EL JOVEN NAPOLEÓN. Por Gabriel Peris Fernández.

26.02.2015 06:58

                

                Córcega había estado bajo el dominio de la república de Génova con no escasas incidencias. Paoli encabezó una sonada insurrección por la independencia insular, pero al final Francia se quedó con su dominio en 1769. En aquella desilusionada Córcega, concretamente en Ajaccio, vino al mundo Napoleón Bonaparte un 15 de agosto de aquel año.

                Su familia, de origen toscano, formaba parte de la nobleza insular proclive a la independencia, pero su padre Carlos era un abogado y hombre de mundo atento a ampliar los horizontes vitales de sus hijos. Destinó a su primogénito José a un seminario y a Napoleón a una escuela militar de Brienne.

                De 1779 a 1784 permaneció el joven Napoleón fuera de su patria formándose como militar, solitario y reservado ante sus desdeñosos compañeros de más alta posición social. Su temperamento metódico e inquieto le impulsó hacia las matemáticas, esenciales para la artillería, en plena transformación en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo su maestro Monge y examinándose en 1785 ante el físico Laplace.

                Consciente de sus limitaciones sociales comenzó a leer con avidez a los autores ilustrados, a Rousseau especialmente, al que siempre reconoció su magisterio. También se sintió atraído por las biografías heroicas de Plutarco, sus Vidas paralelas.

                El arma de artillería no atraía a los nobles más encumbrados, quejosos de sus exigencias teóricas de estudio y con un alto rango garantizado en el ejército real una vez graduados. Para Napoleón supuso una oportunidad de promoción. En 1785 fue nombrado segundo teniente en el regimiento artillero de Valence. De todos modos si la monarquía hubiera proseguido quizá hubiera concluido su carrera como simple capitán.

                La Revolución le deparó el imperio.

                A pesar de los pesares confesó más tarde sentir lástima del triste destino de Luis XVI, al que hubiera defendido de sus asaltantes populares en las Tullerías.

                La Asamblea Nacional intentó crear una nueva Francia, más atenta a las libertades individuales de las variopintas gentes que habitaban el viejo reino. Los corsos abrigaron la esperanza de conseguir alguna forma de autogobierno.

                Terminado de fallecer su padre, Napoleón llegó a Córcega cargado de ilusiones y de responsabilidades familiares, que nunca olvidó a lo largo de su vida. Al fin y al cabo su linaje había sido amigo del gran Paoli, considerado un héroe de la causa patriótica entre el pueblo. Napoleón deseaba el mando de la milicia insular.

                Paoli no lo complació al decantarse por Pozzo di Borgo, uno de sus familiares. La enemistad se encendió entre ambos. Cuando los jacobinos trataron de detener a Paoli por su independentismo, los Bonaparte trataron de aprovecharlo sin éxito. Los campesinos corsos no se inclinaron por ellos, y Napoleón y los suyos tuvieron que abandonar Córcega ante las maniobras de sus oponentes.

                El joven militar retornó al continente, donde solicitó su reingreso en el maltrecho ejército real en vísperas de las grandes guerras revolucionarias. Fue destinado al agitado Sur, donde demostró con creces su valía en Tolón frente a fuerzas navales inglesas. Su meditado plan de artillería los desbarató. Sólo los buques españoles se atrevieron de buenas a primeras a rescatar a los toloneses comprometidos bajo sus certeros tiros.

                La acción del joven Bonaparte fue muy comentada, iniciando una fulgurante carrera que concluyó en Waterloo. A Francia llegaba una forma de guerrear por escuadras, digna del Mediterráneo según la genial intuición de Ángel Ganivet.

                Casualmente uno de los grandes mitos del nacionalismo francés nació en una isla que deseaba su propio Estado. En numerosas ocasiones las patrias se han construido siguiendo intereses muy particulares.