que nunca se cumplieron.

La insurrección de los moriscos del Reino de Granada recreó situaciones pasadas, y desde Lorca a la Gobernación de Orihuela el vecindario cristiano se puso en pie de guerra. Las banderas de las huestes municipales se siguieron tanto por obligación como por deseo de lucro, pues la lucha se desgranaba en una pléyade de combates locales de singular dureza en los que se ventiló la aniquilación del adversario y la esclavización de los desdichados supervivientes. Los alicantinos intervinieron en la zona de Almería especialmente, anticipando algunos de los comportamientos de los que harían gala durante la campaña de Laguar (1609). Tampoco desdeñaron los comerciantes de una plaza tan mercantil como la nuestra traficar con armas en aquella ocasión, y en 1570 vendieron partidas de arcabuces al municipio de Orihuela, encargado de distribuirlos por otras localidades valencianas.

El negocio de la guerra y de la esclavización se entiende mejor al explicarse la inserción de Alicante en el sistema militar del Reino de Valencia y en la estrategia mediterránea de la España de Felipe II, puntos esenciales de la correspondencia del Rey Prudente con sus virreyes.

La alta consideración del castillo del Benacantil imprimió valor militar de primer orden a nuestro puerto, ya que era el punto de conexión obligado con las plazas avanzadas de Ibiza y de Orán, además de un eslabón esencial entre Cartagena y Barcelona. Emplazada en lo que Braudel calificó de Canal de la Mancha del Mediterráneo, Alicante nunca permaneció ajena a lo acontecido en el Estrecho de Gibraltar, una de las llaves del comercio con las Indias. En 1576 las galeras reales que custodiaban el trayecto del Puerto de Santa María, Melilla, Málaga y Cartagena se reforzaron con gentes de guerra de varios municipios gaditanos ante la amenaza de cincuenta galeras argelinas organizadas en escuadras de cinco a seis naves. A fines del XVI algunos patricios alicantinos sirvieron en los galeones atlánticos del rey de las Españas.

Los municipios de esta extensa área fronteriza cooperaron entre sí de la mejor manera posible. Toda novedad inquietante se notificó a los demás en embarcaciones rápidas lo antes posible. Ante un desembarco de fuerzas superiores enemigas en un punto del Reino, las localidades vecinas asignadas enviaron tropas de socorro. Los rebatos contra el berberisco en la marina obligaron a las oligarquías municipales de la Gobernación de Orihuela a disponer de caballos para continuar disfrutando de sus honores, y suavizaron a veces las restricciones mercantiles entre Valencia y Castilla. En 1599 al lugarteniente del gobernador don Luis Togores se le permitió importar de Castilla dos caballos con tal fin.

 El peligro, sin embargo, no evitó las disputas entre unos municipios muy atentos a la conservación de sus privilegios y dirigidos por minorías exclusivistas, especialmente en lo tocante a la satisfacción de los dispendios defensivos. En estos casos la monarquía actuó a través de sus virreyes y otros servidores en calidad de juez superior que limaba asperezas dentro de la legalidad foral vigente, y de estratega que coordinaba el esfuerzo de guerra contra el Imperio otomano. Sus comisarios de guerra supervisaron los pagos por diferentes conceptos, el correcto estacionamiento de compañías en sus cuarteles, las llegadas de las naves cargadas de grano, la elaboración del bizcocho para las tripulaciones de la armada, los traslados de galeotes, etc. En recompensa de sus desvelos consiguieron a veces jugosas licencias comerciales: el alférez Zúñiga, atento a la ligazón de Orán con nuestra costa, llevó a la mismísima Argel en 1568 mercancías por valor de 2.000 ducados.

Tal clase de permisos, también tolerados en el frente de los Países Bajos, certifican los apuros financieros de la España imperial, enredada al mismo tiempo en varios conflictos interminables. Las capturas y las compraventas de esclavos proporcionaron dineros a los mal pagados soldados de guarnición en Orán y pingües beneficios a los negociantes. En la portuaria Alicante se dieron la mano los distintos agentes de la trata de esclavos. Se tonificaron un tanto los nervios de la guerra de los que ya hablara Tucídides. Las ganancias del comercio de seres humanos ayudaron a suavizar, junto a cierta permisividad ante la corrupción local, ciertos requerimientos reales, lo que fomentó el ambiente favorable a la cooperación de nuestra oligarquía con la monarquía, evitándose rupturas tan graves como las de los Países Bajos de 1566 o la de la Cataluña de 1640, en un tiempo en el que desde Orihuela se denunciaron la imposición de usos políticos autoritarios castellanos. Hasta el fiel cronista Vicente Bendicho deploró la declinación de los Estados de la Corona de Aragón en la estimación real desde la muerte de Fernando el Católico. En 1809 Francisco Javier Borrull se hizo eco de aquel ambiente interesadamente al escribir:

