EL PARAÍSO BONAERENSE DEL SIGLO XVIII.

01.05.2019 13:03

               En el año 1658, Buenos Aires era una localidad del extendido imperio español de América con apenas 3.359 habitantes. No se encontraba entonces entre las grandes urbes de las Indias. Sin embargo, en el siglo XVIII su importancia no dejó de aumentar a todos los niveles y en 1744 se alcanzaron los 11.600 habitantes. Ya en 1778 se erigió definitivamente en la capital del flamante virreinato del Río de la Plata.

                Su aumento demográfico no fue bien visto, sintomáticamente, por algunos funcionarios moralistas de la Corona, que lo consideraron una de las causas del despoblamiento de España y de la extensión de la holganza en América, con desdoro de las costumbres religiosas. A su modo, y a regañadientes, uno de aquellos servidores públicos del último tercio del XVIII describió un verdadero paraíso bonaerense, capaz de atraer a los varones más jóvenes. Desde Vizcaya, las Montañas, Asturias, Castilla y otros reinos se embarcaban como polizones en los buques de guerra, los correos marítimos y otras naves. Los criados de los oficiales de la Armada aprovechaban para escapar y los prófugos mermaban las dotaciones navales.

                Montevideo les servía de punto de desembarco antes de arribar en lanchas hasta Buenos Aires. Más tarde, los mozos recién llegados se dispersaban por las rancherías con la complicidad de sus habitantes, burlando toda pesquisa de la justicia real.

                Buenos Aires se les ofrecía seductora. Abierta geográficamente a todas partes, quien entrara allí podía “sin dificultad trasladarse a Lima, Chile, Córdoba, Mendoza, Santa Fe y más parajes de la tierra firme”. La benignidad de su clima según los cánones europeos, con estaciones bien proporcionadas, le imprimía gran fertilidad a sus terrazgos, con fama de alcanzarse con poco trabajo la cosecha deseada. Tampoco escapaba a la vista la abundancia de pastos para los ganados y la riqueza pesquera del río de la Plata. En los días de vigilia, llegaban a Buenos Aires de treinta y seis a cuarenta carretas cargadas de pescado.

                Semejante abundancia no tenía efectos benéficos para nuestro crítico observador: al abundar el pescado con facilidad no acudían muchos compradores y la actividad pesquera no se podía fomentar al modo de otros lugares. Los holgazanes podían degustar sin dificultad el manjar del Río, así como la población negra del entorno rural (esclava o libre) la carne, de gran baratura.

                Tales planteamientos cobran todo su significado dentro del extenso debate sobre la ociosidad que se desarrolló en la Edad Moderna, en el que se valoró la laboriosidad como una virtud personal y social. La pobreza, varias veces, fue asociada a la picaresca. En la América española se había insistido en la obligación de amerindios y otros grupos socio-raciales de trabajar por distintos mecanismos, como el peonaje por deudas.  

                No solo preocupaba la holganza, sino también la moralidad según los valores de la Contrarreforma, todavía vigentes. La afable conducta de los bonaerenses encandilaba a los peninsulares, a los que con facilidad se les dispensaba el trato de don. En una tierra pródiga en caballos, brotaba la afición a los juegos ecuestres. Con doce mujeres por cada varón, según cálculo de nuestro observador, los matrimonios no fructificaban. Los que buscaban allí sus parientes también se acostumbraban a esta forma de vida.

                Buenos Aires era grato a sus gentes, pero no al quisquilloso servidor de la Corona, abogó por extremar la vigilancia sobre el cumplimiento de las promesas matrimoniales. Los recién casados debían de marchar a poblar los puertos de San Julián, Santa Elena, Bahía sin Fondo, Puerto Deseado, etc. para asistir a las armadas reales, gozando de la asistencia financiera de la Corona. A la población negra se le destinaría a la colonización de las Malvinas, presentadas con risueños colores.

                Semejantes planteamientos no torcieron el aumento demográfico de Buenos Aires. En 1778, su población estrictamente urbana alcanzó los 24.363 habitantes y los 12.925 la rural, y en 1810 los 42.872 y los 35.856, con tasas de crecimiento del 1´78 y 3´24 respectivamente. En los tiempos fundacionales del virreinato del Río de la Plata, Buenos Aires ya era una urbe con una estructura particular para la época, con un 39% de la población ocupada en el sector primario, un 14% en el secundario y un 47% en el terciario, en el que el comercio tenía un destacado protagonismo. Desde su puerto salían grandes cantidades de carne salada y de cueros con destinos como La Habana, donde servían para lograr azúcar y otros productos destinados a la Península. La seductora Buenos Aires había emprendido ya su característica andadura, populosa y atrayente de gentes venidas de allende del Atlántico.

                Fuentes y bibliografía.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL, Estado, 3013, Expediente 124.

                Cuesta, M., “Evolución de la población y estructura ocupacional de Buenos Aires, 1700-1810”, PAPELES DE POBLACIÓN, Vol. 12, nº 49, Toluca, 2006.

                Víctor Manuel Galán Tendero.