EL LEGADO DE LA ANTIGÜEDAD TARDÍA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los romanos sufrieron una humillación espantosa al ser capturado su emperador por los persas (259). Coincidió con el tiempo de la conmemoración del milenario de Roma, cuando algunos creyeron con firmeza que se aproximaba inexorablemente el final de los días.
Tal clima de angustia se abatió sobre una población imperial ordenada en comunidades locales, en las que la responsabilidad fiscal era colectiva. El cristianismo representó al comienzo una disidencia poco tolerable en tiempos de dificultad al debilitar aquellos lazos colectivos.
Cabían tres posibles respuestas a tal problema: asimilación por la autoridad de semejante disidencia como religión de Estado, persecución de los discrepantes religiosos o permisividad a cambio de contribuciones acrecentadas (como aconteció posteriormente en el mundo islámico).
Cuando el emperador no ejerció su autoridad otras instancias de poder lo hicieron, menos ecuménicas y más territoriales como los prefectos urbanos que abrieron el camino de las prefecturas. Su vinculación con el ejército resultó incuestionable, poniendo los cimientos de lo que a partir del siglo V fueron las monarquías guerreras germánicas, que siempre admiraron los modelos de gobierno romanos.
Al mismo tiempo la idea de un omnímodo emperador provisto de un amplio patrimonio contrastó vivamente con el cuarteamiento de su autoridad por la base. El universalismo medieval del emperador y del papa fue el histórico compañero de los señoríos, paradoja que quizá hoy en día late en la propia Unión Europea, que se debate entre el ideal continental y las realidades nacionales.