“Lo que hicieron (los Habsburgo) fue dexar enteramente abandonado el reyno á las incursiones de los enemigos y piratas. Y experimentando sus habitadores no ser atendidas sus instancias, lejos de ceder a la desgracia, ó entregarse á una vil desesperación, animados todos de un mismo espíritu, determinan fabricar torres en la costa del mar, y mantener la tropa necesaria, y una esquadra de galeras para su defensa, imponiéndose para esto nuevas contribuciones, y manejándolas ellos mismos, á fin de impedir que la sagrada hambre del oro, que atormentaba al Ministerio, se las arrebatase y empleara en fines muy distintos.”

Las motivaciones menos nobles y decorosas son desterradas de semejante cuadro, pese a contar con una dilatada Historia dentro de la Constitución del Reyno de Borrull y de los Privilegios de Alicante. 

Leyes anteriores a la Declaración de los Derechos Humanos.

La esclavitud perduró legalmente en los dominios españoles hasta 1886, y hasta 1707 estuvo vigente su formulación foral en nuestras tierras. Entre las mercedes concedidas a Alicante en 1252 por Alfonso X encontramos sus primeras referencias:

“Et todo moro catiuo que ualiere mil morauedis chicos, que sea del sennior (del rey) et el sennior que de cient morauedis chicos a aquellos que lo tomaron, et esto que lo sepan en verdat sin enganno si uale mil morauedis.”

En 1258 se estipuló, entre los derechos de almojarifazgo, que “de cativo moroqués conprat en Alicant o de fuera, que non paguen otro drecho si no VII burgaleses.” Por ende, desde los albores de nuestro concejo la monarquía alentó la trata esclavista para fortalecer su patrimonio y su tesoro, una línea también seguida por los Fueros de Valencia.

Los enemigos musulmanes (estereotipo de los bárbaros infieles) se convirtieron en el objetivo predilecto de los esclavizadores de los reinos hispanocristianos, que organizaron cabalgadas de saqueo aprovechándose de diferentes situaciones. En 1276 los almogávares de varios puntos de la Corona de Aragón cautivaron a los pacíficos mudéjares de la Huerta de Alicante bajo el pretexto de la ruptura entre Castilla y la Granada aliada de los Benimerines. Tales ataques amenazaron uno de los activos del tesoro regio, las comunidades islámicas sometidas a su autoridad o mudéjares, y se adoptó la noción de moro de buena guerra, acogido a pactos vasalláticos o diplomáticos con la corona. Sin embargo, esta excepción se orilló en la práctica con frecuencia.

La pretensión del baile general de Valencia de declarar o ajutgar  al cautivo de buena guerra en exclusiva fue contestada vigorosamente desde la Gobernación de Orihuela, especialmente desde la toma de Orán en 1509. El lugarteniente del baile en Alicante don Alfonso Martínez de Vera arguyó que sin esta competencia nuestra ciudad “fora ja despoblada e perduda, que nenguna nau no y arribara; los drets e introhits, axí reyals com los de la ciutat, foren perduts y la terra despoblada, en gran dan a perjuhí del patrimoni real de sa majestat.”  Nuestra bailía consiguió su propósito.

Tras esta declaración se valoraba al cautivo o testa, y el apresador o el comerciante satisfacían el impuesto real del quinto, el cinq comptant lo quinzen, que en 1572 equivalía al 6´6% del precio de venta del esclavo. Las transmisiones posteriores del mismo esclavo en territorio valenciano se liberaban de tributación. En 1547 el virrey pudo exonerar del quinto a quien le pareciera oportuno, y en 1564 se enfranqueció por dos años el cautiverio de moros de allende. El Maestre Racional del Reino, cabeza del Tribunal de Cuentas de la época, supervisaba las transacciones y consignaba en el llibre de rebuda de comptes sus detalles documentalmente: procedencia, sexo, nombre y edad del esclavo, vendedor, precio de venta y cantidad tributada en consecuencia, detalles de gran interés para acercarnos a la realidad humana de tan aborrecible práctica.   

Procedencia de los esclavos.

