EL LLAMAMIENTO DEL PAPA URBANO II A LA CRUZADA.

15.12.2018 15:54

                En el Concilio de Clemont (del 18 al 28 de noviembre de 1095), el Papa Urbano II pronunció un famoso discurso, en el que llamó a la reforma de la Iglesia y a la Cruzada. A partir del 1101, el cronista Fulcher de Chartres ofrecería la versión más antigua del mismo, en el que la Cruzada es presentada como culminación de la primera tarea:

                “Caros hermanos:

                “Urgido por la necesidad, yo, Urbano, obispo y prelado de Dios en el mundo, he venido aquí como embajador con una admonición divina para vosotros, siervos de Dios. Esperaba encontrar el cumplimiento fiel y celoso del servicio a Dios, pues de encontrar alguna deformidad contraria, con su ayuda haré todo lo posible para eliminarla, porque Dios os ha hecho mayordomos de su grey. Feliz será si cumplís bien, pues sois sus pastores. Fijaos que no sois beneficiarios, sino verdaderos pastores ante los ladrones. No se duerme, se vigila el rebaño confiado, porque ante cualquier descuido un lobo se llevará a una de vuestras ovejas, y se perderá la recompensa de Dios. Y tras ser azotados amargamente por el remordimiento de vuestras faltas, quedareis ferozmente abrumados en el infierno, la morada de la muerte. Según el Evangelio, sois la sal de la tierra, pero si no se cumple ¿cómo esperáis ser salados? ¡Oh, cuán grande es la necesidad de salazón! Es necesario que se corrija con la sal de la sabiduría a este pueblo necio tan dedicado a los placeres mundanos, no sea que el Señor, cuando Él se le dirija, lo encuentre putrefacto por sus pecados. Si Él hallara gusanos o pecados, porque habéis sido negligentes, os arrojará como inútiles al abismo de la inmundicia. Y al no poder devolverle tan gran pérdida, Él os condenará y expulsará de su amorosa presencia. El hombre que aplica esta sal debe ser prudente, providente, modesto, sabio, pacífico, vigilante, piadoso, justo, equitativo y puro, porque ¿cómo puede el ignorante enseñar a los demás? ¿Cómo pueden los licenciosos hacer modestos a los demás? ¿Y cómo puede el impuro purificar a los demás? Si alguien odia la paz, ¿cómo puede conseguir que otros sean pacíficos? O si alguien ha manchado sus manos con la impureza, ¿cómo puede limpiar la de otros? Leemos que si los ciegos guían a otros ciegos, ambos caerán en la zanja. Lo primero, pues, os debéis corregir para que libres de culpa podáis corregir a quienes os han sido confiados. Si deseáis ser los amigos de Dios, haced con gusto las cosas que le agradan. Debéis procurar que los asuntos de la Iglesia se rijan por la ley de la Iglesia. Y evitad que la simonía no eche raíces entre vosotros, pues los que mercan con las dignidades eclesiásticas serán azotados por el Señor a través de senderos estrechos hasta llegar al lugar de la destrucción y la confusión. Mantened libres a la Iglesia y al clero del poder secular, que los diezmos de Dios sean pagados fielmente de todo producto de la tierra, sin ser vendidos ni retenidos. Quien retenga a un obispo, sea proscrito. Quien robe a monjes, clérigos, monjas, sus sirvientes, peregrinos y comerciantes, incurra en anatema. Que los ladrones e incendiarios, con sus cómplices, sean excomulgados. Si un hombre que no da parte de sus bienes como limosna es castigado al infierno, ¿cómo castigarse al que roba otros sus bienes? Porque así le sucedió al hombre rico en el Evangelio, pues no fue castigado porque había robado los bienes de otro, sino por no usar bien de los suyos.

                “Habéis contemplado durante mucho tiempo el gran desorden ocasionado en el mundo por tales crímenes. Tan grave que en algunas provincias, me han comunicado, habéis sido débiles en administrar la justicia, algo inaceptable. Los caminos son asaltados día y noche, y se es saqueado por fuerza o por engaño. Os exhorto y exijo a mantener con esfuerzo la tregua de Dios en vuestras diócesis. Y el que guiado por codicia o arrogancia la quebrante, caiga en anatema por la autoridad de Dios y la aprobación de este Concilio.

                “Tras tratar tales y otros asuntos, todos los presentes, el clero y la gente, dieron gracias a Dios y aceptaron lo propuesto por el Papa. Todos prometieron fielmente guardar los decretos. Luego, el Papa dijo que en otra parte del mundo (el imperio romano de Oriente o bizantino) el cristianismo sufría un estado de cosas peor que el que acabamos de decir. Él continuó:

                “Habéis aceptado hijos del Señor –agregó- velar fielmente lo jurado, el mantenimiento de la paz y de los derechos de la Iglesia, aunque no es suficiente todavía, pues una gran empresa todavía ha de realizarse. Ahora que os habéis fortalecido por la corrección del Señor, debéis dedicar todos vuestros esfuerzos con celo a otro asunto, que no es menos vuestro que de Dios. Es urgente que se apresure la marcha en ayuda de nuestros hermanos del Este, muy necesitados de la ayuda muchas veces prometida. Los turcos y los árabes se han lanzado contra ellos, como habréis oído, y han invadido las fronteras de la Romania, a esta parte del Mediterráneo, junto al brazo de San Jorge. Han ocupado más y más tierras de esos cristianos, y les han vencido en siete batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y devastado el imperio. Si se permite que persistan en su impureza, los fieles de Cristo se verán más atacados aun. Por tal motivo,  os suplico que seáis los heraldos de Cristo para difundirlo por todas las partes y persuadir a las personas de cualquier rango, soldados de a pie y caballeros, pobres y ricos, para que lleven ayuda rápidamente a esos cristianos y destruyan tan vil incursión desde las tierras de nuestros amigos. Digo esto a los presentes y lo significo a los ausentes, pues Dios lo quiere.

                “Que ahora se conviertan en caballeros. Que aquellos que han luchado contra sus hermanos y familiares, ahora luchen bien contra los bárbaros. Que aquellos que han servido como mercenarios por una pequeña paga, ahora obtengan una recompensa eterna. Que aquellos que se han estado desgastando en cuerpo y alma, ahora trabajen por un doble honor. ¡Mirad! De este lado estarán los tristes y los pobres, en aquel los ricos; en este los enemigos del Seños, en aquel sus amigos. Que aquellos que van no pospongan el viaje, sino que renten sus tierras y recauden dinero para sus gastos, y tan pronto como acabe el invierno y llegue la primavera, emprendan el camino con la guía de Dios.”

                Fulcher de Chartres, Gesta Francorum Jerusalem Expugnatium, Heidelberg, 1913.

                 Versión y adaptación de Víctor Manuel Galán Tendero.