EL FASCISMO A CIEN AÑOS VISTA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El fascismo ha sido motivo de preocupación y de estudio desde hace un siglo. La emergencia de fuerzas de extrema derecha en los últimos años, coincidiendo con la ascensión al poder de Mussolini hace un siglo, ha reactivado la cuestión en los medios.
Hay un consenso en caracterizar al fascismo por su autoritarismo, exaltación de la violencia, la primacía del grupo sobre el individuo y su dirección elitista. Su formación resultaría de la fusión del imperialismo con el socialismo, cuyas primeras manifestaciones las encontramos en la Bohemia y en la Cuba española de finales del siglo XIX. Mussolini y Mosley hicieron ostentación de tal fusión.
Sin embargo, resultó ser la Gran Guerra la que permitió que diera su gran salto, tras la intensa movilización de miles de seres humanos y de recursos materiales. Los excombatientes nutrieron grupos delictivos y paramilitares en distintos países, incluida la neutral España. Años más tarde, los efectos de la Gran Depresión alentarían una segunda oleada, la que conduciría a la Alemania nazi.
Las carencias de Italia tras su unificación en 1870 impulsaron que primero triunfara allí. La escasa energía de los gobernantes de la monarquía liberal le allanaron el camino enormemente. Los escuadrones de Mussolini, financiados por patronos temerosos del bolchevismo triunfante en el imperio de los zares, conformaron el partido fascista, en el que la figura del Duce fue afirmándose en términos inauditos.
Los fascistas italianos contaron con seguidores en la Alemania de la golpeada república de Weimar y en la España de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, donde se puso en pie el somatén, pero también en Francia y Gran Bretaña. Se ha venido sosteniendo que la organización de la Italia fascista se hizo de manera más gradual que en la Alemania nazi. La Gran Depresión de los años treinta acentuó su expansionismo, mientras el descrédito de los parlamentarismos liberales lo publicitaba en distintos países.
Las difíciles circunstancias vividas por Alemania y Austria tras la Gran Guerra, con la caída de sus monarquías imperiales y la frustración de sus planes de conquista, prepararon el terreno del triunfo nacionalsocialista. Además, el autoritarismo, el antisemitismo y la creencia en un dirigente mesiánico, el Führer, estaban muy arraigados en los grupos conservadores del mundo germano.
El Estado nacionalsocialista se forjó golpeando con la máxima dureza a los grupos sociales y políticos que consideraba incompatibles con su ideario y sus metas. Las fuerzas de seguridad y la judicatura quedaron controladas, mientras menudeaban las actuaciones de la Gestapo e iba extendiéndose la red de campos de concentración y de exterminio.
El partido nacionalsocialista no pretendió abrirse a toda la población alemana aria, sino a una minoría con ínfulas aristocráticas. En su seno, el grupo de las SS llevó a cabo sus propósitos más racistas y conquistadores, deseando ganarse a jóvenes profesionales cualificados en los terrenos de la ciencia y de la tecnología.
El nazismo, con sus conquistas, llegó mucho más lejos que la Italia fascista, a la que subordinó a finales de la Segunda Guerra Mundial. Sus ejércitos abrieron el camino del exterminio y del colaboracionismo, brindando su brutalidad una oportunidad de oro para la supervivencia del estalinismo. A medida que avanzaba el conflicto, las SS parecían afirmar su hegemonía, provocando el rechazo de otros grupos que habían secundado el ascenso de Hitler. Sin embargo, fue la derrota militar la que ocasionó su hundimiento final.
Del naufragio fascista de 1945 se salvó la España de Franco, que había derrocado la Segunda República con la ayuda de Italia y Alemania. La naturaleza fascista del franquismo ha sido negada por varios autores, aunque en la actualidad se pone de manifiesto su influencia en sus primeros momentos.
Tanto José Antonio como Franco, herederos cada uno a su manera de la dictadura de Primo de Rivera, miraron más a Italia que a Alemania como referente, pero el III Reich fue el más determinante durante la Segunda Guerra Mundial. En tiempos de la Segunda República, varios socialistas habían alertado del ascenso de Hitler al poder y algunos católicos habían censurado la política de eugenesia del nazismo. La guerra de España permitiría al III Reich eliminar críticos, conseguir un aliado y probar algunos de sus métodos militares.
Cuando Francia se hundió ante los ejércitos alemanes, Franco vio la oportunidad de conseguir un nuevo imperio español, de eliminar a algunos de sus oponentes en el exilio y de conseguir recursos para rehacer la destruida España. Otro era el punto de vista de Hitler, que la consideraba una palanca para conducir a la rendición al imperio británico y una posible colonia minera (el plan Montana). Los jerarcas nazis que extraían alimentos de países como Grecia no estaban nada dispuestos a mejorar las condiciones de vida de la población española, contemplada como mano de obra para el Reich milenario.
Franco y Hitler no se entendieron en Hendaya, pero el primero envió contra la URSS a la División Azul, que algunos dirigentes nazis pensaron utilizar para conseguir una España más dúctil a sus deseos. Todo quedó en agua de borrajas, y el franquismo que había convertido España en una magna prisión se mostró dispuesto a condescender confidencialmente con el escape de algunos judíos para congraciarse con Gran Bretaña.
Cuando el nazismo cayó derrotado, la España de Franco destruyó muchos de los documentos que probaban sus contactos con la Alemania de Hitler, aunque no dejó de acoger a significativos nazis en su territorio. Las circunstancias de la Guerra Fría aconsejarían a los Estados Unidos a moderar su cruzada contra los fascismos.
Cabe preguntarse si tal proceder ha sido el que ha permitido el auge actual, impulsado por los problemas de las sociedades urbanas de hoy en día. La negación por sus partidarios de buena parte de sus extremos (desde el colaboracionismo al exterminio), el empleo de ideas de raigambre izquierdista como la lucha contra la exclusión, y dirigir las iras contra un enemigo externo o ajeno a la comunidad ha impulsado las ideas fascistas desde la América del Norte a Europa, en grupos golpeados por los procesos de globalización. Todavía no sabemos si el conocimiento del pasado (el aviso de la Historia) y unas circunstancias distintas a las de Entreguerras serán capaces de evitar una segunda era fascista.