EL MAR DE LOS VÁNDALOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.06.2016 15:51

                

                Los vándalos, el pueblo germano que tras un largo periplo forjó un reino en el África del Norte, han tenido tradicionalmente muy mala fama. El vandalismo sintetizaría las peores tachas de unas gentes sanguinarias y brutales que se complacieron en la aniquilación de toda vida civilizada.

                Sus acciones fueron muy comentadas, desde San Agustín a otros menos conocidos. En la lejana Britania se llegó a conocer el Mediterráneo como el mar de los vándalos. Hoy en día los arqueólogos e historiadores han sosegado bastante los términos y los contemplan como epígonos de la civilización romana de la Antigüedad Tardía. Ciertamente los cerca de 20.000 guerreros que cruzaron el estrecho de Gibraltar en el 429 acreditaron una enorme energía y ambición.  Supieron aprovechar astutamente las disensiones de la aristocracia romana cuando acudieron a la llamada del gobernador de la diócesis de África Bonifacio, asediaron con acierto Hipona, tomaron la reforzada Cartago, alcanzaron Roma y rigieron un extenso dominio que llegó a abrazar islas como la de Cerdeña. Cristianos arrianos, sus relaciones con los católicos distaron de la cordialidad y empeñaron una tenaz lucha contra varios pueblos bereberes hasta que los romanos de Oriente, los futuros bizantinos, abatieran su reino en el siglo VI.

                Cuando Cartago cayó en su poder en el 439, lograron mucho más que una gran metrópolis. Su magnífico puerto y su no menos excelente astillero se pusieron a su servicio. Pronto el rey Genserico, el que había acaudillado la marcha hacia África, dispuso de una importante armada de galeras. Muchos romanos de África se sumaron a sus tripulaciones y no tuvieron empacho en dar a conocer a sus nuevos señores algunos de sus secretos. Más allá de la obligación impuesta por el cautiverio, un número indeterminado de aquéllos se uniría gustoso a las expediciones navales vándalas por el botín. Era una alternativa de vida seductora en un tiempo de regresión económica en el Occidente mediterráneo, mucho mejor que terminar sometido a la servidumbre de la tierra o sumido en la marginalidad urbana. Quizá en el siglo V ya se apuntara una de los rasgos más característicos de esta región, el del corsarismo que alcanzaría varios siglos.

                Conocemos las expediciones patrocinadas por el poder real, susceptibles de captar las energías de las particulares durante las grandes campañas. Sería curioso ponerlo en paralelo con las grandes incursiones vikingas del siglo IX contra la Europa post-carolingia. En el 455 llegaron a saquear una Roma en declive a instancias de las luchas fratricidas de su minoría rectora. Vivieron un intenso momento de triunfo, que pronto dio paso a otros más adversos. En el 456 encajaron una severa derrota en Córcega y en Campania al año siguiente.

                Los romanos de Occidente creyeron que ya era llegado el momento de librarse de aquellos conquistadores, que se habían apoderado de uno de los principales graneros del viejo imperio. El emperador Mayoriano se aprestó a atacarlos desde Hispania, pero en el 460 su flota de cuarenta naves fue sorprendida por las diecisiete de los vándalos en el puerto de Cartago Nova, donde dieron al traste con su campaña.

                No se arredraron los vencidos y solicitaron la ayuda de sus hermanos de Oriente para acabar con la amenaza vándala. En el 468 las fuerzas combinadas de ambos padecieron otra derrota en el Cap Bon, donde los vándalos les lanzaron naves de fuego o brulotes. Los triunfadores no completaron su éxito en el Peloponeso. Su tentativa de invasión falló y hacia el 470 el horizonte bélico entre ellos y los romanos se serenó un tanto hasta la conquista ordenada por Justiniano. Fueron hasta cierto punto sucesores de los cartagineses que antecedieron a los corsarios musulmanes. Desde este punto de vista, los vándalos no fueron más vandálicos que el mismo Mediterráneo.