EL DEMONIO DE LOS ANDES. Por Gabriel Peris Fernández.

02.04.2016 00:05

                

                Los conquistadores españoles de las Américas no solo se enfrentaron a imperios como el azteca o el inca y a los peligros derivados de un medio hostil, sino también a ellos mismos. La Corona tuvo que vérselas con los conquistadores. Nunca quiso entronizarlos como nuevos señores de las Indias y aprovechó sus disputas para imponer su voluntad.

                Los conquistadores fueron hombres ambiciosos de gran empuje, que no siempre alcanzaron lo que se propusieron. Tal fue el caso de una figura maldita, la de Francisco de Carvajal, un octogenario entrado en carnes y de condición popular que sería infamado, ahorcado y descuartizado tras ser derrotado en la batalla de Jaquijahuana en 1548. Fue conocido como el demonio de los Andes.

                Vino al mundo en 1464, cuando Castilla se debatía en fuertes luchas políticas. Entonces se llamaba Francisco López Gascón. Frecuentó en su mocedad la universitaria Salamanca, pero no supo encarrilar su vida por la senda de las letras y pronto probaría fortuna por la de las armas. Luchó en Italia a las órdenes del Gran Capitán, el creador del moderno ejército español.

                Entró al servicio del cardenal Bernardino de Carvajal, del que tomó su conocido apellido, pero tampoco logró seguir la carrera sacerdotal y el ejército le deparó su fortuna. Veterano en la batalla de Pavía, en la que se apresó a Francisco I de Francia, participó en el Saqueo de Roma de 1527. Allí obligaría a un rico notario a pagarle mil ducados a cambio de devolverle documentos comprometedores.

                Con semejante capital Italia se le quedó corta y tentó la aventura de las Indias, donde hombres como Hernán Cortés habían conseguido tanto en tan poco. De Nueva España pasó al Perú con la fuerza de socorro contra Manco Inca en 1536. Por su destacada actuación recibió una encomienda en Cuzco, ciudad de la que llegó a ser alcalde en 1541.

                Sus objetivos parecían haberse cumplido, pero pronto los enfrentamientos entre españoles lo llevaron por otros derroteros más tormentosos. Los seguidores de Francisco Pizarro y de Diego de Almagro, molesto por su fallida empresa chilena, se acometieron entre sí y Francisco fue requerido por unos y otros. Se inclinó, pese al ofrecimiento de la gobernación del Perú, por los realistas contra los almagristas, que fueron vencidos en la batalla de Chupas gracias a su intervención audaz. Se expuso a pie ante la artillería enemiga para animar el ataque de los suyos.

                Las aguas peruanas distaron de sosegarse, ya que Carlos V aprobó las Leyes Nuevas de Indias que restringían las encomiendas considerablemente. Francisco quiso marchar a España y evitar mayores conflictos. Opinaba que tales leyes resultarían contraproducentes y auspiciarían nuevos conflictos.

                Al final no logró pasar a España, retenido a veces por los servidores del rey, y Francisco se puso al lado del hermano de Francisco Pizarro, Gonzalo, que se alzó en armas contra la autoridad del monarca. De Gonzalo recibió el tratamiento de padre aquel que pronto sería conocido como el demonio de los Andes.

                Como maestre de campo de sus tropas emprendió feroces campañas que le llevaron a entrar en Lima y en Cuzco. En Arequipa se salvó de un fuerte terremoto. Entre sus hombres tuvo justa fama de duro y esforzado, resultando característica su vestidura a la morisca y su mula bermeja.

                La combinación de desgaste y diplomacia, con la promesa de anular las medidas más punzantes, mermó la fuerza de los rebeldes. Entonces el octogenario demonio recomendó a su hijo Gonzalo la prudencia, que no le fue escuchada. Al final caerían vencidos en Jaquijahuana.

                Francisco recomendó a Gonzalo que tomara la monarquía del Perú, pues no existían los reyes traidores a su entender, y en la hora de su ejecución demostró su temple ordenando quietud a la muchedumbre para que se pudiera cumplir justicia. La intrepidez y los enredos de la Castilla del siglo XV pasaron al Perú del XVI de la mano de hombres como él.