EL PROFETA QUE PRECEDIÓ AL DIABÓLICO HITLER. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.11.2014 13:51

                La convulsa Alemania de la república de Weimar se vio agitada por una serie de personajes de carácter siniestro, sobresaliendo Adolf Hitler finalmente. Sin embargo, no fue el único aspirante a dirigente mesiánico de una nación que se había caracterizado por su amor a la cultura.    

                En la patria de El Bosco, Stuttgart, tomaron brío las reuniones de gentes desencantadas de tono apocalíptico, en las que se maldecía el presente a la espera de un futuro de esplendor nacional y social. El rey vagabundo Gregor Gog alcanzó fama entre aquellos profetas itinerantes que parecían extraídos de la más tétrica Baja Edad Media. De todos modos el más sobresaliente fue Ludwig Christian Haeusser, que llegó a titularse rey Luis o presidente de los Estados Unidos de Europa.

                Nacido en el seno de una familia labradora y conservadora, el joven Ludwig se dedicó en su juventud al comercio del cotizado champán. En París llevó una existencia convencional y burguesa acorde con su fortuna hasta la Gran Guerra, cuando las autoridades francesas tomaron represalias contra su negocio por su condición alemana.

                Fueron años de zozobra y desorientación para él y para muchos, los de la gran crisis de la Europa que inicia el siglo XX históricamente. Al final de la contienda alcanzó la italiana Ascona, donde la inquietud espiritual era más que evidente.

                Tras pasar por Suiza, hizo su aparición en la nueva Alemania postimperial con una imagen radicalmente distinta a la del joven acaudalado de antes. Practicaba el nudismo, comía frugalmente y prometía un mundo mejor a todos aquellos que quisieran escucharlo, a medio camino entre la anarquía y el nacionalismo.

                Muchas mujeres se sintieron seducidas por su mensaje, y Ludwig tuvo la idea de engendrar a la madre de Dios con algunas de sus seguidoras. Autores como Michael Burleigh han apuntado sus preferencias sadomasoquistas, visibles en su comitiva personal de féminas con pelo corto y látigos. Entre los excesos de su grupo se cuenta que conservaran sus vómitos etílicos.

                En 1922 el popular profeta fundó el Partido Cristiano Radical de los Pueblos, con un pensamiento que incluía la exaltación de la raza dominante germana, la abolición de cárceles y manicomios (con la consabida puesta en libertad de los internos), una huelga revolucionaria de diez días para aniquilar el decadente mundo capitalista, y la instauración de funcionarios benévolos con las gentes.

                Esta combinación de racismo, psicologismo, revolucionarismo y arbitrismo no supo venderla Ludwig con la eficiencia con la que había comercializado el champán en sus años jóvenes, ya que se dedicó a enviar cartas soeces e insultantes a no escasas autoridades.

                Tras aquellos excesos el profeta pareció reconciliarse con su antigua condición burguesa en Oldemburg gracias a un matrimonio con una hija de la aristocracia terrateniente y de la antigua marina imperial. Acusado de desfalco y robo por su familia político, terminó en prisión, donde escribió un diario en el papel higiénico, que fue conservado por sus devotas. Tras salir de su internamiento, murió en 1927 en Hamburg el hombre que pretendió una nueva era.