EL "PÉRFIDO" CARNAVAL. Por Gabriel Peris Fernández.

15.02.2015 12:03

                

                La Cuaresma se acerca amenazándonos con sus mortificaciones, pero antes que nos quiten lo bailado como bien decía Gilda. Los carnavales son una tregua en la vida social. Las pesadas convenciones del qué dirán son prescindibles por unos cuantos días, en los que reina el bullicio guste a quien guste. Los papeles y las profesiones se trabucan y el mundo se hace al revés.

                Los antropólogos más atentos han interpretado el carnaval como una válvula de escape de las sociedades tradicionales, en las que las jerarquías estaban tan nítidamente marcadas. La ascensión social no era fácil y protestar ocasionaba riesgos muy serios por justos que fueran los motivos.

                Hoy en día los carnavales se continúan celebrando, aunque por otros motivos, pues las válvulas de escape se nos antojan más numerosas en nuestras sociedades abiertas. No es poco, ya que en países como España su celebración estuvo prohibida bajo el franquismo. ¡Demasiada licencia para el dictador aunque fuera por pocos días!

                La fiesta tenía no escasos devotos, a los que les gustaba la algazara y la sátira. En la España del siglo XIX anduvieron a la greña partidarios y detractores del carnaval, liberales y absolutistas de variopinta condición que libraron también aquí sus batallas, por las costumbres y el grado de tolerancia esta vez.

                En 1866 la obesa Isabel II ni inspiraba cariño ni admiración. Era un fantoche desnortado rodeada de políticos autoritarios incapaces de afrontar los problemas del país. Más de un oportunista abandonó su causa a tiempo, antes que alguna revolución redistribuyera cargos y sinecuras de otra manera. En enero el gobierno ordenó la clausura de las populares cátedras del  Ateneo y en febrero hubo una intentona contra el gobierno. Los carnavales se presentaban movidos.

                En la almeriense Vera las autoridades municipales tomaron severas medidas. Prohibieron los bailes en la vía pública, las máscaras, el disfraz de religioso y los insultos. Quisieron reducir el carnaval a una celebración elitista y emasculada, lejos de las asechanzas de los republicanotes.

                De poco sirvió. Isabel II cayó y el carnaval todavía reina todavía en gran parte del mundo.