En 1572 se registraron treinta y cinco esclavos en la bailía de Alicante, a cargo de don Pedro Pasqual y de su lugarteniente don Diego Santángel. De la plaza de Orán procedió el grueso de cautivos con diferencia, veintisiete personas. A distancia, le siguió el Reino de Granada con seis, y Portugal y Guinea con uno respectivamente.

Desde la Baja Edad Media la mayoría de los esclavos vendidos en Alicante procedían del Reino de Tremecén. Desde 1509 el presidio o enclave de Orán arrostró una existencia azarosa, rodeada por numerosos adversarios musulmanes. Entre 1566 y 1575 fue Capitán General de los Reinos de Tremecén y Ténez, con mando efectivo sobre Orán y Mazalquivir, frey Pedro Luis Garcerán de Borja, el último Maestre de la Orden de Montesa. Acompañado de muchos de sus caballeros en una plaza, llamada la Corte Chica, donde era costumbre que los nobles se redimieran de sus malas acciones, emprendió fuertes incursiones contra los aduares o agrupaciones gentilicias enemigas. Sus tropas marchaban sigilosamente en línea durante la noche, cayendo con decisión sobre sus objetivos. El botín de personas y ganado era repartido proporcionalmente entre los combatientes, que lo vendían más tarde en Orán. La presa del 22 de septiembre de 1568 alcanzó la fabulosa cifra de 45.307 libras, superior a las 5. 242 devengadas al rey por toda la Bailía de Orihuela-Alicante en 1572. Es de notar que a finales de la década de 1570 el abastecimiento de Orán costó a la monarquía de 315. 000 a 420.000 libras. En un África del Norte donde floreció el tráfico de seres humanos, alcanzando la maraña el interior continental, Orán se erigió en un activo centro de esta trata.

La conquista de la Granada nazarí no aportó a Alicante tantos esclavos como la de Orán, en vivo contraste con lo sucedido en Sevilla tras la toma de Málaga en 1487. La rebelión de las Alpujarras rindió en 1572 la modesta cantidad de seis personas: la mitad mujeres maduras de veintidós a cuarenta y cinco años arrancadas por la guerra de su entorno familiar. Llegaron a nuestro puerto de forma directa o indirecta a través de las castellanas Cartagena y Cuenca. En el Reino de Valencia la arribada de moriscos granadinos se contempló con gran prevención.

Testimoniales resultan los números ofrecidos por la extensa área del Golfo de Guinea y el Reino de Portugal, gran explotador de la trata negrera desde el siglo XV, ya que la mayoría de los individuos de raza negra desembarcados en Alicante provenían de Orán. El esclavismo acentuó una vinculación con fuertes derivaciones militares, financieras, mercantiles, frumentarias y humanas.

Las personas esclavizadas.

Las sumarias presentaciones en la documentación de las personas esclavizadas nos acercan todavía más al drama humano del cautiverio. Mientras en el Alicante del Cuatrocientos predominaron los varones, en el de 1572 hubo paridad entre sexos, como ya aconteciera en el Alcoy de la centuria anterior. Esta variación nos indicaría el desarrollo de la servidumbre femenina en un Alicante cada vez más aficionado a determinados lujos aristocráticos.

El número de los esclavos negros superó un poco al de los blancos. En muy contadas ocasiones se vendieron personas de otras características étnicas, caso de Cosma Orfeo de color codony, procedente de Portugal.

La imposición de un nombre denuncia un acto de posesión sobre un ser humano. A la mayoría de los cautivos procedentes de África se les impuso el bautismo y un nombre cristiano, algo que no les exoneró de la esclavitud. Entre los varones de tal origen predominó el de Joan con cuatro menciones, seguido a distancia por Francesc y Alonso con una respectivamente. A la devoción por San Juan Bautista se le añadió a veces la circunstancia de ser el nombre de pila de los vendedores del cautivo, responsables de su bautismo: Joan Moreno de Orán del morito de cinco años Joanico, y el mallorquín Joan Antoni Bases de Vilafranca del negrito de seis años Joan. Para las mujeres el predilecto fue el de Caterina (impuesto en dos ocasiones a féminas de tez negra), seguido con una cada una por el de María e Isabet. En el grupo de los moriscos granadinos, con cultemas cristianos impuestos desde su conversión oficial, predominaron las mujeres de edad madura, llamándose de forma sonora Marisaputa (de veintidos años) o discreta Otilia (de cinco) e Isabel: caso de sendas personas de 35 y 45 años. Fátima, de gran arraigo en el Magreb, fue el nombre más repetido entre las cautivas que preservaron en el momento de su venta la fe musulmana, y Amet tuvo un protagonismo más discreto entre los varones.

