EL GENERAL PRIM BAJO EL CIELO AZTECA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

15.12.2014 06:52

                

                Cuando finaliza el 2014 algunos recuerdan la figura de Juan Prim y Prats como nexo de unión de Cataluña con el resto de España. La investigación, inacabable, acerca de los autores de su asesinato se divulga a través de los medios de comunicación, mientras la nostalgia invade a los más pusilánimes. A Prim lo mataron ya hace mucho. Sus queridas ya le lloraron lo suyo.

                Puestos a considerar su figura más allá de lo obvio hace no tanto, que un sujeto de Reus se considerara español pese a hablar el castellano a trompicones, podemos detenernos en sus facetas de negociador, que no fueron pocas.

                Hombre tan impetuoso como ambicioso, supo proyectar su imagen de militar liberal y bravo gracias a los buenos oficios de literatos como Víctor Balaguer. Bajo Isabel II, la casta antepasada de don Felipe VI, los partidos políticos eran agrupaciones de notables en las que hacían falta buenas dosis de persuasión y de fuerza para imponerse dentro del grupo… Vemos cómo la situación ha cambiado extraordinariamente a fecha de hoy. Dentro del partido progresista don Juan se había convertido en el astro ascendente.

                La casta Isabel II sentía simpatías por el bizarro espadón, y el general un cariño muy vivo por el poder. La adscripción progresista, entre otros factores, terminó por desbaratar los afectos entre doña Isabel y el de Reus al final, cuando ella marchó a Francia y él a Madrid en 1868.

                Años antes las cosas fueron muy distintas, y a Prim se le presentó una oportunidad para lucirse, que se le permitió y que supo aprovechar como pocos. Fue en el país de su querida y acaudalada esposa, México.

                Allí habían triunfado los liberales radicales de Benito Juárez, que con su política desamortizadora habían desatado la furia de los conservadores. Tampoco los juaristas se mostraban muy complacientes en satisfacer las exigencias de la deuda externa, y de paso también incurrieron en la enemistad de Francia y Gran Bretaña, no dispuestas a que nadie pusiera en cuestión sus derechos como acreedores.

                Como en aquel tiempo todavía no se enviaban a los hombres de negro de la troika, se acordó una expedición punitiva para que los díscolos mexicanos pagaran. Los Estados Unidos, poco complacientes con las ambiciones europeas que recortaran las suyas, se encontraban enfangados con la papeleta de la guerra de Secesión, ahora también tan recordada por algunos españolitos. Era el momento de alzar la voz en las Américas. Todavía asentada en el Caribe, España se sumó a la intervención por la convención de Londres de octubre de 1861 para cobrar y hacerse de respetar. En enero de aquel mismo año su embajador había sido corrido.

                En diciembre 6.000 soldaditos españoles cruzaron el Atlántico a las órdenes del general Gasset, sirviendo Cuba de base de intervención de ulteriores operaciones. Sin esperar al gran Prim desembarcaron en San Juan de Ulúa y en Veracruz, puntos clave.

                Mucho se ha hablado de la cordial enemistad entre Prim y el capitán general de Cuba de entonces, el general Serrano. Por esta vez el de Reus aceptó las disculpas por haberlo dejado atrás, y se puso manos a la obra en sus tareas del mando y ordeno.

                Los españoles estaban siendo abatidos por un terrible enemigo, la enfermedad del vómito negro sin disparar un tiro. Los servicios sanitarios de los ejércitos coetáneos resultaron lamentables desde Crimea a Cuba.

                En lugar de jugar a la carga de la brigada ligera, Prim empleó la persuasión, y negoció con su cuñado el ministro Echevarría el paso de las tropas españolas a Orizava, donde las condiciones eran mejores. La idea no era atacar, sino de iniciar un tiempo de conversaciones.

                Que al final dieron su resultado, los tratados preliminares de La Soledad del 19 de febrero de 1862. El gobierno mexicano se avino a pagar y los españoles, secundados por los británicos, a retirarse.

                Prim desconfiaba de los móviles de la Francia de Napoleón III, empeñada en alzar su imperio latinoamericano entronizando en México a Maximiliano de Austria. El de Reus no se engañaba: los franceses prosiguieron las hostilidades e iniciaron una guerra agotadora en la que nada consiguieron.

                La habilidad negociadora de Prim no fue bien acogida por todos, y su rival Serrano aprovechó para lanzarse a la yugular. El general tuvo que partir en buques británicos al negársele los españoles. Con prudencia prefirió visitar los Estados Unidos antes de regresar a España. Isabel II, como bien recordara Benito Pérez Galdós, simpatizó con la actuación de Prim, ya que Napoleón III, casado con la cordobesa Eugenia de Montijo, nada le ofreció a ella.

                Prim demostró ser un negociador eficaz que evitó a España una guerra innecesaria y estúpida con un pueblo hermano. En Cochinchina no anduvieron los españoles tan finos. Años más tarde el de Reus negociaría secretamente con los Estados Unidos la venta de Cuba en condiciones ventajosas. Su asesinato lo frustró. Era demasiado hábil para muchos aspirantes a mandamases.