EL CULTO A LAS MONTAÑAS EN JAPÓN. Por Víctor Hernández Ochando.
Alrededor de las tres cuartas partes de la superficie del archipiélago japonés está cubierta por montañas y debido a su posición en el cinturón volcánico del Pacífico varias de ellas son volcanes. Estos terrenos tan accidentados han ayudado a la creación de varios ríos con un fuerte caudal que ha ido modificando poco a poco el relieve japonés.
En el Japón antiguo, las montañas eran zonas de culto tal y como lo demuestran las diferentes pruebas arqueológicas y las crónicas literarias como el Kojiki o el Nihongi. Algunos mitos de ambos libros hacen referencia a la sumisión hacia las divinidades de la montaña. A partir de estos datos, se han podido clasificar a las montañas en varios tipos ya que no todas tenían la misma funcionalidad.
Los volcanes son, habitualmente, la residencia de las divinidades; mientras que las montañas son veneradas por ser la fuente del agua, el lugar de descanso de las almas de los muertos o como lugar de transición de las almas al más allá.
La forma de culto también distingue entre montañas a las que se asciende en un momento determinado para realizar un retiro y ejercitarse o las que se suben lo más a menudo posible. Éstas últimas se pueden clasificar en cinco tipos: montañas de peregrinaje ligadas al culto de los espíritus de los fallecidos como el monte Osore, conocido como la “montaña del miedo” debido a su paisaje volcánico; montañas que se veneran desde abajo en un templo y a las que no se sube ya que la propia montaña es el cuerpo de la deidad como el monte Miwa; montañas para subirlas y unirse a la divinidad, por ejemplo el monte Fuji; montañas que son la residencia de los ancestros de un clan o las montañas para la práctica de la ascesis.
La función de enterramiento de las montañas se puede apreciar en varias elegías de la antología poética Man'Yoshu, que relacionan la montaña como el lugar donde descansa el alma; aunque también aparecen el cielo, el mar o una especie de infierno. Incluso en el vocabulario del pueblo se hizo uso del término yama shigoto, que significa trabajar en la montaña pero también cavar una tumba.
Los ritos relacionados con los ujigami o deidad de un clan y el santuario de una montaña se pueden explicar con la creencia de que las almas de los fallecidos descendían a las aldeas en determinados momentos del año.
El budismo ha dotado de un ambiente peligroso, maléfico y lleno de demonios a las montañas que son un lugar de transición hacia el más allá. Pero el festival de Bon es el que mejor relaciona las montañas con la muerte. Una fiesta que las familias aprovechan para ir a visitar la tumba de los difuntos y homenajear a los espíritus que vuelven al mundo de los vivos. Y al contrario que en las culturas occidentales, en estas celebraciones hay bailes, música y grandes comidas.
La religión vinculaba estrechamente las estaciones con la agricultura, los muertos, los espíritus de los ancestros y con la lluvia y el viento, que despiertan en los labradores el interés por las montañas, de cuyas cumbres desciende el agua tan necesaria para el cultivo de arroz. Por ello se construyen santuarios específicos para adorar a las deidades del viento y la lluvia conocidos como mikumari.
La yama no kami o divinidad de la montaña es una de las importantes y tiene diversas formas según la región o la sociedad que le rinde el culto. Así pues, los leñadores y cazadores tienen su propia yama no kami. Para las sociedades rurales esta deidad desciende las montañas según la estación y se convierte en la ta no kami o deidad de los campos. Es durante la época del trasplante de arroz cuando la divinidad se convierte en el centro de atención para poder obtener buenas cosechas ya que su visita asegura la prosperidad.
La deidad de la montañas adopta en ocasiones la apariencia de una serpiente y otras la del ser fabuloso tengu, una especie de demonio. Su representación es de sexo femenino y tiene un aspecto deforme como un ojo tuerto o la falta de una pierna, además de tener un carácter irascible.
Esta creencia ligada a las montañas comparte varias características con formas antiguas de chamanismo. Así pues, que las montañas sean el hogar de los espíritus de los fallecidos y de las divinidades, lugar para pasar al otro mundo o ser un territorio para la ascesis ha dado pie a prácticas de carácter espiritual y mística arraigadas en la tradición japonesa como el Shugendō.
Siempre, desde que la tierra y el cielo se separaron,
se elevó majestuoso, noble, divino,
¡el Monte Fuji en Suruga!
cuando alzamos la mirada hacia las celestes llanuras,
la luz del sol se ensombrece al atravesar el cielo,
la brillante luz de la luna no se deja ver,
las nubes blancas no se atreven a pasar;
y cae la nieve, eternamente.
Hay que pregonarlo de boca en boca,
¡oh, majestuosa Montaña de Fuji!
Yamabe no Akahito en la antología poética Man’Yoshu.