EL CREADOR DE UNA POTENCIA PIRENAICA, SANCHO RAMÍREZ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.07.2025 13:31

 

               El reino de Aragón se terminó desgajando de la monarquía de Pamplona tras la muerte de Sancho Garcés III. Sin embargo, heredó muchas de sus aspiraciones. Bajo su segundo monarca, Sancho Ramírez, lo conseguiría en gran medida.

               Subido al trono en el 1063, el joven rey se enfrentó con su primo Sancho de León y Castilla con la ayuda de su otro primo, Sancho de Pamplona. En esta guerra de los tres Sanchos se libró una reñida batalla en Viana. Las huestes de aragoneses y pamploneses cruzaron el Ebro, y consiguieron algunos de los dominios que el de León y Castilla había tomado al de Pamplona. Atento al control de los vitales pasos del Pirineo, estrechó sus lazos con los condes de Tolosa, en un momento en el que florecía la Ruta Jacobea. No en vano, concedería en 1077 un valioso Fuero a la ciudad de Jaca. Nunca perdió de vista lo que acontecía en el reino de Pamplona. Tras el asesinato de Sancho IV en el 1076, los magnates de Pamplona se inclinaron por él como rey, un útil contrapeso a León y Castilla.

               Sancho Ramírez forjó, pues, una verdadera potencia pirenaica, que organizó con la ayuda de la Iglesia. El cuestionado Papa Alejandro II le envió un legado para ordenar las ceremonias y el culto al modo romano, dejando al margen las normas hispánicas. De esta manera, Sancho Ramírez se granjeaba un poderoso aliado. Llegó a visitar Roma en el 1068, rindiendo vasallaje al Papa. Los obispados de Jaca y Roda, a veces confiados a sus familiares, le prestaron no escaso auxilio en sus empresas políticas y militares. Sin embargo, los monasterios escaparon de la jurisdicción de los prelados. Al rey le convino disponer de la distribución de las rentas de monasterios, iglesias y capillas, lo que le valió ser amonestado por la Santa Sede. Tuvo que hacer penitencia en el 1081 por la toma de décimas y primicias, pues la alianza con el Papado resultaba esencial. En plena querella de las investiduras con el emperador Enrique IV, al Papa Gregorio VII no le resultaba indiferente el proceder del monarca de Aragón y Pamplona.

               Al igual que otros monarcas y magnates hispano-cristianos, Sancho Ramírez puso sus ojos en el rico y dividido Al-Ándalus. Tras la caída del califato de Córdoba, se habían ido forjando emiratos de desigual poder, conocidos por la historiografía como los reinos de taifas. Alrededor de la poderosa Zaragoza, ubicada en la antigua Marca Superior andalusí, se conformó un emirato que en sus días de gloria abarcó Lérida y Huesca. Los andalusíes todavía podían comprometer el ascendiente de Sancho Ramírez en las tierras pirenaicas.

               Las divisiones entre los andalusíes alentaron las acometidas de los hispano-cristianos, que por el momento se conformaron con exigirles tributos, las valiosas parias, anheladas por distintos magnates. El conde de Urgel logró durante un tiempo que le pagaran tributo los gobernantes musulmanes de Huelva y Barbastro. Esta segunda plaza fue tomada en el 1064 por las fuerzas de Sancho Ramírez, en lo que algunos autores han considerado un anticipo de las cruzadas. El obispo de Roda se encargó de la iglesia de la conquistada ciudad, que sería temporalmente recuperada por el emir de Zaragoza.

               Años más tarde, en el 1076, las acrecentadas fuerzas de Sancho Ramírez irrumpieron en las llanuras musulmanas de Ribagorza, donde conquistaron la fortaleza de Muñones. Ayerbe, en la ruta entre Zaragoza y Bearne, fue poblada en el 1084, cuando se conquistó el castillo de Arguedas. Fruto de tales éxitos fue la concesión en el 1085 del título de rey de Sobrarbe y Ribagorza a su primogénito Pedro, siguiendo usos de gobierno que se remontaban al menos a Sancho Garcés III.

               En aquel mismo año, Toledo cayó en manos de Alfonso VI de León y Castilla. La conquista de la cabeza del águila andalusí precipitó la irrupción de los almorávides en la Península. Vencieron en la batalla de Zalaca o Sagrajas a las huestes de Alfonso VI, que a pesar de la rivalidad pudo contar con el apoyo de Sancho Ramírez. Tras conquistar Monzón, convirtió al emir de Huesca en su tributario. Además, pobló Estada y estableció Castellar ante el emir de Zaragoza. En estos expansivos años se acostumbra a situar la noticia del traslado del cuerpo de San Indalecio de Almería al monasterio de San Juan de la Peña. En el siglo XVII, algunos propusieron a San Indalecio como patrón del reino de Aragón, lo que ha llevado a dudar de la veracidad de la noticia. No parece posible que Sancho Ramírez planteara ningún alegato reconquistador sobre las tierras almerienses.

               Sin embargo, la ciudad de Huesca y su territorio se encontraban en su punto de mira. Para rendirla, fortificó los castillos de Marcuello, Loarra y Alquézar, en la entrada de Sobrarbe. Estableció a poca distancia de la ciudad de Huesca la posición de Montaragón y comenzó las acciones de tala y desgaste del territorio circundante. Mientras Sancho Ramírez contaba con al ayuda del conde de Urgel frente al emir de Lérida, el de Huesca recabó la ayuda de Alfonso VI. Sus fuerzas fueron interceptadas por Sancho Ramírez a la altura de Vitoria, y en la primavera de 1094 cercó Huesca. Puso sus reales en un cerro próximo a la ciudad, pero cayó en junio de aquel año reconociendo los puntos débiles de la muralla oscense. Su abrupta muerte no hundió su obra.

            Para saber más.

             José María Lacarra, Aragón en el pasado, Madrid, 1972.