EL EMPERADOR HERACLIO, DEL ÉXITO AL FRACASO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Uno de los emperadores romanos de Oriente más célebres ha sido Heraclio, que conoció la victoria y la derrota. Se le han atribuido las palabras ¡Adiós, Siria!, que expresarían su abandono ante los conquistadores musulmanes. Recogidas tiempo después por los peregrinos que se encaminaban a Jerusalén, algunos autores les han quitado hierro, pues en verdad expresarían el deseo de ir bien.
El polémico Heraclio procedía de una rica familia de Capadocia, siendo su padre exarca del África bizantina en tiempos del emperador Mauricio. Al ser éste destronado por Focas, el exarca se opuso al nuevo emperador con la ayuda de sus allegados. Heraclio comandó una expedición naval, que alentó el levantamiento de Constantinopla contra Focas en el 610. Finalmente, terminó siendo proclamado emperador.
Sus años de gobierno distaron de ser un camino de rosas, al enfrentarse a la amenaza de los ávaros y sus sometidos eslavos en los Balcanes, y a la de los persas que decían ir a vengar a su antiguo aliado Mauricio. Se libró una importante guerra entre los romanos de Oriente (los bizantinos) y los persas del 603 al 628, con los armenios divididos entre monofisitas y diofisitas. Las relaciones con las comunidades judías complicaron la situación, ya que desde comienzos del siglo V la legislación romana antijudía se hizo cada vez más severa. El patriarca Cirilo los expulsó de la gran Alejandría y el emperador Justiniano prohibió en el 553 el uso del hebreo en la lectura de los textos bíblicos en las sinagogas y en la segunda enseñanza (Mishná). En el 578, con los persas en campaña, los judíos podían desquitarse.
Los persas consiguieron inicialmente importantes éxitos. Tomaron las ciudades de Antioquía, Damasco y Jerusalén, invadieron Egipto en el 620, atacaron Asia Menor. En aquel momento, el rey de reyes Cosroes presumió que sería un nuevo Jerjes que cruzaría a territorio europeo.
Heraclio también lidiaba con delicados problemas domésticos, como su nuevo matrimonio con su joven sobrina Martina, que le valieron enfrentamientos con la Iglesia. Según algunas fuentes, llegó a considerar abandonar Constantinopla por Cartago. El patriarca Sergio le obligó a jurar que jamás lo haría, y a cambio le concedió grandes sumas de dinero para conformar una nueva fuerza militar.
En el 622, tras no pocos tropiezos, el mismo Heraclio se puso al frente de las tropas hacia Asia Menor, sin confiar el mando en ningún general, como era costumbre desde hacía mucho tiempo de los emperadores romanos de Oriente. En el 623 se impuso a los persas en batalla y pudo negociar con los avaros. Reanudó su ofensiva contra los persas en el 624, invadiendo Armenia y haciendo retroceder al rey de reyes.
Sin embargo, los ávaros hicieron una peligrosa pinza en el verano del 626 sobre Constantinopla, que resistió bajo el mando del patriarca Sergio. Heraclio se coaligó con los jázaros del Cáucaso y a finales del 627 derrotó a los persas en la batalla de Nínive. No tomó la capital persa, pero Cosroes fue derrocado, lo que le permitió restablecer sus dominios y la devolución de las sagradas reliquias.
El emperador Heraclio se presentó como el defensor del cristianismo frente al rey de reyes Cosroes y llegó a recibir el rango sacerdotal, ganándole muchas voluntades en la misma Armenia y Mesopotamia. Posteriormente, fue ensalzado como el modelo de monarca cruzado. Tanto Jorge de Pisidia como la Leyenda de Alejandro en siríaco lo compararon con el gran conquistador macedonio, augurando su triunfo tras la aniquiladora guerra entre persas y hunos. El primero no dudó en destacar a Heraclio como el salvador de una nave que se hundía. Desde la batalla de Puente Milvio del 312 la Cruz había pasado de simbolizar la desgracia al triunfo, imponiéndose en el pensamiento bizantino al Arca de la Alianza. Al recuperar Heraclio la Santa Cruz de los persas, superaba al mismo David, que dispuso el Arca en el Templo de Jerusalén.
Además de expulsar a los enemigos del imperio al Este y al Oeste, prosiguió la aplicación de reformas. Abandonó las anteriores fórmulas administrativas romas por otras más helenizadas, y aplicó en la amenazada Asia Menor el sistema de la división administrativa en themas, circunscripciones con destacamentos de soldados campesinos, regidas por un estratego que concentraba los poderes civiles y militares.
Por mucho que fortaleciera las atribuciones de la prefectura, su preeminencia religiosa aumentó. Como legislador, promulgó del 612 al 629 varias novelas con el consejo del patriarca Sergio sobre el número de clérigos en la gran iglesia de Constantinopla, los movimientos del clero secular y regular, y la ampliación de la jurisdicción eclesiástica, adquiriendo mayor importancia los tribunales episcopales. Los monasterios rurales habían buscado la cercanía de fortificaciones por el peligro persa, sobreviviendo las comunidades mejor organizadas. En consecuencia, los monjes itinerantes tuvieron que reformular su modo de vida. Una figura como Juan el Limosnero, el patriarca melquita de Alejandría, ayudó a Heraclio a controlar Egipto con sus donaciones, convirtiéndose en un santo monofisita. Sin embargo, el emperador fracasó en la aceptación por los monofisitas egipcios de la fórmula monotelita sugerida por el patriarca Sergio.
Derrotado el enemigo persa, los cristianos volvieron a polemizar por cuestiones como la verdadera naturaleza de Jesús, y las intervenciones de Heraclio fueron recibidas con desagrado por más de uno, llegándole a tildar de hereje. En el 630, según la Enseñanza de Santiago recién bautizado, consideró convertir obligatoriamente a los judíos tras su entrada triunfal en Jerusalén, temeroso de su posible alianza con los musulmanes.
Ni la paz ni el éxito acompañaron los últimos años del emperador, cuando irrumpieron los musulmanes. Sus fuerzas consiguieron vencer a las bizantinas en el 634 y en el 635, conquistando Damasco. Heraclio acometió un nuevo esfuerzo militar, pero en agosto del 636 sus ejércitos cayeron vencidos a orillas del Yarmuk. El emperador se retiró de Siria, cayendo Jerusalén en manos musulmanas en el 638 y en el 640 Cesarea. Además, las fuerzas del Islam comenzaban a adentrarse en Egipto, el gran granero del imperio. Los conquistadores árabes musulmanes combatieron a sus oponentes con lanza y sin estribos en las monturas, además de disponer de cotas y cofias de malla, grandes escudos redondos, espadas de tipo persa (curvadas como la garra de un león) y arneses bizantinos.
La conquista musulmana de Siria fue considerada, al hilo de las controversias religiosas, un castigo divino, llegándose a decir que el mismo Heraclio la comparó con un amanecer nublado, una transformación tan terrible como irreversible. Posteriormente, algunas tradiciones árabes mantuvieron que Heraclio quiso convertirse al Islam, pero su séquito se lo impidió. Lo cierto es que cuando falleciera el 11 de febrero del 641 su triunfal reinado se había convertido en un fracaso.
Para saber más.
David Woods, “Heraclius alleged farewell salute to Syria”, Byzantion, 88, 2018, pp. 423-433.