La edad de los esclavos se estableció en ocasiones dentro de unos márgenes de edad un tanto amplios (de nueve a diez años, por ejemplo). El predominio absoluto correspondió a adolescentes menores de 17 años, llegándose a la vergonzosísima práctica de esclavizar a niños de corta edad, con vistas a cubrir los espacios sociales de servidumbre de los criados de las ciudades del Renacimiento. No en vano los más cotizados esclavos fueron los jóvenes negros de 11 a 20 años procedentes de Orán con la valoración individual de cuarenta libras. Por el contrario el menos valorado fue un morito de cinco años con quince libras.

Entre las reseñas de los cautivos vendidos en nuestra plaza no se consignaron en esta ocasión rasgos peculiares de su fisonomía. En cambio el alicantino Pere Çaragoça condujo a Orihuela al negro Francisco, de doce años, que tenía “sis rayes saltejades en la cara entre lo ull y la orella.”

Los comerciantes de esclavos.

La otra cara de la trata la representaron los cautivadores y los comerciantes de esclavos. Su condición social abarcó nobles de alta posición (la princesa de Palma de Portugal o la marquesa de Navarrés doña Leonor Manuel), eclesiásticos como el comendador de Montesa, nobles urbanos, ciudadanos honrados, comerciantes e incluso artesanos. Ni de lejos se trató de un negocio incompatible con el estilo de vida aristocrático. En la Orihuela coetánea los labradores también se sumaron al tráfico de seres humanos.

Ocho de los tratantes eran de Alicante, entre los que destacamos a Vicent Bosch, Alexandre Bonarí y Jaume Çaragoça. Vicent, miembro de una encumbrada familia con influjo en nuestra bailía, contrajo matrimonio con Anna Vallebrera, de linaje caballeresco local. Alexandre, de orígenes genoveses, era hermano del donzell Nicolau Bonarí, justicia de Alicante en 1571. De familia originaria de la Vila Joiosa, Jaume fue almotacén o mostassaf de la ciudad en 1571, y su hermano Pere traficó con esclavos en Orihuela. La trata rentabilizó más el ejercicio de sus responsabilidades.

Al grupo alicantino le siguió en importancia cuantitativa el de Orán, por las razones ya apuntadas, con cinco integrantes, entre ellos el honorable (tratamiento dado a los caballeros) Joan Moreno. La encomienda de Montesa de Benicarló-Vinaròs dispensó tres (dos de Benicarló y uno de Vinaròs) tanto por su arriesgada exposición al corsarismo berberisco como por la decidida intervención de la Orden Militar en las empresas de Orán: el propio comendador de Montesa ofertaría al joven Amet de doce años en Alicante. La ciudad de Valencia aportó dos, los mercaderes Casadamunt y Joan Baptista March.

Se registra una sola mención de los puertos de media importancia de Dénia y Mataró. Atesorando un dilatado pasado de contactos con el África del Norte, Dénia era el puerto privativo de los marqueses de la Casa de Sandoval y un gran exportador de almendra y pasa, que trató de revalorizarse como base de las galeras reales en el Golfo de Valencia. Mataró se convirtió a mediados del XVI en un activísimo centro de elaboración de productos de vidrio, potenciándose sobremanera su flota de cabotaje, que tras recalar en Dénia y Alicante proseguía su singladura hacia Sevilla y Lisboa. Idéntico número de referencias se recogieron de las importantes plazas de Cartagena, Ciudad de Mallorca y Barcelona, que dirigieron y gestionaron sus propias redes esclavistas. La presencia en Alicante de gentes de tales puertos respondió más, en consecuencia, a su dinamismo que al deseo de convertir nuestra plaza en uno de sus principales centros de venta y adquisición de cautivos.

