EL HOMBRE QUE MARCÓ EL FIN DEL SIGLO XX. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

31.08.2022 13:10

               

                El pesimismo parecía haberse apoderado de Europa en marzo de 1985, cuando muchos de sus habitantes temían que más tarde o más pronto iba a desatarse una guerra nuclear. El pacifismo ganaba militantes en aquella hora histórica, la de la segunda Guerra Fría. Sin embargo, en la gerontocracia soviética se produjo una novedad: un hombre de cincuenta y cuatro años se convirtió en el secretario general del Comité Central del Partido Comunista. Tal hombre era Mijaíl Gorbachov.

                Su juventud en comparación con otros dirigentes soviéticos no disipaba los temores occidentales, pues la URSS aparecía entonces como un enemigo temible. Gorbachov formaba parte de la generación que alcanzó la madurez pasada la II Guerra Mundial, una gran prueba de fuerza para los pueblos de la Unión Soviética. Educado en el marxismo-leninismo, era uno de los gestores que creyeron en las posibilidades del sistema comunista, que soñaron con superar a los Estados Unidos. Su generación alentó grandes aspiraciones, pero también se enfrentó a retos no menos grandes.

                Los técnicos venían avisando desde finales de los años sesenta de la pérdida de eficiencia económica de la burocratizada Unión Soviética. Muchas de sus gentes no encaraban la vida con ilusión, sino con desesperanza. El descontento también cundía en los Estados satélites de su imperio. Los rusos perdían empuje demográfico frente a los pueblos musulmanes de la URSS. Afganistán deparaba quebraderos de cabeza constantes. La carrera de armamento con los Estados Unidos resultaba extenuante. La fuerza represiva del sistema parecía cada vez menos eficaz.

                A diferencia de la China comunista, Gorbachov terminó priorizando la reforma política por encima de la económica. El infierno de Chernóbil puso en severos aprietos la credibilidad de su  reformismo, y se tuvieron que emprender medidas más audaces de reforma.

                En política exterior, limó notablemente las asperezas con Estados Unidos y sus aliados, lo que le ganó una buena fama en Occidente que todavía perdura. Bajo su mandato, cayó el muro de Berlín, Alemania se reunificó y se deshizo la Unión Soviética y su imperio. Para los rusos fue un golpe terrible, del que sacaría buen provecho el nacionalismo más radical.

                Su pretensión de reforma interna, con guiños a la Transición española y admiración por la Constitución de Estados Unidos, se estrelló contra el poder de las oligarquías de las distintas repúblicas soviéticas, que a veces presentaban forma de auténticos clanes. Las controversias entre los más y los menos reformistas lo terminaron de dejar aislado. En agosto de 1991 fue apartado del poder por un golpe de Estado involucionista, pero los que terminaron venciéndolo no se lo restituyeron.

                Una nueva Era de las Turbaciones volvía a apoderarse de Rusia, y Gorbachov quedaba convertido en aprendiz de brujo para muchos. La Unión Soviética que un día soñó nunca llegó a ver el mundo del siglo XXI, como una de sus grandes potencias. Dejó de ser el nuevo Pedro el Grande. Aunque en su momento apoyó la anexión de Crimea a Rusia, recientemente no se mostró satisfecho con la guerra con Ucrania. Algunos sostienen que censuró a Putin por arruinar su apaciguamiento con Occidente de forma ostensible. Tanto su empeño en lograrlo como su relevancia histórica quedan fuera de duda. Algunos de los problemas con los que se enfrentó, como el de la reforma política de Rusia y su papel exacto en el mundo, quedan pendientes de solución. Su alternativa queda muy lejos de la brutalidad actual de Putin, y para muchos de nosotros fue el hombre que alejó momentáneamente la amenaza de una guerra nuclear.