Las entradas llegadas de Ontinyent, Cuenca y Portugal merecen una atención particular, más por lo que significaron que por su reducido número. El artesano de la elaboración de productos de lana o peraire de Ontinyent Melcior Pastor vendió a la oranesa Isabet de seis años por 20 libras. La villa de Ontinyent o Fontinent, según Martí de Viciana, disponía junto a su subordinada Agullent de 1.200 casas de vecinos (sobre unos 5.400 habitantes) hacia 1563, cuando Alicante y sus términos extensos alcanzaron las 2.000 casas de moradores o unos 9.000 habitantes. Vivía de sus campos de labor, de sus ganados y del ejercicio de la lana. Al igual que otras localidades de Les Muntanyes como Cocentaina y Alcoy desarrolló desde la Baja Edad Media una valiosa artesanía pañera, servida en ocasiones por esclavos comprados en Alicante, creándose unos vínculos que alentaron, por ejemplo, el traslado del linaje de caballeros de los Martínez de Vera de la baronía de Cocentaina a Alicante. A la altura de 1572 el negocio de los peraires de Ontinyent, al menos el de Melcior Pastor, parecía residir más en la venta que en la adquisición de cautivos.

Vinieron de Cuenca la morisca Isabel y su hija Otilia, vendidas por el residente genovés en aquellas tierras Francisco Justenión. Valioso paso comercial entre Castilla y Valencia, Cuenca gozó de una prometedora artesanía pañera y de unas atractivas ferias que atrajeron el interés de los mercaderes de Génova, bien prestos a sacar provecho de la diáspora de los moriscos granadinos desde 1570 por tierras de su obispado.

El rico Portugal esclavista aportó cautivos a Alicante desde el siglo XV, comerciando también con el pan del mar del bacalao y el atún. En 1572 participó muy discretamente con la venta de la esclava de la princesa de Palma Cosma Orfeo, cuya valoración inicial descendió de las 50 a las 20 libras. La pobre cautiva había perdido el atractivo en los mercados más cotizados, pero todavía lo conservaba en los más secundarios. 

Este último caso acredita la escasa presencia de vendedores extranjeros de alto nivel en el sórdido negocio de la trata esclavista en Alicante, en vivo contraste con el comercio de las cargas de lana de tránsito entre Castilla e Italia, en el que los genoveses se alzaron con la posición más relevante. El ritmo estacional de las ventas de cautivos a lo largo del año denuncia la dependencia del suministro de Orán, donde las cabalgadas en busca de botín se sustanciaron en los meses de noches más largas propicias al ataque por sorpresa: diecinueve en el otoño-invierno y diez en la primavera-verano.

La documentación estudiada no nos desvela la identidad de los compradores de los esclavos. Lo más probable es que fueran personas del patriciado local y hombres de negocios artesanales y comerciales de puntos cercanos a Alicante, en consonancia con lo que sabemos del siglo XV. La inserción de los cautivos en nuestra sociedad abre el problema de la importancia real de la esclavitud en la economía alicantina de la segunda mitad del XVI.       

El peso del tráfico esclavista en la economía alicantina.

En 1572 la imposición de los quintos rindió noventa libras al tesoro real en Alicante. El negocio vivió un momento espléndido en relación a las grandes recaudaciones de la primera mitad del siglo XV: las cincuenta y nueve libras de 1425, y las cincuenta y siete de 1440. En la segunda mitad del Cuatrocientos nunca se sobrepasaron las veintisiete libras. La solidez geográfica e histórica de la trata esclavista en el Alicante Moderno resulta indiscutible.

Sin disculpar un ápice de su inmoralidad, hemos de relativizar su peso específico en la economía alicantina del XVI, ya que fiscalmente no supuso ni de lejos la principal partida de ingresos de la bailía local. El crecimiento oficial de la actividad mercantil del puerto de Alicante, mesurada a través de los ingresos de los derechos de la duana y del vedat, experimentó un salto espectacular entre 1547 y 1572, en coincidencia con una destacada subida de 69 puntos de los precios en el Reino de Valencia. Las 550 libras de la duana se convirtieron en 1.900, ascendiendo en 245 puntos, y las 15 del vedat en 359, añadiendo con agudeza 2.293 puntos más. En 1547 no se registró en nuestra bailía ningún ingreso a cuenta de los quintos, y en 1572 se ingresaron las reseñadas 90 libras: el 3´98 % de la recaudación conjunta de la duana y el vedat.

Tampoco las relaciones de producción se fundamentaron en el esclavismo al estilo de lo que acontecería en varias regiones de la América de los siglos XVII al XVIII, sino sobre acuerdos económicos entre particulares y fórmulas de dependencia señorial.

La guerra contra el poder otomano impidió pasar página a nuestros antepasados, pues la esclavitud recordó lamentablemente la veterana frontera medieval, que tantos dispendios y sufrimientos acarreó. A la altura de 1572 sólo benefició a una minoría degradadora de la condición humana.

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